18. enero, 2013 Marcos Chávez * Opinión

Habría que decirles que se vayan.

Paul Krugman (el Ingenuo), “Halcones e hipócritas”, El País, 18 de noviembre de 2012

Para un primer año de un gobierno que, como jilguerillo canta con voz engolada a los cuatro vientos cada vez que puede, su preocupación por el crecimiento mediocre de la economía, el bienestar y la inseguridad, el presupuesto (ingresos y gastos públicos) con el que iniciará su trabajo, el cual privilegia el balance fiscal cero, y que él mismo propuso, es una mala noticia.

No sólo es mala. En un contexto donde la economía evidencia los síntomas ostensibles de su debilitamiento desde un nivel de crecimiento trivial –lo más adecuado es decir de un semiestancamiento a una recesión “suave”– a partir de la segunda mitad de 2012, y cuyos efectos perniciosos se resentirán con fuerza en el primer semestre de 2013, al menos, el anuncio de la búsqueda del equilibrio de las finanzas públicas es desastroso. Peor aún. Es infame para los privilegiados que todavía tienen un empleo formal, aunque sea en condiciones deplorables, porque enfrentarán el riesgo de ser arrojados a la calle; así como para los 1.2 millones que buscarán por primera vez un puesto de trabajo, pues difícilmente lo encontrarán. Sin embargo, como veremos más adelante, no toda la población será la perdedora. Como ha ocurrido desde 1983, una minoría oligárquica resultará ganadora con el perfil del presupuesto peñanietista.

En esas circunstancias, la apuesta por el equilibrio en las hojas de balance del Estado es como cortarle las alas al emplumado jilguero en pleno viaje y esperar que mantenga su alegre vuelo, o que un avión apague sus motores en las alturas para ahorrar combustible y esperar que no pase nada.

Nadie debe sentirse engañado. Desde hace tiempo Enrique Peña Nieto y su “consejo de sabios” (Luis Videgaray, Agustín Carstens o Manlio Fabio Beltrones) hablan de “austeridad”, “prudencia”, “solidez y manejo responsable de las finanzas públicas”, “equilibrio fiscal”, “cero déficit presupuestal”, como parte de los “ejes” de la política económica. Al aprobar la Ley de Ingresos, los diputados José Francisco Yunes, David Penchyna (priístas) y Héctor Larios (panista), en pleno amasiato bipartidista, alabaron su contenido porque es “responsable y prudente para mantener la estabilidad macroeconómica y de las finanzas públicas”. La misma “prudencia” se adoptó con el gasto. Aunque sean ejes de una carreta sin ruedas.

Para asegurar la “confianza” de los “mercados” en la “prudencia” del gobierno, Enrique Peña nombró para la Secretaría de Hacienda y Crédito Público a un titular “responsable”. En su artículo “El déficit público, los pájaros y los economistas”, el economista catalán Antoni Soy i Casals dice: ante “el déficit público se hace referencia a diferentes tipos de pájaros: los deficit hawks o halcones, el ala más conservadora de la ortodoxia económica, que se oponen por principio a los déficits, quieren recortes inmediatos y severos, creen que las recesiones y las expansiones [económicas] son inevitables y que el gobierno no puede (ni debería) hacer nada para controlar la economía a corto plazo; los deficit doves, palomas o neokeynesianos, el ala más progresista de la ortodoxia económica, que creen que los gobiernos pueden (y deben) jugar un papel en la lucha contra las recesiones, mediante un déficit público controlado y la política monetaria, [y] apoyan déficits limitados en tiempo de crisis, antes de imponer políticas de austeridad y recortes limitados, cuando la economía se recupera; y los deficit owls, o lechuzas postkeynesianas, decididos partidarios de la intervención pública en la economía, a partir de la política fiscal o de rentas, ya que son muy escépticos en relación a las posibilidades de la política monetaria, sin límites arbitrarios en la dimensión o en la duración de los déficits públicos”.

¿Qué clase de pájaro eligió Enrique Peña para manejar la economía?

Eligió a Videgaray. Un deficit hawk. Un “terrorista del déficit”, un “histérico abismo fiscal”, como dirían los economistas antineoliberales Marshall Auerback y Dean Baker. Un Chicago Boy al estilo Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Guillermo Ortiz o Agustín Carstens, fanático del equilibrio, experto en el uso de la tijera y el hacha, poco avispado en los zurcidos invisibles, pues los perversos detalles asoman la nariz en el doblez presupuestario, novato en la simulación. Videgaray dijo que es un programa “prudente”, “realista”, “que pretende sentar las bases para un crecimiento sostenido y vigoroso”, aunque advirtió “de riesgos reales en Europa y Estados Unidos que podrían representar una desaceleración de la economía de México”.

