La Conferencia de Londres sobre Libia –el 29 de marzo de 2011– reunió exclusivamente a los países que apoyaron la resolución 1973, más Alemania. Rusia y China no fueron invitadas. La Unión Africana se negó a participar y la Liga Árabe envió una representación de bajo nivel como muestra de su descontento. La Santa Sede fue admitida como observadora a pesar de que el papa Benedicto XVI había exhortado la OTAN, al igual que a Kadhafi, al cese de las hostilidades.

Los países participantes decidieron dar al Consejo Nacional Libio de Transición acceso a ciertos fondos congelados pertenecientes a Libia y autorizarlo a vender el petróleo libio. También mencionaron, sin tomar una decisión al respecto, la posibilidad de proporcionar armas al Consejo Nacional de Transición.

Estas disposiciones contravienen la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU y es posible imaginar las reacciones internacionales que se producirían si ciertos Estados –como Venezuela e Irán– se diesen el lujo de desbloquear fondos congelados para entregarlos a los sublevados nasseristas o khomeinistas o, peor aún, si les compraran petróleo libio. Y ni pensar lo que sucedería si violaran el embargo de la ONU sobre las entregas de armas para proporcionar armamento a los sublevados «equivocados».

La autorización para las ventas de petróleo demuestra, si fuese algo que estuviera aún por demostrar, que ya comenzó la repartición de los recursos de Libia. Gracias al apoyo militar de la OTAN, el Consejo Nacional de Transición ha logrado controlar amplias zonas de explotación petrolífera y dos importantes refinerías. El Consejo Nacional de Transición fue autorizado a exportar 40 000 barriles de petróleo al día, lo que representa según la tarifa actual 1 400 millones de dólares mensuales.

Como resultado de dos reuniones, al margen de la conferencia, entre la secretaria de Estado Hillary Clinton y el emisario del Consejo Nacional de Transición Mahmud Jibril, Estados Unidos estudia descongelar 3 300 millones de dólares pertenecientes al Estado libio, que serían entregados a los sublevados «buenos».

Qatar recibió la misión de administrar el petróleo libio. A Turquía se le encargó el manejo del aeropuerto de Benghazi para facilitar el «tránsito humanitario».