Las reacciones internacionales respecto a la película de «Sam Bacile» parecen cada vez más incomprensibles, si se analiza someramente y se ignora por completo quiénes encargaron su elaboración y cuáles eran sus objetivos.

Esta provocación destinada a estimular un choque de civilizaciones es muy diferentes de las anteriores provocaciones. No se trata, en este caso, de denigrar el Islam ante los pueblos occidentales para suscitar odio en contra de los musulmanes, sino de dirigirse a los musulmanes injuriándolos para suscitar entre ellos el odio a los occidentales. No es un caso de “islamofobia” sino de “islam bashing”. El objetivo es provocar la cólera de los musulmanes y orientarla contra determinados blancos. Y esos blancos son aquellos que, en Estados Unidos o entre los aliados de ese país, quieren interrumpir el ciclo de guerras iniciado a partir del 11 de septiembre de 2001.

Sigue sin aclararse si La inocencia de los musulmanes existe realmente como largometraje. Sólo se conocen por el momento los 13 minutos de ese film que se convirtieron en injurias contra el Islam después de la modificación de su banda sonora. Difundidos primeramente en YouTube, esos 13 minutos de video no tuvieron el impacto esperado hasta que se transmitieron en lengua árabe a través de la televisión salafista Al-Nas.
Grupos salafistas reaccionaron entonces con violencia. Pero, en vez de atacar su propio canal de televisión o los intereses sauditas que lo financian… arremetieron contra las representaciones diplomáticas estadounidenses.

Ya desde el 9 de septiembre, o sea 2 días antes de que la televisión salafista transmitiera el film, el Departamento de Estado había recibido avisos de que varias de sus embajadas serían atacadas el día 11. A pesar de todo, las advertencias no fueron tomadas en serio y el personal diplomático no fue alertado. El Departamento de Estado había previsto la realización de manifestaciones antiestadounidenses en ocasión de los atentados del 11 de septiembre de 2001, pero no esperaba la reactivación de una lógica tan violenta como la registrada.

Ya se ha podido comprobar que, detrás la multitud de Bengazi, había un comando armado listo para atacar el consulado y arremeter después contra la residencia fuertemente custodiada prevista como posición de repliegue en caso de incidente grave.

El blanco de la operación era el embajador estadounidense en Libia, Chris Stevens. Este especialista en asuntos del Medio-Oriente del Departamento de Estado era conocido por sus posiciones evidentemente imperialistas, pero antisionistas. Así lo confirmó el negociador especial palestino Saeb Erekat al deplorar, refiriéndose a los hechos de Bengazi, la muerte de un diplomático que se había esforzado por comprender y hacer que se oyese en Washington el punto de vista del pueblo palestino.

Había que designar además un segundo blanco para castigar a Francia por haberse puesto del lado de Estados Unidos. París se niega, en efecto, a dejarse arrastrar a una guerra contra Irán y también se niega a seguir adentrándose en el atascadero sirio. Así que se urdió una nueva provocación, recurriendo para ello a una publicación satírica que desde hace años viene sirviendo de repetidor del punto de vista neoconservador en los medios de la izquierda francesa. En previsión de las consecuencias, Francia interrumpió inmediatamente el funcionamiento de 20 de sus embajadas y ha desplegado un imponente dispositivo de seguridad.

En su propio país, el gobierno francés se ha presentado como garante de la libertad de expresión. Así que defiende el derecho de los adversarios del Islam a caricaturizarlo de forma blasfematoria. Sin embargo, contradiciéndose a sí mismo, ese mismo gobierno ha anunciado la prohibición de toda manifestación hostil al film contra el Islam o a la revista que publicó las caricaturas, negando así la libertad de expresión a los defensores del Islam.

En la tradición francesa, la libertad de expresión se considera una condición precursora de la democracia. En Francia, la libertad de expresión se acompaña por lo tanto con la prohibición de la injuria y de la difamación que alteran el debate democrático. Y la principal característica del film La inocencia de los musulmanes es que no contiene ningún hecho histórico ni presenta la menor crítica hacia el Islam, sino que se compone única y exclusivamente de escenas injuriosas. Y el insulto no está entre los derechos humanos.

Pero, volvamos al plano geopolítico. La inocencia de los musulmanes recuerda la operación desarrollada alrededor de los Versos satánicos. Fue en 1988. Irán acababa de triunfar, sólo, ante Irak, que contaba entonces con el apoyo masivo de los occidentales. En unos pocos años, el imam Khomeini había transformado un pueblo colonizado en una nación de guerreros. En su religión encontraba la fuerza que le había permitido concretar la transformación de su país y la victoria. En su empeño por acabar con la peligrosa revolución islámica, el MI6 encargó entonces la redacción de un libro al escritor británico Salman Rushdie. Rulah Khomeini publicó inmediatamente un decreto religioso condenándolo a muerte. La campaña se detuvo instantáneamente y la condena, aunque se mantuvo, no fue ejecutada.

Teherán tenía que actuar esta vez con la misma rapidez. Pero se hallaba ante una trampa: si condenaba el film caía en el juego de quienes presionan a Washington para que entre en guerra con Irán. La solución táctica reside en la intervención de nuevos protagonistas. En un primer momento, el ayatollah Ali Khamenei condenó el film, recordando a la vez que el enemigo es el sionismo. Después, en un segundo momento, el secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, se posicionó a la cabeza del movimiento. En Beirut, en un enérgico discurso ante una multitud enardecida, Nasrallah puso a quienes difunden los insultos antes sus propias responsabilidades. Con su entrada en escena, el Hezbollah modifica drásticamente la ecuación. De los desórdenes cometidos por grupúsculos salafistas desorganizados, fácilmente manipulados por Israel, se pasa así a la advertencia proveniente de una gran organización, bien estructurada, que dispone de grupos igualmente organizados en formación de batalla y en numerosos países. Ahora es Israel quien se ve al borde del abismo. Ha perdido el control de movimiento de protesta, que ahora puede volverse en su contra en cualquier momento.

Por su parte, tratando de salirse del problema, la administración Obama ha repetido una y otra vez declaraciones destinadas a apaciguar a los musulmanes. En lo que constituye una flagrante ausencia de solidaridad, ha condenado también las contradicciones francesas, con la esperanza de desviar así hacia París la cólera que ya se hizo sentir contra sus propias representaciones en el exterior.

Mientras tanto, Benjamin Netanyahu no afloja la presión. El primer ministro israelí ha emplazado a Obama a que trace una línea roja ante las ambiciones nucleares de carácter militar que él mismo atribuye a los iraníes, y a que entre en guerra cuando… Tel Aviv estime que se ha violado ese límite.