En 2006, el senador Barack Obama se inmiscuye en la campaña previa a la elección presidencial en Kenia. La imagen lo muestra en un mitin electoral, junto a su supuesto primo Odinga.

En agosto de 2006, la prensa estadounidense daba una cobertura excepcional a la gira africana de un senador de los Estados Unidos. el hecho hubiese podido pasar inadvertido pero contenía todos los ingredientes de una «good story», de las que tanto gustan a la prensa anglosajona. El joven senador, estrella en ascenso después de haber pronunciado un discurso en la Convención demócrata de 2004, es un brillante abogado graduado de Harvard. Es negro, pero no afroamericano, o sea descendiente de esclavos, sino inmigrante kenyano de segunda generación. Ha emprendido su viaje para visitar una serie de obras sociales (lucha contra el sida e iniciativas de microcrédito) y volver a la vez sobre las huellas de sus antepasados.

Usted debe estar pensando que la cosa no es para tanto, que es cuando más una buena oportunidad de celebrar las relaciones entre Estados Unidos y África sin proyectar una imagen condescendiente. Hay, sin embargo, dos razones de peso para recordar aquel hecho: en primer lugar, aquel joven senador ha sido electo presidente de los Estados Unidos, sólo 2 años más tarde. Pero lo más importante es que aquel viaje parlamentario resultó ser la cobertura para la realización de una operación de desestabilización contra Kenya. Ello implica que podemos aprender mucho del estudio de aquel episodio

La cobertura

Oficialmente, el senador Obama es enviado en misión por la Comisión de Relaciones Exteriores, de la cual es miembro. Por lo tanto, todos sus gastos, y los del equipo que lo acompaña, van a la cuenta del Congreso de los Estados Unidos. Acompañan al joven político su esposa, sus dos hijas, su encargado de prensa Robert Gibbs y un consejero político, Mark Lippert. El joven senador tiene a su disposición un avión especial para viajar al continente negro y atravesarlo.

Según el reglamento del Congreso estadounidense, el buró de cada Comisión puede asignar misiones a sus miembros. En ese caso, se forman delegaciones conjuntas integradas por varios senadores (la mitad demócratas y la otra mitad republicanos). Los miembros de la delegación viajan generalmente juntos, aunque a veces se separan, lo cual implica el riesgo de dar a conocer en el extranjero las divergencias existentes en Estados Unidos. Pero en el caso que nos ocupa, no hubo ningún representante de los republicanos. La misión estaba únicamente en manos del demócrata Obama, quien ni siquiera rindió cuentas después a sus pares del Senado.

Sucede a veces, sin embargo, que los servicios de inteligencia recurran a la ayuda de un senador para realizar una misión en el exterior. En ese caso, el Congreso a menudo acepta proporcionar una cobertura y organiza entonces un viaje parlamentario. A veces, los elegidos del pueblo no aprecian el papel que se les pide desempeñar, sobre todo cuando se imaginan que uno de sus pares pares está demasiado vinculado a la CIA. Cuando eso sucede, un compromiso a medias da como resultado el envío de un senador no acompañado de ningún homólogo del partido rival. Así sucedió con la gira africana del senador Obama.

Ya garantizada la cobertura, los servicios de inteligencia desplegaron un segundo equipo en función de la operación. Con una discreción comparable a la de un elefante en una cristalería, detrás del avión senatorial llegaba otro avión especial, fletado por el ejército de los Estados Unidos. A bordo de este segundo avión viajaba todo un equipo especializado en «revoluciones de colores» y bajo las órdenes del general retirado J. Scott Gration, un buen conocedor de África. Sus padres, misionarios protestantes, lo educaron en el Congo, donde aprendió swahili (el idioma nacional de Kenya, Tanzania y el Congo). Lo más importante es que J. Scott Gration fue director de planificación del US European Command en 2004-2005, o sea precisamente durante la gestación del Africa Command.

El convoy aéreo debía llegar a través de Sudáfrica, pasar por la República Democrática del Congo (RDC), Kenya y Chad. Pero hubo que modificar el programa debido a la existencia de desórdenes en el Congo. Lástima porque, precisamente antes de su partida, el senador Obama había presentado una enmienda al presupuesto que asignaba una subvención de 52 millones de dólares a la RDC.

