Se trata de un respiro en un mar embravecido que no habrá de durar mucho, porque la crisis que vive Estados Unidos es muy profunda y no tiene solución en las actuales circunstancias. Allá como aquí, los ricos nunca están conformes con lo que tienen y quieren más, en un proceso inacabable que pagan quienes no tienen más que su fuerza de trabajo para subsistir, así como los países cuya capacidad de sobrevivencia está en sus materias primas, cuyos precios en los mercados internacionales son controlados por las superpotencias.

Por eso Enrique Peña Nieto se congratuló por el acuerdo en la cúpula del poder estadunidense, en tanto que permite seguir la ruta trazada sin tener que recurrir a medidas extremas, como hubiera sucedido de no llegarse a un acuerdo en Washington. El gobierno que encabeza el priísta hubiera tenido que desenmascararse y actuar abiertamente en contra de la nación, no digamos en contra de las clases mayoritarias. Por lo pronto, podrá tener tiempo para no perder tan pronto la poca confianza que los sectores mayoritarios tienen en su mandato.

En su primer acto público de 2013 puntualizó que debe ser este año el de la transformación económica, pues “necesitamos destrabar los cuellos de botella y liberar la energía creadora de los sectores productivos del país”. Sin embargo, jamás podrá lograrlo con políticas públicas contrarias a ese objetivo prioritario, como las mentadas “reformas estructurales” que nos quieren imponer los centros de poder trasnacional, para acelerar el proceso de desmantelamiento del Estado mexicano y favorecer sus particulares intereses.

En la actualidad, México es un país hipotecado no sólo por su impagable deuda externa, sino porque sus principales recursos no son ya patrimonio de los mexicanos. Por eso les urge, a esos grandes intereses trasnacionales, concretar la reforma energética que garantice el total usufructo de Petróleos Mexicanos. Asimismo, es un imperativo para el grupo en el poder sacar adelante la reforma hacendaria que ponga a salvo los grandes capitales, objetivo esencial en esta etapa de crisis que está viviendo el neoliberalismo.
En este momento, los discursos demagógicos de Peña Nieto pueden rendir frutos, ya que la sociedad mexicana tiende a ser optimista para evitar enfrentarse a la realidad. Promete un futuro luminoso, imposible de cumplir sin afectar los intereses de la oligarquía. Ya se sabe que no tiene una mínima intención de hacerlo, porque resulta menos costoso para su gobierno enfrentar el descontento popular que la ira de los grandes oligarcas. Otra sería la situación si la sociedad mayoritaria estuviera organizada y dispuesta a hacer valer su fuerza. Pero lamentablemente no es así.

De ahí que los discursos de Peña Nieto sean hasta dignos de aplauso, pues están hechos de promesas que al pueblo le gustaría que se hicieran realidad muy pronto; en su enajenación, las masas le dan no sólo el beneficio de la duda, sino su apoyo, porque llegan a creer que le hace falta para alcanzar las metas trazadas. Por eso el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, se muestra condescendiente con los trabajadores y reconoce que las cosas en México no están nada bien en lo tocante a las relaciones laborales, como lo indica el que 60 de cada 100 trabajadores se encuentren en la informalidad.

Con todo, en los hechos, eso no tiene la menor importancia para el grupo en el poder, como lo demostró al luchar de manera muy firme para que fuera aprobada la reforma laboral, cuyo resultado será impulsar con más fuerza la informalidad.

En resumen: está muy claro que la actual administración federal se dejará llevar por la demagogia más obvia e insultante, al fin que el pueblo está muy enajenado por la televisión y no tiene una idea clara de las causas que ocasionan su pobreza.

Fuente
Contralínea (México)