Ciertamente, para quienes ya han vivido algunos años, parecería este reclamo una vuelta atrás en el tiempo, justo a la época del mundo bipolar, donde la fuerza destructiva de los artefactos atómicos constituía eje clave en la puja entre los Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.

La realidad es que desde 1945, cuando Washington hizo estallar sobre Japón dos bombas atómicas, más como chantaje al resto de la humanidad que como pasos indispensables para rendir al imperio nipón durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó para nuestra especie la etapa más peligrosa y alarmante.

Para los inicios de la actual centuria se almacenaban a nivel global cerca de 70 mil armas nucleares, más de 20 mil de ellas en pleno estado operativo, suficientes para volar en pedazos la Tierra varias veces.

La desaparición de la URSS en los años 90 tal vez supuso para algunos el “lógico” final de la carrera armamentista nuclear.

Sin embargo, los pretendidos vencedores no lo asumieron así y ha seguido adelante el gasto bélico, incluido el destinado al perfeccionamiento de las armas atómicas y su inclusión en los arsenales convencionales en forma de municiones y otros artefactos ligeros.

Como si fuera poco, Washington y sus aliados pretenden erigirse en monopolizadores selectivos de esa fuerza destructiva y mientras, por ejemplo, apoyan la carrera militar nuclear de Israel, asumen incluso como “amenaza inadmisible” que ciertos Estados no simpáticos al imperio intenten siquiera experimentar con el uso pacífico de la energía atómica.

Por demás, está demostrado que los sectores norteamericanos de poder no han abandonado la idea de sacarse de encima a sus potenciales rivales con el uso del armamento nuclear, y prueba de ello es la insistencia en establecer el escudo antimisiles global que les garantice el primer golpe atómico sin posible respuesta del contrincante.

Postura que, dicho sea de paso, llegó a poner en crisis la extensión de los acuerdos con Rusia, heredera del poderío nuclear soviético, para limitar los arsenales mutuos.

En consecuencia, la cruda realidad es que las armas atómicas no constituyen precisamente cosa pretérita en la vida del hombre, sino factor permanente de inseguridad que debería ser erradicado de una vez si no fuese por su uso como instrumento de extorsión y presiones globales por aquellos que no renuncian a la fuerza para imponer sus intereses hegemonistas al resto de la humanidad.

Así, a los riesgos mortales derivados de la destrucción del entorno por economías irracionales y altamente consumistas, por ejemplo, no se puede dejar de sumar la espada de Damócles que constituyen las armas atómicas y el empeño imperial por perfeccionarlas y darles uso cuando le resulte unilateralmente conveniente.

De manera que la demanda del Poder Popular cubano contribuye a dar luz y poner en su lugar este grave problema global de nuestros días, a contrapelo de ciertas visiones limitadas sobre el asunto, o de aquellas que escamotean y trastocan las terribles verdades que enfrentamos como civilización humana.

Agencia Cubana de Noticias