El sida en Sudáfrica

El senador Obama llega a Sudáfrica, con su comitiva oficial y su comitiva oficiosa, el 21 de agosto de 2006. Visita la Treatment Action Campaign, asociación de lucha contra el sida subvencionada por la CDC (la agencia federal estadounidense de salud pública), conocida por polémica que mantiene con el gobierno. En Sudáfrica, Obama se hace eco de las declaraciones incendiarias que había hecho días antes, en Ottawa, el embajador Stephen Lewis, enviado especial del secretario general de la ONU para la lucha contra el sida en África (suegro de la periodista Naomi Klein). Denuncia las teorías «conspiracionistas» del presidente Thabo Mbeki, quien estima que el sida fue creado en los laboratorios estadounidenses de guerra bacteriológica. Obama deplora además los tratamientos tradicionales que favorece la ministra sudafricana de Salud, Manto Tshabalala-Msimang. Pedagogo, Obama explica que él no escoge los remedios de los blancos yendo en contra de los de los negros sino que la ciencia ha demostrado la utilidad de los tratamientos con antirretrovirales.

Como buen comunicador, el senador Obama se presenta como un hombre moderno y racional ante una ministra de Salud oscurantista que quiere curar el sida utilizando remolacha, ajo y limón. En realidad, el asunto es un poco más complicado. La señora Tshabalala-Msimang es médico, especialista en obstetricia y ginecología, y nunca dijo que se podía curar el sida con la medicina tradicional sino que, a causa de los precios prohibitivos que aplican los laboratorios occidentales, los sudafricanos tenían que aprender a enfrentar el sida de otra manera, en espera de los costosos productos antirretrovirales. Luego de fracasar en sus esfuerzos por lograr que la Organización Mundial del Comercio (OMC) modificara las reglas de la propiedad intelectual sobre los medicamentos, Sudáfrica trató de desarrollar la medicina tradicional. Es en esa coyuntura que la ministra propuso tratamientos nutricionales, para reforzar el sistema inmunitario. Lo cual es, por supuesto, menos eficaz pero tiene el mérito de estar al alcance de todos. La proposición de la ministra sudafricana se basa además en la opinión de un grupo de consejeros científicos, que incluía al profesor francés Luc Montagnier, laureado con el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre el sida.

En todo caso, el verdadero tema del debate sudafricano era el acceso de los países pobres a los productos médicos. Al no tener respuesta para esa cuestión, Barack Obama la transformó en una lucha entre la ciencia y brujería. Al desviar el debate de la cuestión fundamental, Obama no favoreció la salud de los africanos sino los intereses de la transnacionales de la industria farmacéutica.

Mientras la encolerizada prensa sudafricana comenta sus declaraciones, el senador Obama se reúne con los residentes estadounidenses en un cocktail party organizado en la embajada. Posteriormente reduce la tensión visitando el museo de Soweto y abrazando al Premio Nobel de la Paz Desmond Tutu.

La revolución de color en Kenya

Los aviones especiales llevan al senador y sus dos comitivas a Kenya, país de origen de los Obama. Allí gobierna, desde 2003, el presidente Mwai Kibaki, hombre brillante, algo diletante, a menudo autócrata. Kibaki proviene de la minoría kikuyu, el grupo étnico más importante del país (22% de la población). Fue electo para luchar contra la corrupción pero no ha hecho gran cosa al respecto. En cambio, ha obtenido resultados económicos notables: el crecimiento anual ha pasado del 3,9% al 7,1% del PIB y la pobreza absoluta ha retrocedido del 56% al 46%. La razón es que Kibaki ha encontrado un nuevo socio para el desarrollo: China. Realizó, en 2005, una visita de Estado en Pekín y Shanghai y recibió, en abril de 2006, al presidente Hu Jintao en Nairobi. Kenya compra a China bienes de consumo (sobre todo artículos electrodomésticos) y equipamiento público (principalmente carreteras) a cambio de materias primas (metales recuperados, en primer lugar).

Londres y Washington, que no soportan esa intrusión china en la zona de influencia anglosajona, descubren entonces lo mucho que les agrada la oposición kenyana.

