Hace casi 2 años que la Siria soberana está siendo objeto de una agresión externa.

Esta guerra por el control del petróleo y del gas y por objetivos geopolíticos fue iniciada por el imperialismo, por los gobiernos de Estados Unidos e Israel y sus auxiliares occidentales, aliados a las fuerzas más retrógradas del islam takfirista y wahabita, apoyándose en las facciones dominantes de los Estados esclavistas de Qatar y Arabia Saudita. Estos últimos financian y sostienen a los mercenarios terroristas que ellos mismos envían, sobre todo a través de Turquía y por decenas de miles, al territorio de Siria para sembrar allí la muerte y la desolación.

Dentro de esa coalición que pretende provocar una guerra civil de carácter interconfesional, la Francia oficial está desempeñando un papel particularmente belicista, representado por las provocadoras declaraciones del ministro francés de Relaciones Exteriores Laurent Fabius.

En el contradictorio contexto de la «primavera árabe», cuyas legítimas aspiraciones han sido tergiversadas por la manipulación occidental, un movimiento popular surgió en Siria en reclamo de más libertades democráticas y denunciando a la vez el aumento de la influencia neoliberal del FMI que obstaculizaba cada vez más el progreso económico y social. Las demandas democráticas fueron desde entonces ampliamente aceptadas por iniciativa del presidente al-Assad, incluyendo la abolición del estado de urgencia.

Aquel movimiento pacífico se vio suplantado muy rápidamente por la violencia armada al servicio del extranjero. La crisis se hizo esencialmente militar. Se adueñaron de su dirección los países de la OTAN, Qatar y Arabia Saudita, que han estado financiando a los mercenarios que emprendieron masivamente la invasión de Siria. La intervención extranjera, presente desde el comienzo mismo de la crisis, se convirtió así en su factor predominante.

La injerencia extranjera sistemática crea un peligro de extensión y de regionalización del conflicto, lo que puede conducir a una guerra contra Irán y a una generalización del conflicto, con Rusia y China como blancos, a través de la aventura en Siria.

Esa política contradice fundamentalmente la estrategia equilibrada que representaba la política árabe de Francia concebida por el general Charles De Gaulle. Los dirigentes occidentales, entre ellos los de Francia, proporcionan una ayuda multiforme a los mercenarios extranjeros, principalmente en armas que acaban necesariamente cayendo en manos de las fuerzas de al-Qaeda.

Esa política contradice además todas las normas diplomáticas según las cuales no se hacen juicios irrevocables sobre una situación y es obligatorio respetar las posiciones de las demás potencias, incluso cuando no se trata de posiciones compartidas. Las declaraciones bajamente injuriosas sobre los dirigentes sirios y rusos son indignas y manchan el buen nombre de Francia ante el mundo.

Una solución negociada de la crisis hoy parece posible gracias a la mediación rusa y a las presiones de ciertas fuerzas realistas estadounidenses. En ese caso, nuestra diplomacia se habrá metido por sí misma en un callejón sin salida que la despojará de toda influencia en el arreglo.

En vez de participar –con reticencias o sin ellas– en aventuras que pueden conducir a lo peor, una Francia digna de sus valores republicanos debería dar el ejemplo de una política de distensión, de entendimiento y de cooperación y poner al alcance de todo el suroeste de Asia los medios que permitan alcanzar la paz a través del desarrollo mutuo, como alternativa a la guerra de todos contra todos.

Los franceses están siendo víctimas de una política de desinformación sistemática, masiva y generalizada tendiente a neutralizar sus reacciones y a facilitar las maniobras belicistas del gobierno. La consecuencia de esta verdadera guerra ideológica, que cuenta con el apoyo contranatura de inesperadas fuerzas políticas y sindicales, se traduce en un desarrollo insuficiente de la solidaridad militante hacia el Estado-nación y el pueblo de la Siria soberana.

Decidir quién gobierna en Siria es única y exclusivamente de la incumbencia del pueblo sirio.

Como residentes en Francia, no tenemos ningún derecho a intervenir en los asuntos internos de la sociedad siria, pero sí somos fundamentalmente contrarios a las intervenciones exteriores.

Es por esa razón que un grupo de asociaciones y militantes provenientes de horizontes diversos han tomado la iniciativa de crear una estructura de enlace y de coordinación republicana a favor de la solidaridad con la Siria soberana, estructura que adopta el nombre de Coordinación por la Soberanía de Siria y Contra la Injerencia Extranjera. Esta Coordinación apoya el derecho inalienable del pueblo sirio a determinar por sí mismo una solución nacional y soberana de la crisis.

El objetivo de esta Coordinación es promover diversas iniciativas en ese sentido.

Los primeros firmantes son:
Comité Valmy
Collectif pas en notre nom [Colectivo «No en nuestro nombre»]
Solidarité et Progrès [Solidaridad y Progreso]
Collectif Résistance et Renouveau Gaullien [Colectivo «Resistencia y Renovación Gaullista»]
Réseau Voltaire France [Red Voltaire Francia]
Cercles des volontaires [Círculo de Voluntarios]
Planète Non–violence [Planeta No Violencia]
L’Appel Franco-Arabe [Llamado Franco-Árabe]
Association Afamia [Asociación Afamia]
Union des Patriotes Syriens [Unión de Patriotas Sirios]