El 6 de julio de 2012, el criminal de guerra Abou Saleh (de la Falange al-Farouk, en el emirato islámico de Baba Amro, en Siria, sentado de frente a la extrema derecha) participaba como invitado especial del presidente francés Francois Hollande en la reunión de los «Amigos de Siria» organizada en París.

El pasado 10 de diciembre, la Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz . ¿Cómo puede uno no sorprenderse ante el otorgamiento de ese reconocimiento cuando varios países europeos participaron más que activamente en dos guerras en menos de un año?

Primero fue la guerra contra Libia, con todas las consecuencias que ya se conocen, o sea el caos, la ocupación de ciudades por bandas armadas incontrolables, la extorsión contra la población, la inseguridad cotidiana ¡y la proclamación de la sharia como base del derecho en ese país!

El pretexto esgrimido para justificar esa guerra fue la necesidad de defender a los civiles contra la furia de un dictador, pretexto basado en informaciones voluntariamente falseadas sobre la situación existente en el terreno. La operación cuyo objetivo era proteger a los civiles se convirtió, mediante un engaño internacional, en una guerra de invasión que condujo al asesinato del señor Kadafhi y a un cambio de régimen en Libia.

No sólo no se concedió ningún mandato que justificara esa expedición militar sino que además esta constituyó para Libia un auténtico desastre, con la destrucción de la mayor parte de su infraestructura y la muerte de 120 000 personas, principalmente debido a los bombardeos indiscriminados perpetrados por Francia y Gran Bretaña.

Esos mismos países miembros de la entidad que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz emprendieron después el camino de la guerra contra Siria. Esta segunda guerra se desarrolla a través de bandas armadas, entrenadas tanto por los militares de nuestros países como por los de los países que tienen fronteras con Siria. Esas bandas armadas penetran en Siria desde Turquía y el Líbano.

Aunque al principio se trata simplemente de proteger a la población civil, rápidamente se exige el fin del régimen existente y se reconoce como único interlocutor legítimo a un «Consejo Nacional de Transición», que ni es representativo ni ha sido electo.

Es cuando menos una muestra de cinismo el hecho que el consejo de transición haya sido reconocido precisamente en los palacios de Qatar, una monarquía absolutista cuyo sistema político es, sin duda alguna, el más desigual del mundo.

Sabiendo que Francia fue el primer país en reconocer ese consejo de transición como único interlocutor legítimo tendríamos que preguntarnos también ¿quién designó a nuestro país [Francia] para que se pronuncie en nombre del pueblo sirio?

Paralelamente, nuestro país [Francia] está alentando la destrucción de Siria, mediante el financiamiento y la entrega de armas a milicias salafistas, como Jabhat al-Nusra, clasificada por Estados Unidos como organización terrorista, cuando se supone que estamos combatiendo contra esas mismas milicias en Francia y en África, ¡como lo confirman los últimos acontecimientos en Mali!

Para destruir Siria nos aliamos con países como Qatar y Arabia Saudita, que son cualquier cosa menos democracias y que financian los mismos movimientos terroristas, específicamente en África.

Esos mismos países han transportado grupos terroristas a Siria, donde matan civiles, sobre todo a través de atentados con bombas, y siembran el terror en las ciudades y barrios por donde pasan.

Esos mismos grupos son responsables del asesinato del periodista [francés] Gilles Jacquier, de las masacres que hemos tratado de imputar al régimen –como la de Houla– y de los muertos encontrados en las fosas comunes que se descubren a diario. Y como si no fuese suficiente, incluso llegan a entrenar y armar niños a los que posteriormente hacen participar en las masacres, y aplican la sharia en los barrios donde se instalan.

Se habla de más de 60 000 muertos. ¿De cuántos de ellos somos nosotros directa o indirectamente responsables?

Quiero llamar la atención de forma particular sobre los cristianos de Siria. Los desmanes de las milicias islamistas, que los ven como sus blancos preferidos, han empujado a cientos de miles de ellos a tomar el camino del exilio.

La destrucción de Siria se está desarrollando de manera metódica, con la ayuda de los mal llamados «Amigos de Siria». Francia e Inglaterra nunca fueron amigos de Siria ni del pueblo sirio. ¿De cuándo data esa amistad? Y ni hablar de Qatar y de Arabia Saudita.

¿Cómo es posible imaginar que esos mismos países puedan decidir, en lugar del pueblo sirio, quién o quiénes deben gobernarlo?

¿Quién nos ha dado derecho a cometer ese acto de injerencia en vez de favorecer el diálogo? Después de haber estado de acuerdo en Ginebra con la búsqueda de un arreglo político de la crisis, los occidentales incumplieron su promesa y prosiguieron su respaldo armado a los islamistas con el pretexto de que estaban ayudando a la oposición, cuando la mayor parte de la oposición interna en Siria rechaza la guerra y está pidiendo un arreglo político.

Señor presidente, ¿cuántos muertos tendremos que tener sobre la conciencia para que cesen por fin los horrores y mentiras que les sirven de justificación? ¿Por qué se niega usted obstinadamente a trabajar con Rusia a favor de un arreglo político cuyas líneas se definieron desde hace meses en Ginebra?

¿No bastó con la desastrosa experiencia de Libia? ¿Hay que llegar a los 120 000 muertos, como en Libia?

Señor presidente, Francia es un país laico y, por lo tanto, su obligación es respaldar a las fuerzas laicas. Francia ha renunciado a su historia colonial y tiene, por consiguiente, que actuar a favor de la autodeterminación de los pueblos. Francia es un país pacífico y debe, por lo tanto, trabajar junto a las fuerzas pacíficas en la búsqueda de un arreglo político.

Es extremadamente urgente que cambie usted de política en Siria. Al proseguir esta guerra neocolonial inconfesada, está usted ensuciando la imagen y la reputación de Francia, está usted prolongando el martirio del pueblo sirio, martirio del que usted mismo será –tarde o temprano– considerado responsable, así como su predecesor será considerado responsable –entre otras cosas– de la destrucción de Libia y de la muerte de 120 000 libios.

Tenga usted el coraje de cambiar de rumbo antes de que se incendie toda la región…