A la cabeza de dicha oposición se halla Raila Odinga, un oportunista que ya ha cambiado varias veces de partido, siempre en función de sus intereses personales. Pero Raila Odinga tiene la importante ventaja de ser hijo de Jaramogi Oginga Odinga, el líder histórico de la izquierda (quien tenía como consejero al padre de Barack Obama), y en ausencia de un sucesor para el líder pro-estadounidense Tom Mboya, es el jefe natural de los luos (que son sólo un 13% de la población pero constituyen una élite). Durante la campaña de 2002, Odinga apoyó a Mwai Kibaki e incluso lo reemplazó en varios mítines cuando Kibaki tuvo que ser hospitalizado en Londres, a causa de un accidente. Pero se pasó a la oposición cuando Kibaki se negó a nombrarlo primer ministro. Con el respaldo financiero de la National Endowment for Democracy (NED), Odinga formó entonces una nueva coalición, el «Movimiento naranja», al que tendremos que perdonarle la denominación, que denota una burocrática falta de imaginación.

Cuando Barack Obama Jr., senador estadounidense, llega a Nairobi, ya está en marcha la campaña electoral con vistas a las elecciones legislativas y presidencial. Contrariamente a las normas más elementales de la diplomacia, el senador Obama no se limita a respaldar con su presencia al candidato Odinga sino que incluso lo acompaña en su gira electoral y pronuncia discursos a su lado. Afirma que el país necesita una revolución democrática. La prensa nacional afirma, aunque sin aportar pruebas de ello, que el general Gration –miembro de la comitiva de Obama– entregó a Raila Odinga una maleta que contenía 1 millón de dólares.

Los kenyanos ven en todo esto una grave injerencia política. Pero la prensa estadounidense sólo habla de los «grandes momentos de emoción» del viaje. El senador Obama es acogido triunfalmente en la aldea natal de su familia. Allí abraza y besa a su abuela, la anciana señora que revelará –sin querer– que Barack Obama no nació en Hawai sino en Kenya. El senador y su esposa visitan un centro de prevención contra el sida, donde se someten a un test de detección de la enfermedad para demostrar que no hay en ello nada de malo.

El senador aprovecha toda posibilidad de reunirse con un Premio Nobel. Y en Kenya está la ecologista Wangari Maathai. El senador se las arregla para evitar una conversación sobre las tesis «conspiracionistas» de la señora Wangari Maathai sobre el sida (¡la mayoría de los líderes africanos sostienen esas tesis!) y le propone plantar un árbol en Uhuro Park, en homenaje a la memoria de las víctimas del atentado de 1998. Aprovecha la ocasión para pronunciar un bello discurso sobre la libertad de prensa, algo que hay que hay cuidar cotidianamente, de la misma manera que se cultiva un jardín.

El atentado del 7 de agosto de 1998 fue perpetrado al mismo tiempo que el de Dar es Salaam, en Tanzania. En ambos casos, un vehículo lleno de explosivos fue lanzado contra la embajada de Estados Unidos. La autoría de los dos atentados fue reclamada por un misterioso Ejército Islámico de Liberación de los Lugares Sagrados, que parecía no saber muy bien dónde están la Meca y Jerusalén y que además tenía mala puntería. El atentado de Nairobi costó la vida a 12 estadounidenses y, por error, mató además a 201 kenyanos e hirió a más de 5 000. Las autoridades estadounidenses lo atribuyeron a uno de sus agentes, que se había vuelto en contra de ellos: Osama ben Laden. Para vengar a los muertos estadounidenses, el presidente estadounidense de la época, Bill Clinton, lanzó la operación Infinite Reach. Siguiendo los consejos de su experto antiterrorista Richard Clarke, el presidente Clinton ordenó disparar 75 misiles contra el territorio afgano, destruyendo un campo de entrenamiento de los independentistas kashmiris y matando a sus instructores pakistaníes. También ordenó bombardear una fábrica situada en Al-Shifa (Sudán), afirmando que el terrorista islamista Ben Laden fabricaba allí un gas neurotóxico por cuenta del dictador laico Sadam Husein. La fábrica pertenecía al financista Salah Idriss, quien no tenía precisamente el perfil de un terrorista islámico ya que sus empresas de vigilancia por circuitos de video garantizan la seguridad de numerosos edificios oficiales británicos, incluyendo la sede del Parlamento. Por desgracia, Osama ben Laden acaba de comprar unas cuantas acciones en el laboratorio de Salah Idriss. Una investigación posterior realizada por la ONU demostró que la instalación bombardeado por orden del presidente Bill Clinton no fabricaba otra cosa que aspirinas y medicamentos genéricos contra la malaria. Y también producía algunos antirretrovirales para la lucha contra el sida, pero sin pagar derechos al laboratorio Gilead Science, dirigido por el ex (y también futuro) secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

Durante esa etapa, el senador Obama hace múltiples declaraciones llamando a los africanos a tomar su destino en sus propias manos. Les dice que la pobreza no es una fatalidad y que Estados Unidos estará con ellos acompañando los esfuerzos que ellos realicen.

