No cabe duda que la creciente tendencia de generar productos y servicios con sello ecológico abre ante nuestras posibilidades de compra un nuevo mercado que promete ser una alternativa financiera redituable tanto para los productores como para los consumidores. Más allá de limitarlo a la simple dinámica del comercio, podemos ver sus beneficios en la reducción del impacto ambiental y ahorro de gasto en los recursos naturales.

Ferias, exposiciones y mercados ambientales son inmejorables oportunidades para ver de cerca este modelo de compra. Finalmente logramos eliminar a los intermediarios y conocer personalmente a los productores o fabricantes que nos presentan nuevas alternativas amigables con el medio ambiente, y ya entrados en materia, podemos conocer mejor cuáles son las diferentes maneras en las que nuestras elecciones de compra pueden ser un método eficiente para ayudar al planeta.

Responsables, comprometidos y satisfechos nos sentimos aquellos que hacemos uso de ese poder de decir que “sí” a un producto ecológico; sin embargo, no pude dejar de notar en mi última adquisición, que en realidad aquello que estaba consumiendo no lo necesitaba.

Las compras de impulso son el sustento del consumismo, si hablamos en sentido convencional, pero al haber una creciente tendencia en el mercado responsable con el medio ambiente y continuar haciendo compras superficiales ¿no estaremos generando un nuevo consumismo ecológico?

No sé si sea una respuesta correcta, pero me atrevo a pensar que un consumidor ambientalmente responsable no debería limitarse a ser aquel que se siente satisfecho solamente por elegir marcas con sello verde; algunas veces ser un consumidor ecológico significa decir “no” a una compra, incluso si prometen ayudar al planeta.

Nuestras decisiones de compra no son una mera elección entre lo que es bueno y malo: deben orientarse a satisfacer una necesidad, en premiar a los fabricantes y prestadores de servicios que pensaron en hacer un ciclo de vida de producto sustentable, en ser conscientes de que decir “no” a un producto cuya elaboración es poco responsable atraerá la atención de sus elaboradores y los hará notar que el mercado está cambiando, y que ahora deben prestar atención a las demandas de un grupo de consumidores que quiere que también se piense en el medio ambiente.

Sin embargo, no he dejado de apreciar que existen personas que, a pesar de estar haciendo un gran esfuerzo por ser compradores responsables, se cuestionan si sus acciones significan un método real para cuidar el entorno y sus recursos. Como en muchos casos prácticos de la vida, los esfuerzos individuales muchas veces nos parecen mínimos y nos autocalificamos como poco generadores de una aportación valiosa a una causa. Pero de ninguna manera debe ser así.

Existe un grupo creciente de personas que plantean una interesante alternativa a las compras, donde obtener lo que necesitamos no signifique siempre una compra; esto es el consumo colaborativo, como el trueque, préstamos temporales, regalo de cosas en desuso o simplemente el alquiler. Si se hacen grandes redes a escala que cualquiera de nosotros puede comenzar es una buena forma de iniciar este proceso.

Es cierto que pensar en lo que esperamos ver no resuelve nada sin una actividad concreta que nos acerque a la meta, pero también es cierto que mentalizarnos en que los temas son serios y graves, chocantes y hasta deprimentes, tampoco son un buen aliciente para querer encontrar una solución a un problema que, de antemano, nos hemos autoprogramado para considerarlo un caso perdido.

Es difícil, pero no tiene por qué ser negativo. El diferencial se encuentra entre pensar en el tiempo y en el dinero. Existen estudios que nos demuestran que la concentración en las cosas materiales y el dinero distraen nuestra mente de aquello que es mucho más importante para nuestro bienestar; como puede ser invertir el tiempo en meditar y actuar para ser felices.

Nuestro pensamiento, entonces, puede tener un mejor uso de su tiempo a la hora de ir a hacer compras y pensar en obtener aquello que nos satisfaga, nos ayude y que directa e indirectamente se convierta en una inversión redituable en el bienestar personal, lo que implica entonces el cuidado del entorno donde nos desenvolvemos.

Comprar no es malo, de hecho es necesario. No debemos desgastarnos pensando en la manera de sabotear el sistema económico y redirigirlo para obligar a las grandes y pequeñas industrias a que sean sustentables y que garanticen un ciclo de vida del producto ciento por ciento amigable con el medio ambiente, porque ni siquiera aquella persona que se autonombra ecologista podría lograr desenvolverse en la sociedad sin causar un impacto al planeta. Pensemos en impulsar, premiar, informarse, exigir y autoevaluarse.

Sí, prefiere aquello que es saludable y amigable con el medio ambiente, pero siempre toma en cuenta que no es el producto, sino el poder de tu elección lo más importante.

Fuente
Contralínea (México)