Provenientes de 80 países, 600 personalidades políticas y religiosas representativas de las principales corrientes del Islam, desde su versión más reaccionaria hasta la más progresista y desde el más formal hasta el más místico, se reunieron en Teherán para participar en la primera Conferencia Internacional sobre el despertar islámico.

Entre los participantes se encuentran varios revolucionarios árabes que ya habían viajado anteriormente a Teherán en los últimos años para estudiar el modelo de una revolución victoriosa antes de emprender su propia revolución en sus respectivos países.

Esta conferencia, resultado de una iniciativa de la República Islámica de Irán, tenía como objetivo posibilitar la comparación entre diferentes lecturas de las revoluciones árabes. Más allá de las exhortaciones formales a la unidad y de las fórmulas de cortesía, los debates permitieron constatar profundas divergencias en cuanto a la interpretación de los acontecimientos y sus perspectivas futuras.

En su discurso de apertura, el ayatola Alí Khamenei, Guía Supremo de la Revolución Islámica, rechazó la interpretación de la «primavera árabe» según la cual las masas se han pronunciado a favor del modelo occidental de régimen político y de la economía capitalista. Por el contrario, el ayatola Khamenei describió las recientes revueltas como el comienzo de un largo proceso revolucionario tendiente a liberar a los pueblos del norte de África y del Medio Oriente del yugo del colonialismo occidental, a renovar profundamente las sociedades y a concebir una nueva civilización islámica.

También llamó a evitar los obstáculos que las potencias imperialistas no dejarán de sembrar a lo largo de ese camino e invitó a los participantes a prepararse desde ahora para enfrentarlos, esencialmente mediante la preservación de la unidad de la nación musulmana.
Si bien, como se esperaba, oradores como el jeque Naim Kassem, secretario general adjunto del Hezbollah libanais, y Ramadán Abdullah, secretario general de la Yihad Islámica palestina, suscribieron a ese análisis otros desarrollaron un punto de vista muy diferente.

Cierto es que todos los participantes admitieron que los acontecimientos registrados no constituyen una «primavera del liberalismo occidental» sino un movimiento antiimperialista. Sin embargo, la división entre los participantes se hizo patente en lo que concierne al futuro de esta ola de cambios.

Por ejemplo, el representante de la universidad cairota Al-Azhar expresó su regocijo por la victoria de la juventud egipcia en la plaza Tahrir y la caída del dictador Hosni Mubarak. Recordó el respaldo de su universidad a la acción de los jóvenes revolucionarios, pero se expresó como si el movimiento ya hubiese llegado a su fin. No pronunció ni una palabra sobre la aspiración de esa misma juventud, que acaba de tomar por asalto la embajada de Israel, a salir del tutelaje de Estados Unidos y a anular los acuerdos de Camp David.

Otro ejemplo fue la intervención de un jefe tribal de la región de Cirenaica, en Libia, quien recordó la heroica lucha de Omar el-Mouktar contra la colonización italiana y denunció toda forma de injerencia extranjera en su país antes de expresar su alegría por el derrocamiento del coronel Muammar el Kadhafi… por la OTAN. Lo más interesante es que hizo esto último ante la efigie del imám Khomeiny, quien no tuvo necesidad de recurrir a la alianza atlántica para derrocar al sha Reza Palehvi.

Hoy prosiguen los debates de la conferencia, cuya clausura estará a cargo del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad.