La prueba de fuerza que Estados Unidos y el bloque occidental emprendieron en el Consejo de Seguridad de la ONU ha demostrado que los equilibrios mundiales que vienen abriéndose paso entre las ruinas del unilateralismo estadounidense son de carácter irreversible. Esta nueva correlación de fuerzas es el lógico resultado de la evolución de los acontecimientos registrados después del derrumbe de la Unión Soviética y es también fruto de la resistencia de los pueblos y Estados del Medio Oriente ante las guerras del «imperio americano», que por demás han terminado todas en fiascos.

Los esfuerzos estadounidenses por tratar de resucitar el mundo unilateral se han articulado alrededor del complot destinado a destruir Siria, mientras que Rusia, China y los países del grupo BRICS han apostado por la firmeza de ese país árabe y por el apoyo popular del que goza su régimen como medio de acelerar los cambios en la escena internacional.

Lo sucedido en Siria en los últimos días constituye el episodio más grave y peligroso del plan tendiente a destruir ese país. El atentado que costó la vida a cuatro altos responsables sirios era parte de un amplio plan integrado y destinado a provocar el derrumbe de sectores enteros del régimen –esencialmente en el seno del ejército, los servicios de inteligencia, la seguridad y el partido– y, por lo tanto, a sabotear la moral de la población y de amplios sectores de la sociedad que siguen respaldando al régimen. La secuencia de hechos que se esperaba habría creado en el Consejo de Seguridad de la ONU un clima capaz de quebrar la oposición de Rusia y China y someter ambos países a la voluntad de Occidente, o sea imponerles la adopción de una resolución basada en el Capítulo VII de la Carta de la ONU.

Pero ese plan fracasó gracias a la solidez del liderazgo sirio que nombró de inmediato un nuevo ministro de Defensa (sunnita) y pasó al contraataque ordenando al ejército, firme a las órdenes de sus comandantes (factor que reconocen incluso los propios medios y expertos occidentales), que procediera a limpiar Damasco y las demás regiones de las bandas terroristas que se habían infiltrado en el país. La decisión del poder sirio de retomar la iniciativa coincidió con la firmeza de Moscú y Pekín en el Consejo de Seguridad, donde emitieron un doble veto, bloqueando así una resolución occidental totalmente desequilibrada que debía abrir la vía a la intervención militar extranjera en Siria pretextando la existencia en ese país de armas químicas no controladas, subterfugio ya mil veces utilizado para justificar operaciones de recolonización, como ya sucedió en Irak.

El doble veto cayó como un mazazo sobre la cabeza del «imperio americano», seguido de la prórroga de la misión de observadores de la ONU en Siria, y todo ello a pesar de las amenazas verbales y las gesticulaciones de Estados Unidos, país que se opuso al mantenimiento de esa misión. Por tercera vez, Washington tuvo que retroceder ante Rusia y China, comprobando así su propia impotencia e incapacidad para imponer su voluntad. Y mientras Washington se veía humillado en el palacio de cristal, los Contras que se habían infiltrado en varios barrios de Damasco, infiltración ampliamente difundida a través de los medios occidentales, eran aplastados por el ejército sirio.

Washington está decidido a sabotear el plan de Kofi Annan, después haberse visto obligado a aceptarlo debido a los nuevos equilibrios y la nueva correlación mundial de fuerzas. Apenas terminada la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos convocó a los supuestos amigos de Siria, a los que se les dio la misión de armar, financiar y entrenar los grupos de terroristas islámicos que actúan en Siria. Washington está tratando de retrasar al máximo el momento en que no tendrá más remedio que reconocer su derrota ante al presidente Bachar al-Assad. Y para ello perfeccionará el funcionamiento de su máquina de matar, la pondrá en juego, y se llevará por delante miles de vidas más de ciudadanos sirios, con la esperanza de lograr magros dividendos que mejoren sus posiciones políticas y diplomáticas.

La enérgica advertencia del presidente ruso Vladimir Putin contra la realización de cualquier tipo de acción en contra de Siria fuera del marco del Consejo de Seguridad de la ONU es señal de que Rusia, China y los demás Estados del grupo BRICS se mantienen del lado de Damasco. Mientras tanto, la Resistencia libanesa ha anunciado claramente, por boca del líder Sayyed Hassan Nasrallah, que Siria no estará sola si es blanco de una agresión exterior.

Occidente sabe perfectamente que todo ataque contra Siria encontrará una encarnizada resistencia de parte del ejército y del pueblo sirios y que Israel tendrá que pagar el precio de esa agresión. A eso se referían la secretaria de Estado Hillary Clinton y el secretario general de la OTAN cuando advirtieron sobre una posible catástrofe en caso de escalada de la crisis siria.

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