Como dice Baker: “es válido preguntar cómo los que proponen reducir el déficit piensan que mientras menor sea [el déficit] será mayor el crecimiento y la creación de empleo en una economía hundida en la depresión” o que se desacelera. “La respuesta no es sencilla. No tenemos una historia coherente, así como los creacionistas no tienen una explicación coherente para lo que conocemos sobre los reinos animal y vegetal. La gran diferencia es que los halcones del déficit determinan la política económica” (“Una de antiilustrados y halcones del déficit. Teoría económica creacionista”).

Ni Enrique Peña ni Luis Videgaray ni los legisladores que aprobaron el presupuesto han dado una coartada verosímil a ese dilema. La experiencia histórica evidencia dos cosas:

1. La mejor reforma para lograr la “estabilidad financiera” es la política de pleno empleo. Dice Paul Krugman: “los déficits son cosa buena cuando la economía está muy deprimida. [Su] reducción debería esperar hasta que la economía recupere fuerza”. Y cita a John M Keynes: “la expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la austeridad”. El gasto público social y productivo deficitario aminora la caída o impulsa el crecimiento: más inversión, empleo, salarios y consumo que elevan la recaudación y atenúan el déficit y el endeudamiento”. Los mayores impuestos a quienes más ganan “se justifican sobre la base de la justicia económica”, dice el economista Michael Hudson.

2. La estabilidad de precios y la austeridad pública como proponen “los cascarrabias del déficit” (Krugman) generan el efecto contrario a las variables citadas. Con el colapso de 2009, los halcones dijeron “hipócritamente” (Auerback) que se habían vuelto keynesianos. Pero usaron el déficit fiscal y la deuda para darle el dinero a los especuladores que estaban “a la cabeza de la cola, sombrero en mano” (Auerback). Sin “corregir las causas estructurales e institucionales, el parasitismo y los privilegios que buscan “almuerzos de gorra” (Hudson) desde 2011 aplican las medidas correctivas fondomonetaristas: “la austeridad más estricta y generalizada [que] tiene un efecto negativo sobre la actividad económica produce un desempleo más alto, presiona [a la baja a] los salarios y mejora de la tasa de margen”, dice el economista Michel Husson. Así, “Europa evoluciona hacia una nueva recesión, en una doble caída”. En Estados Unidos exigen austeridad ante el “abismo fiscal” que llevará a ese país, si se aplica, a recesión, y que arrastrará al mismo abismo a México, su patio trasero.

Enrique Peña, Videgaray y sus peones del Congreso de la Unión dan gato por liebre.

Anuncian el riesgo externo que ya es una recesión en Europa. Las exportaciones, las remesas y la inversión interna caen. Hablan de crecimiento para este año (3.5 por ciento) y éste será menor al de 2012 (3.9 por ciento). ¿Qué proponen ante la desaceleración? Una política procrisis y no antirecesiva.

Los ingresos aprobados, 3 billones 956 mil millones de pesos (que incluyen endeudamiento), apenas serán 0.6 por ciento más que en 2012. El generoso Congreso de la Unión dio 23.8 mil millones de pesos más. ¿Cómo? Al elevar el precio del crudo de 84.9 a 86 dólares por barril (4.8 mil millones de pesos) –los panistas lo subestimaron deliberadamente para usar la diferencia a su gusto–, al pedirle a la ineficiente Hacienda que use el terrorismo en contra de los contribuyentes débiles para mejorar la captación (18 mil millones de pesos) y al aumentar un poco el endeudamiento.

En los apresurados zurcidos presupuestales se entreveran cosas ominosas, como la discrecionalidad de Hacienda para condonar 1.7 millones de créditos fiscales, por un total de 698 mil millones de pesos, de contribuyentes celosamente escondidos por la misma Hacienda, entre ellos hombres de presa que financiaron la campaña del Partido Revolucionario Institucional-Partido Acción Nacional; perdonar un 60 por ciento los adeudos de los gobiernos estatales y municipales que cumplan con el pago de su impuesto sobre la renta, dinero usado en parte inescrupulosamente (financiar campañas, regalárselo a la Iglesia Católica, engrosar cuentas de gobernadores y munícipes); la libertad a los empresarios de intoxicar a la naturaleza sin que sean sancionados, un regalo de los “ecologistas” del Partido Verde Ecologista de México; una tasa fiscal de 1.2 por ciento a las depredadoras mineras y cuyos trabajadores mueren como moscas, ya que esas firmas “ahorran” en seguridad.

La cobija del ingreso es estrecha. La del gasto total también: sólo crecerá 0.1 por ciento. Es como el estertor de un cuerpo comatoso. Una inflación mayor a 3 por ciento los volverá decrementos. Obligará a sacrificar algunos renglones del gasto, muchos de ellos de por sí sacrificados por la “austeridad”. Lo único que no se toca es el gasto no programable, que subirá 5.3 por ciento: el costo financiero de la deuda, 8.1 por ciento, y las participaciones fiscales de estados y municipios, 4.1 por ciento. Un alza de los réditos aumentará los 350.4 mil millones de pesos de dicho costo. Como se tiene que mantener la “confianza” de los “mercados” y demostrar que el gobierno es “cumplidor”, se pagará lo que sea. No importa que tengan que reducirse las participaciones o el programable (social, productivo, administrativo), que fue víctima de las tijeras. En su clasificación económica subirá 1.8 por ciento. Pero unos renglones aumentaron a costa de otros. Los ganadores fueron los relacionados con el gran garrote: la seguridad. El gasto social, la limosna asistencialista que sirve para comprar votos, sube un modesto 2.35 por ciento, y de desarrollo económico, 1.7 por ciento. La educación, minería, manufacturas, construcción y comunicaciones sufrieron también del paso de las tijeras; el ambiente, la cultura, recreación, otros gastos sociales y el transporte fueron asaltados a hachazos.

La inversión impulsada (pública presupuestaria, sector privado bajo el esquema Pidiregas [proyectos de infraestructura diferidos en el registro del gasto] y la paraestatal) caerá 1.9 por ciento. La presupuestal, 1.9 por ciento, y será menor porque el 2.4 por ciento del total se destinará al pago de Pidiregas, que subirá 10 por ciento: el resto de la pública caerá 2.1 por ciento. El castigo es deliberado: tiene como objeto abrir el espacio a los depredadores empresariales en la obra pública, que crecerá 7 por ciento y equivaldrá al 7.9 por ciento del total (770 mil millones de pesos reales). Si se suman los Pidiregas pagados, la privada sube a 1.2 por ciento. ¿Dónde invertirán? En las industrias eléctrica y petrolera principalmente. Por ello apostaron en: Enrique Peña es “cumplidor”, con la reprivatización de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, que se convertirán en simples cascarones administradores de contratos privados, pese al estercolero en que se han convertido y que si hubiera justicia, sus funcionarios ampliarían la saturación de las cárceles.

Como se necesitan ingresos, seguirá el saqueo de los bolsillos del pueblo con las criminales alzas en el precio de la electricidad, el gas, las gasolinas y demás. Tarifas primermundistas con salarios similares a Zambia o Zimbabue, los más pobres del mundo. El futuro: “flexibles”, miserables y menor talla. O mayor, porque la pérdida del ingreso se compensará con menos alimentos y bienestar o productos basura.

¿Un balance cero con un déficit global por 326 mil millones de pesos, 2.4 por ciento del producto interno bruto, para 2013?

El cero es en el balance económico primario, que excluye el pago de intereses de la deuda. Pasa de un déficit por 55.3 mil millones de pesos a un superávit por 24.6 mil millones de pesos. Un sobreajuste de 79.9 mil millones de pesos. La suma del déficit global, 326 mil millones de pesos, y el superávit primario, 24.6 mil millones de pesos, es igual a 358.9 mil millones de pesos. Exactamente la cantidad del costo de la deuda pública. Ésa es la explicación de la “austeridad”. Sacrificar a las mayorías para pagar a otros pájaros siniestros: los buitres financieros.

El cero es también para el peñanietismo prometedor de bienestar, reducida a más miseria a manos llenas para las mayorías y de turbios beneficios para el crimen organizado: la oligarquía.

El campo de cultivo ideal para la delincuencia, el resentimiento y los descontentos que quieren acabar con la farsa democrática y el sistema capitalista neoliberal mexicano.

¿Cómo decirles que no a estos últimos?

*Economista

Fuente: Contralínea 317 / enero 2013