La lucha contra el «genocidio» en Sudán

El convoy aéreo del senador Obama se dirige después hacia los campamentos de refugiados de Darfur. El objetivo de la visita no es ir a Sudán para reunirse con los protagonistas del conflicto en ese país sino comprobar las graves dificultades que encuentran los refugiados en los países vecinos, como Chad y etiopia.

Un conflicto desgarra la región de Darfur desde 2003. Según Washington es una guerra de exterminio del gobierno árabe musulmán de Khartum contra las poblaciones negras animistas de Darfur y ya habría dejado más de 300 000 muertos. En realidad, la mayoría de los sudaneses son de piel negra y de lengua árabe, el gobierno de Khartum es multiconfesional y goza del respaldo de la iglesia católica. Además, el conflicto es la continuación de una guerra civil de 20 años, no opone a dos poblaciones diferentes sino que tiene que ver con la explotación y transporte del petróleo y ha costado la vida a entre 10 000 y 30 000 personas así como el desplazamiento de otras 250 000. Lejos de favorecer una solución pacífica, la transnacional Chevron-Texaco y el gobierno estadounidense hacen todo lo que está a su alcance para provocar la caída del gobierno de Khartum y expulsar de Sudán a la compañía china CNPC. Esta última ha enviado a ese país unos 20 000 chinos (a menudo prisioneros condenados por delitos comunes y cuyas penas han sido conmutadas) para explotar el petróleo sudanés con técnicas rudimentarias y con ayuda de la compañía india ONGC Videsh. Mientras la comunidad internacional finge ignorar la injerencia extranjera y acusa al gobierno de Omar el-Bechir de ser culpable de los peores abusos, el ejército estadounidense privado de Dyncorp se jacta ante sus accionistas de haber obtenido en la región jugosos contratos disfrazando a sus hombres de milicianos jinjawid.

Prolongando la acción del secretario de Estado afroestadounidense Colin Powell, el senador de origen kenyano Obama se dedica a hablar antes las cámaras de televisión sobre el «genocidio» perpetrado contra la población negra en Sudán y de la necesidad de intervenir para protegerla y evitar una tragedia similar a la de Ruanda. Obama había sido un ferviente partidario de la Darfur Accountability Act y de la Darfur Genocide Accountability Act, en las que se da carta blanca al presidente de los Estados Unidos para financiar una fuerza de paz de la Unión Africana y enviar a los tribunales a los responsables del «genocidio».

Así concluido el Obama’s Tour, el senador y sus acompañantes se dan un salto hasta Camp Lemonier, la base estadounidense (e israelí) en Djibuti, para llegar después a la megabase militar de Stuttgart (Alemania), donde rinden cuenta de los resultados de la gira ante el general James L. Jones (el gran jefe del European Command y comandante en jefe de la OTAN) y los oficiales responsables de la creación del Africa Command.

Servicio postventa

No puede atribuirse al senador Obama la responsabilidad de los acontecimientos que se produjeron al paso de su caravana, que no por ello dejan de ser fruto de la semilla que él plantó en tierra africana.

Tres meses después, en noviembre de 2006, la ex secretaria de Estado Madeleine Albright llega a Kenya en calidad de presidenta del National Democratic Institute (el tentáculo de la National Endowment for Democracy que se encarga de sobornar a los partidos de izquierda). Su misión consiste en aportar ayuda técnica al partido hermano, el Movimiento Naranja de Raila Odinga. Y de paso, el jefe de la oposición da a la BBC una entrevista donde revela que es primo del senador Obama, secreto bien guardado hasta ese momento o más bien una invención muy reciente.

