En nuestro país, el especialista en religión (Romney es mormón y utilizó esa doctrina en la política) Roberto Blancarte apuntó que el 63 por ciento de los indecisos estaría con Barack y que el huracán Sandy ayudó al abogado para demostrar que está más cerca de la gente que un empresario evasor de impuestos (Mitt) y quien tiene como filosofía el individualismo para salir adelante en la vida (Milenio, 6 de noviembre).

Los que decidieron los comicios fueron las mujeres (55 por ciento a favor de Obama), los afroamericanos (93 por ciento), latinos (69 por ciento) y jóvenes de 18 a 29 años (60 por ciento). Es decir, las mayorías con más necesidades luego de los desastrosos periodos de George Bush, donde se bajaron impuesto a los ricos, se incrementó el presupuesto a la industria bélica y se desataron guerras arguyendo mentiras (Irak), lo que trajo un aumento desmedido en el gasto público y la depresión económica y social.

Pero Barack enfrenta graves riesgos. Uno inminente es el llamado “precipicio fiscal”. Si en enero de 2013 no hay un acuerdo de un comité que funciona desde hace un año, el presupuesto traerá recortes en la asignación a la industria militar, pero también en programas de educación y salud. De realizarse esto, la imagen de un Obama que insiste en que seguirá adelante ayudando a la población –como lo demostró con el seguro médico, la tímida reforma para que no deporten a los latinos y la ayuda a familias necesitadas– se verá rápidamente deteriorada.

Así pues, el reto de Barack no es fácil. Más bien representa una tarea complicada y desafiante, ya que de no lograr convencer a sus rivales políticos estará en la cuerda floja como en sus primeros cuatro años. Tendrá, entonces, que tomar medidas fuertes y audaces, las cuales no han sido la característica en su personalidad, más dada a la negociación que al enfrentamiento.

Asimismo, no deberá fallar a los latinos a quienes les prometió una legalización en Estados Unidos. No sólo porque es una promesa reiterada, sino debido a que esta minoría es cada vez más importante en términos electorales pero también económicos. Sin ellos, la competencia internacional ante países como los integrantes del BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica) sería imposible.

Desde luego que otros ofrecimientos tendrá que realizar: cerrar la base de Guantánamo (en Cuba), salir de Afganistán, evitar inmiscuirse en nuevas aventuras bélicas y, destacadamente, aumentar el presupuesto en educación (hay estados donde el atraso es terrible), ciencia, tecnología y cultura, lo que reducirá gastos y aumentará la capacidad de enfrentarse a los problemas actuales, además de que le dará otra cara a un imperio que se nota cada vez más decadente.

Estados Unidos presenta, electoralmente, un atraso mayúsculo, algo que muchos comentaristas mexicanos omiten. El sistema donde se eligen delegados –herencia del siglo XVIII– muestra que la democracia es una quimera. El gasto en las campañas es absurdo. Esta vez fue de 6 mil millones de dólares (no obstante la crisis) básicamente en televisión, enfocada en ciertos estados en disputa y utilizando las armas de la propaganda negra. Los millonarios son los grandes donantes para ambos partidos, por lo que no tienen sobresaltos de quién ganará y, obviamente, con ella intentan que no afecten sus intereses. Los cabilderos de las grandes empresas son parte de los equipos de los candidatos. Y excepcionalmente gana alguien que se dice independiente, aunque en realidad se haya desprendido de un grupo de poder local.

Es decir, hay un atraso económico, político, social, cultural y ambiental muy claro.

El huracán Sandy demostró que Estados Unidos necesita urgentemente firmar el Protocolo de Kioto y cuidar el ambiente. Esto último, tímidamente, anotó en su primera contienda Obama. Ahora, empero, no basta con utilizar energías alternas, sino evitar depredar el planeta, sobre todo al impedir que se explote petróleo en donde sea y como sea.

México debe ver con cierto optimismo la reelección de Barack. Pero no se olvide que si nuestro vecino llega al precipicio fiscal nos arrastrará con él, pues no podremos enviar manufacturas a una nación con la que tenemos el 80 por ciento del comercio. Y, además, que la legalización de la mariguana en Colorado y el estado de Washington –que no la capital yanqui– abre una nueva situación para la mal llamada guerra contra las drogas.

Si las remesas de mexicanos en Estados Unidos hace poco cayeron 20 por ciento, la necesaria baja en la economía de ese país nos llevará a problemas mayúsculos en varias regiones, especialmente donde emigran más nacionales.

¿Estaremos preparados para los nuevos retos estadunidenses? O seguiremos pensando que esa locomotora sacará adelante a nuestro país.

Fuente
Contralínea (México)