Fotos: José Luis Santillán

San Martín Peras, Oaxaca. “¡Vengan, vengan a ver mi casa, no se vayan!”, dice Dominga Hernández, que piensa que las personas con cámara fotográfica y libretas son “del gobierno”. “Queremos pedirles ayuda, ver qué podemos hacer, nos hacen falta muchas cosas”. Es difícil explicar que el equipo no es de quien los integrará a los programas sociales de los que carecen. “Pensamos que sí lo eran, porque aquí nunca vienen”, dice, desilusionada.

Es una de las mujeres que pueblan el municipio de 11 mil 361 habitantes, aunque también ha tenido que migrar a los campos del Norte del país, para la cosecha de fresa o jitomate. Es también la que se encarga de cuidar a sus hermanos en el jornal.

Vive con siete de sus familiares: cuatro adultos dedicados al campo de autoconsumo, desempleados, y tres niños que apenas prueban alimento. El terreno en el que se levantan las paredes de madera y adobe no rebasa los 5 metros de largo por unos 6 de ancho. Los techos de lámina filtran el aire y la lluvia enfría el lugar. Para mejorar el clima mantienen encendida la leña con la que preparan sus alimentos. El humo invade la habitación, el ambiente es asfixiante.

Dominga sólo concluyó la primaria, dejó de estudiar por falta de recursos. En esta comunidad na’saavi el 53.04 por ciento de la población de 15 años o más es analfabeta, en tanto que el 76.03 por ciento de población de 15 años o más está sin primaria completa, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

“¡Queremos que nos ayuden en una obra; necesitamos muchas cosas: no hay teléfono, no hay nada, porque aquí no hay trabajo! A veces salgo al campo, pero debo pagar el autobús y ¡no hay dinero!”, dice, en tono desesperado. En esta comunidad la gente sobrevive de la producción de autoconsumo. El maíz y el frijol son sus principales alimentos.

Ella podría salir en un par de meses rumbo a los campos de Sinaloa, para trabajar en la cosecha de tomate. Todo depende de que su hermana, que está allá desde marzo de 2012, le envíe recursos para el traslado, de lo contrario permanecerá en su tierra.

“Allá nos va un poco mejor, depende del contrato que nos den. Ganamos bien poquito, unos 100 pesos al día, de 7 de la mañana a 4 de la tarde. Nos quedamos en un pueblo donde pagamos renta de 300 o 400 pesos al mes, además del pasaje del carro. Cuando regresamos, apenas nos alcanza. Traemos poquito de dinero que nos sirve para seguir”, relata.

La misma situación es para el resto de su familia. Su padre se llama Antonio Hernández, de 49 años de edad, y es campesino desde chamaco, migrante desde entonces ha tenido que viajar a Sinaloa y Baja California Sur. En 2005 llegó a Estados Unidos para el cuidado de ganado, pero tuvo que volver después de haber padecido la infección de una muela. Allá no había quien lo atendiera, por su condición de ilegalidad.

Fuente
Contralínea (México)

Este trabajo se compone de 3 partes:

Parte 1: San Martín Peras, migrar para subsistir
Parte 2: Analfabetismo en San Martín Peras, 50 por ciento
Parte 3: San Martín Peras, abandono y abuso