Justo antes de la votación del 27 de diciembre, un sondeo de opinión amablemente financiado por la USAID predice la victoria de Odinga frente a Kubaki. Un amigo personal del senador Obama, el senador John McCain, viaja entonces a Nairobi, como presidente del International Republican Institute (el tentáculo de la National Endowment for Democracy que se encarga de sobornar a los partidos de derecha). McCain comprueba enseguida la existencia de numerosas irregularidades electorales. Aunque otros observadores estiman que es difícil medir el impacto de las irregularidades, ya que han sido cometidas por diferentes partidos, según las regiones, McCain declara que los partidarios del presidente Kibaki han falseado los resultados para mantenerlo en el poder pero que los electores votaron por Odinga.

El 1º de enero, los kenyanos reciben una oleada de SMS anónimos a través de sus teléfonos celulares. En los distritos poblados por los luos, los mensajes indican: «Queridos kenyanos, los kikuyus han robado el porvenir de nuestros hijos… Tenemos que aplicarles el único tratamiento que ellos entienden… la violencia.» En los distritos donde los kikuyu son mayoritarios, los mensajes indican: «No se derramará la sangre de ningún kikuyu inocente. Nosotros los masacraremos a ellos, incluso en el corazón de la capital. Por la Justicia, hagan una lista de los luos que ustedes conocen. Nosotros enviaremos los números de teléfono a los que debe enviarse esa información.»

Hasta el día de hoy se desconoce quién envió aquellos SMS, a pesar de que son muy pocos los operadores que disponen de los medios necesarios para desatar una campaña de esa envergadura.

El resultado no se hace esperar. Resurgen viejos conflictos. Kenya, país citado como ejemplo de estabilidad en África, se hunde bruscamente en la violencia. En sólo un mes, los disturbios interétnicos dejan más de 1 000 muertos y 300 000 desplazados, así como la pérdida de 500 000 empleos.

Regresa entonces la señora Albright. Propone la mediación de un organismo independiente, el Oslo Center for Peace and Human Rights. Este último envía a dos de sus administradores: el ex primer ministro noruego Kjell Magne Bondevik y el ex secretario general de la ONU Kofi Annan (muy presente en los países escandinavos desde que se casó con la hija de la hermana de Raoul Wallenberg). En realidad, el Oslo Center es una organización gemela del Carter Center y los gastos de los mediadores son sufragados por el instituto que dirige Madeleine Albright.

Ante la presión estadounidense, el presidente Kibaki acepta crear un puesto de primer ministro para otorgarlo a su rival Raila Odinga. Oduru Odinga, hermano del anterior, es nombrado ministro de Finanzas del gobierno de coalición.

Epílogo

El senador Obama fue electo presidente de los Estados Unidos. Para festejar esa victoria, su «primo», el primer ministro Odinga decretó en Kenya 3 días de fiesta nacional. En julio de 2009, el presidente Obama tendió la mano a los africanos al pronunciar un solemne discurso ante el parlamento de Ghana. Allí desarrolló el discurso que ya había ensayado en Kenya: los africanos tienen que dejar de lamentarse por las desgracias del pasado, tienen que ser capaces de ocuparse de sí mismos y Washington los ayudará a hacerlo. Algunos aguafiestas le respondieron que si los africanos tenían que olvidar el episodio de la esclavitud y de la descolonización, los occidentales debían hacer lo mismo con la deuda, que es consecuencia de los crímenes del pasado. Pero el presidente no los oyó, su avión ya había despegado.

Robert Gibbs llegó con Obama a la Casa Blanca, donde sigue siendo su encargado de prensa.

Después de haber sido miembro del consejo de administración de Chevron, el general James L. Jones se convirtió en consejero de seguridad nacional.

El consejero estratégico Mark Lippert estuvo en Irak como oficial de inteligencia de los Navy Seals. Hoy es jefe del gabinete del general James L. Jones y se ocupa en particular de Afganistán e Irak.

El general Scott Gration ya no está retirado. Fue nombrado adjunto del general James L. Jones y enviado especial para Darfur. Aconseja que Estados Unidos deje de desestabilizar Sudan para ganarse así la confianza de los africanos y desplegar el Africa Command en suelo africano. Sigue distribuyendo maletas llenas de dólares al negociar la unificación de los movimientos rebeldes de Sudán, Etiopía y Eritrea, para poder controlarlos.