Autor: Red Voltaire
Sección: Línea Global

11 mayo 2012

Pepe Escobar/Red Voltaire

Y el ganador es… el Club Contrarrevolucionario del Golfo, también conocido como Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

La fiesta de celebración colectiva es el Gran Premio de la Fórmula 1, del 22 de abril pasado, en Bahréin, completa, con baldes de champaña Moet y el estruendo de los Ferrari. Hay que ver cómo una camarilla de jeques sunítas dicen a la “comunidad internacional”: “Vencimos, es nuestro camino o la ardiente carretera del desierto”.

¿Cómo no iban a regocijarse? Las olas rebeldes de esa nociva Primavera Árabe nunca tuvieron la menor posibilidad de agitar las plácidas aguas del Golfo. La llegada del circo del Rápido Hombre Blanco de la Fórmula 1 –una espectacular operación de relaciones públicas– prueba que el CCG es tan “normal” como un príncipe árabe que se divierte en Montecarlo con una rubia en un Ferrari 458.

¿A quién interesa que los activistas bahreinitas hayan enviado una carta al emperador de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, denunciando el estado de sitio en el plácido reino de la dinastía al-Khalifa, los asesinatos y torturas a los manifestantes prodemocracia, las miles de personas que siguen en las cárceles y la ausencia de los derechos humanos más básicos? Algo semejante no preocupa al rápido hombre blanco.

¡Venganza!

Estratégicamente, el CCG se inventó –con una esencial contribución estadunidense– para defender a esas pobres petromonarquías del Golfo de los males de Sadam Hussein y de los jomeinistas iraníes, con sus miembros que incluyen a Bahréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Pero cuando estalló la revuelta árabe en el Norte de África en 2011 y luego llegó al Golfo, a Bahréin, e incluso generó protestas en Omán y en Arabia Saudita, las petromonarquías enfrentaron un mal mayor que simplemente las petrificó: la democracia. Había que proteger a toda costa el statu quo.

El rey Hamad al-Khalifa, técnicamente, pidió “ayuda” al CCG para aplastar el movimiento por la democracia en Bahréin. En realidad, la Casa de Saud ya había organizado una invasión a través de la carretera que une la capital Manama con Arabia Saudita. La rotonda de la Perla en Manama –la Plaza Tahrir de Bahréin– tuvo que ser literalmente demolida por la dictadura de al-Khalifa para borrar todo recuerdo físico de las manifestaciones.

Para el CCG y su jefe, la Casa de Saud, no sólo “contuvo” a Barhéin, sino que además aplacó a los súbditos sauditas con sobornos multimillonarios.

También se abrieron amplias posibilidades de beneficiarse con el agujero negro geopolítico del Norte de África.

Desde que la Casa de Saud y el emir de Catar, Hamad al-Thani, se pusieron de acuerdo, han logrado bastante, a pesar de los recientes rumores de un golpe militar contra el emir. El bombardeo “humanitario” de Libia representó el cenit del abrazo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el CCG, con Catar en la vanguardia y la Casa de Saud dirigiendo, en cierto modo, desde atrás.

Los dividendos fueron fabulosos. Abdel Hakim Belhaj es ahora comandante militar de Trípoli; no es sólo un exyihadista vinculado a al Qaeda, también está muy ligado a los servicios de espionaje cataríes.

Ahora Catar y Arabia Saudita reproducen su acumen geopolítico en Siria: en ausencia de la OTAN, arman mercenarios –incluidos yihadistas y rebeldes libios de la OTAN trasplantados– e imponen una guerra civil. La Casa de Saud y Catar saben que la apuesta por la inflamación de divisiones sectarias sunítas-chiítas siempre es bien recibida en Washington.

Y también existe la ventaja adicional de una mayor penetración wahabí en el Norte de África, mediante el financiamiento de islamistas en Túnez y Egipto. Catar ha ofrecido 10 mil millones de dólares a la Hermandad Musulmana en Egipto. Y ahora Catar controla de hecho una gran parte de los recursos energéticos de Libia, lo que significa que se beneficiará generosamente de las exportaciones de gas a Europa.

Doha se puede ver como una versión mucho más apetitosa del Riad Medieval, además de la arquitectura vanguardista y de Catar Foundation impresa sobre camisetas del “FC Barcelona”. El astuto emir está más que contento de complacer a la galería anglo-francesa-estadunidense y de utilizar todo tipo de parafernalia occidental en la mayor trama de un artículo de portada en el Golfo para el rediseño occidental de la geopolítica de Oriente Medio.

En esencia se puede llamar la rápida y furiosa venganza sunita. Tal como la ven los jeques, están ganando una guerra sectaria contra los chiítas en Irán; chiítas en Bahréin; Hezbolá en el Líbano; los alauítas en Siria; y están a la ofensiva contra el gobierno de mayoría chiíta de Bagdad, Irak.

Para el rápido hombre blanco, se trata de sólo distantes estruendos en tierras bárbaras.

¿Qué importa si cualquiera que compra una entrada para el Gran Premio de Bahréin está apoyando a una dinastía suníta asesina, retrógrada e impopular en su país?

Tampoco les importa un comino a los propios jeques. Por lo tanto, divirtámonos todos con el Gran Premio de la Primavera Árabe bañado en sangre y champaña.