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Es la primera vez que me dirijo a esta tribuna en Naciones Unidas. Lo hago con emoción, porque sé calibrar lo que la ONU hace por nuestro mundo, lo que ha sido para nuestra historia. Lo hago también con responsabilidad, porque Francia es miembro permanente del Consejo de Seguridad y por lo tanto tiene deberes. Vengo también a recordarle a esta tribuna los valores que no pertenecen a ningún pueblo, que no son propiedad de ningún continente, que no son privilegio de ninguna fracción de la población. Vengo a hablar en nombre de valores universales que Francia siempre ha proclamado, de derechos que son los de todo ser humano, viva donde viva: la libertad, la seguridad, la resistencia a la opresión.

A estos valores y a estos derechos todavía se los pisotea demasiado a menudo en un mundo en el que pesan tres grandes amenazas que debemos mirar a la cara.

La primera es la amenaza del fanatismo, que alimenta la violencia. La hemos vuelto a ver estos últimos días.

La segunda es la economía mundial, que se ve afectada por una crisis que mantiene desigualdades insoportables.

La tercera amenaza es el desarreglo del clima, que pone en peligro la supervivencia de nuestro planeta.

Es misión de Naciones Unidas aceptar estos desafíos y encontrar, juntos, respuestas justas y fuertes. Justas porque, sin justicia, la fuerza es ciega. Fuertes porque, sin fuerza, la justicia es impotente.

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Porque debemos actuar. Actuar juntos y actuar con rapidez, porque hay una urgencia.

La primera urgencia se llama Siria.

La Asamblea de Naciones Unidas ha denunciado varias veces las masacres perpetradas por el régimen sirio, ha pedido que se juzgue a los responsables de los crímenes que se han cometido y ha deseado que haya una transición democrática. Pero todavía hoy continúa el calvario de la población. 30 000 muertos en los últimos 18 meses. ¿Hasta cuántos muertos más debemos esperar antes de actuar? ¿Cómo admitir la parálisis de la ONU?

Tengo una certeza: el régimen sirio no encontrará nunca su lugar en el concierto de las naciones. No tiene futuro entre nosotros. Por ello, he tomado la decisión, en nombre de Francia, de reconocer al Gobierno provisional, representativo de la nueva Siria, en cuanto se forme. Dicho Gobierno deberá, él mismo, dar garantías para que se respete a todas las comunidades de Siria y que puedan vivir con seguridad en su país.

Sin más tardar, pido a Naciones Unidas que le conceda ya toda su ayuda al pueblo sirio, todo el apoyo que pide, especialmente, que se protejan las zonas liberadas y se garantice la ayuda humanitaria a los refugiados. En cuanto a los dirigentes de Damasco, deben saber que la comunidad internacional no permanecerá inmóvil si, por desgracia, estos líderes acaban utilizando armas químicas.

La otra urgencia es luchar contra la más grave amenaza que pesa sobre la estabilidad mundial: deseo hablar de la proliferación de las armas nucleares.

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La tercera urgencia es encontrar, por fin, una salida al conflicto israelo-palestino.

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Lo que la ONU debe también defender, debe también promover, es un concepto del mundo basado en los derechos y las libertades fundamentales.

Las «primaveras árabes» han mostrado que dichos valores eran universales, válidos para todos los continentes, para todos los países. Quiero celebrar lo que se ha producido en Túnez, en Libia, en Egipto.

Es cierto que las transiciones no son fáciles, que existen riesgos, que puede haber idas y vueltas, que la violencia puede hacer que desaparezcan los derechos adquiridos y los avances. Francia apoyará a las nuevas autoridades políticas resultantes de elecciones democráticas en estos países, para combatir, sin benevolencia alguna, el extremismo, el fanatismo, el odio, la intolerancia y la violencia, sean cuales sean las provocaciones que puedan encontrarse, porque no hay justificación a la violencia, nunca.

Francia quiere ser ejemplar, no para dar lecciones, sino porque es su historia, es su mensaje. Ejemplar para abanderar las libertades fundamentales, es su lucha, y también su honor.

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