Y es que hay algo que no encaja del todo en esta amalgama de noticias, detalles, datos e información. De repente un ejército de comunicadores nos pone al día sobre una de las estructuras del narcotráfico más complejas y mejor organizadas en todo el mundo. La cuestión es que la mayoría de las veces recibimos únicamente números, cifras y datos inconexos y no interrelacionados con un entorno rodeado de paredes salpicadas de sangre. El análisis simplemente no existe y la perspectiva histórica que nos permita comprender lo que ocurre en la actualidad se ha ido por el desagüe, junto con las vidas de miles de mexicanos. Son los “daños colaterales” de la información inmediata, poco analítica y lista para consumirse. Si esto no fuera así, entenderíamos sin ningún problema que somos víctimas, desde hace años, de un discurso antinarco ficticio y convencional, que si bien señala la violencia, los enfrentamientos y las muertes, esconde algo mucho más profundo: una política concernida.

Se nos asegura que con violencia se puede vencer al narcotráfico. El problema es que no existe la capacidad, ni la voluntad de acabar con éste. Esta afirmación requiere revisar y analizar los últimos 50 años de la historia de México, que de una forma u otra están relacionados con la violencia política y social que actualmente se vive. De este modo, el remontarnos hasta las décadas de 1960 y 1970 nos ayudará a desmantelar la veracidad de un discurso antinarco.

Los años maravillosos

Después de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto en el que el mundo queda prácticamente dividido en dos ejes que pivotan sobre ideas políticas diametralmente opuestas (The National Security Archive, Nuclear history at the National Security Archive. http://www.gwu.edu/~nsarchiv/nsa/NC/nuchis.html#pubs), la juventud de algunos países desarrollados empieza a buscar un resguardo. Este recóndito lugar para poder expresarse con libertad y vivir una eterna adolescencia paradójicamente estaba en ellos mismos. En su cerebro. El principal problema es que, para acceder a éste, necesitaban un vehículo muy especial; algo que a pesar de que el ser humano lo utilizaba desde hacía muchos años –casi desde el principio de los tiempos–, nunca había sido promocionado de forma tan masiva por los ídolos de los jóvenes: las drogas ilegales. Así, mientras el cantante Jim Morrison alardeaba por todo el mundo del consumo de peyote y otras sustancias alucinógenas con repercusiones sobre la salud poco conocidas entonces, cientos de jóvenes experimentaban el sueño inducido de Peter Pan. Ese consumo y divulgación masiva como forma de rebelión contra los sistemas establecidos provocó un aumento exponencial de la demanda y, por lo tanto, un incremento directamente proporcional de la producción y distribución de este tipo de drogas. La marihuana, la heroína y la cocaína se convirtieron progresivamente en los símbolos de varias generaciones de jóvenes, fundamentalmente en los países ricos (JuanBarona Lobato,México ante el reto de las drogas).

El problema fue que la producción de este tipo de drogas se realizaba, por lógica, en los países que llevaban mucho tiempo de cultivar de forma habitual las plantas de las que se extrae la marihuana, la cocaína o el opio. Así, la cannabis sativa (cáñamo o marihuana), el arbusto de la hoja de coca o la amapola del opio (adormidera), pasaron de ser parte del cultivo minoritario, vinculado a usos medicinales, tradicionales o rituales de determinados pueblos indígenas en zonas concretas de Oriente y América Latina, a ser un producto de cultivo masivo. Lo anterior, gracias a la demanda para procesamiento y distribución en los países desarrollados. Es decir: la propaganda del consumo de drogas desde la generación hippie aumentó progresivamente su demanda en las décadas de 1960 y 1970. Al mismo tiempo, provocó un incremento exponencial de la oferta procedente de los países productores (Leónidas Gómez Ordoñez, Cártel:historia de la droga).

Consecuencias indirectas de la Guerra Fría

En esa misma época, el miedo a un ataque nuclear por parte del bando contrario, llevó a comunistas y capitalistas a repartirse el mundo como si se tratara de un pastel (The National Security Archive, Nuclear history. http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/index.html#Nuclear%20History). De hecho, la estrategia de este peligroso juego fue hacer lo que fuera y utilizar todo medio para acabar indirectamente con el enemigo (Alfred W McCoy, A question of torture). Por lo tanto, lo común fue afianzar las áreas de influencia de cada uno de los dos bandos al instaurar regímenes favorables en el poder o apoyar a determinados grupos para atacar al enemigo (The National Security Archive. Latin America. http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/index.html#Latin%20America).

De este modo, América Latina, bajo la influencia de Estados Unidos, sufrió a partir de entonces la instauración de regímenes dictatoriales veladamente apoyados por el gobierno estadunidense: proporcionaban armamento, recursos económicos, estratégicos, asesoramiento y apoyo a las “dictaduras amigas” (Peter Dale Scott y Jonathan Marshall, Cocaine politics. Drugs, armies and the CIA in Central America). Las consecuencias de esta política de exterminio fueron conocidas en su momento aunque silenciadas: miles de muertos, detenidos, desaparecidos, secuestrados y torturados (The National Security Archive. Latin America. http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/index.html#Latin%20America). Esta situación fue usual en todos los países latinoamericanos y con especial magnitud en México (Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Informe especial sobre las quejas en materia de desapariciones forzadas ocurridas en la década de 1970 y principios de 1980). Si bien algunos de estos países ya habían tenido regímenes dictatoriales y otros en las décadas de 1960 y 1970 los tendrían, la estrategia estadunidense fue la misma.

Esta cadena permite entender el desarrollo de los grupos paramilitares (Jorge Luis Sierra Guzmán, El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en México) con el consentimiento y, en ciertos casos, la tutela de Estados Unidos, perfectamente consciente de todos los actos de tortura, secuestros y asesinatos masivos, gracias a la exhaustiva información proporcionada por sus agencias de inteligencia (The National Security Archive. The Mexico project. http://www.gwu.edu/~nsarchiv/mexico/).

Evidencias ocultas

Así, la demanda de drogas provocó un aumento de la producción, transporte y distribución en los países productores de América Latina (Juan Barona Lobato, México ante el reto de las drogas), bajo la influencia de Estados Unidos que conocía perfectamente las actividades represivas de sus regímenes dictatoriales aliados (Leónidas Gómez, Cártel. Historia de la droga). Asimismo, el tráfico de éstas fue conocido y tolerado por Estados Unidos (Peter Dale Scott y Jonathan Marshall, Cocaine politics. Drugs, armies and the CIA in Central America), el principal consumidor de drogas cultivadas, producidas y distribuidas en América Latina. Es más: conforme a la versión oficial, tanto México como Estados Unidos lucharon activamente ya en las décadas de 1960 y 1970 contra el tráfico de drogas y los cárteles (JuanBarona Lobato,México ante el reto de las drogas). La realidad, sin embargo, fue otra: el consumo de drogas como la cocaína y la heroína aumentó exponencialmente en Estados Unidos a partir de 1960, de la mano del cultivo, producción y distribución de drogas directamente proporcional a la demanda de los países desarrollados (Carlos Loret de Mola, El negocio. La economía de México atrapada por el narcotráfico).

Obviamente, el paso por México de los cargamentos de drogas para el consumo estadunidense era totalmente obligado, al utilizar el territorio nacional como ruta de transporte o punto de carga y descarga (JuanBarona Lobato,México ante el reto de las drogas). Es evidente que si en Estados Unidos el consumo de drogas producidas en Suramérica se incrementó de forma desmesurada, fue gracias a la facilidad y fluidez del paso de los cargamentos de estupefacientes por territorio mexicano, tanto por tierra, mar o aire (Carlos Loret de Mola, El negocio. La economía de México atrapada por el narcotráfico). Esto implica, por lógica, que ambos países han permitido el tráfico de drogas.

Una parte de los grupos de policías y militares con entrenamiento estadunidense en tareas de contrainsurgencia era la encargada de detener, torturar, desaparecer y ejecutar a toda persona supuestamente vinculada a grupos comunistas (Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Informe especial sobre las quejas en materia de desapariciones forzadas ocurridas en la década de 1970 y principios de 1980; Luis Sierra Guzmán, El enemigo interno. Contrainsurgencia y fuerzas armadas en México) y, al mismo tiempo, estaba vinculada de uno u otro modo al narcotráfico. Concretamente, la extinta Dirección Federal de Seguridad encargada de llevar a cabo tareas de control social y lucha contra el comunismo. Sus efectivos policiacos compatibilizaban su actividad con el tráfico de drogas (Sergio Aguayo, La charola. Una historia de los servicios de inteligencia en México). Los nombres abundan hasta tal punto que para entender la magnitud de esta retroalimentación entre fuerzas de seguridad mexicanas y narcotraficantes, solamente hace falta repasar las biografías de de los más importantes capos mexicanos, que precisamente entraron en los cuerpos policiales como forma de abrirse camino en el duro mundo del narcotráfico (ídem). Este patrón se repite hasta la fecha: parte de las fuerzas policiales o castrenses están inmiscuidas en el tráfico de drogas; al mismo tiempo, estas fuerzas –en su carácter institucional– son las que dominan la orientación y el control de la política antidrogas. Profundizaremos en este análisis en las próximas entregas.

(Continuarà…)