La represión del 1 de diciembre contra jóvenes, de la cual todavía no hay ningún resultado claro y más bien tiende a “archivarse”, es decir, a no aclararse en mucho tiempo; su famoso Pacto por México, donde enganchó a los dos partidos opositores más importantes en un proyecto amplio y seguramente muy poco consistente; la reforma educativa, que fue aprobada luego de un cabildeo intenso con los gobernadores; y la detención, con delitos poco sólidos como lavado de dinero, de Elba Esther Gordillo, golpe mediático importante y ajuste de tuercas con los mandatarios estatales que tenían vínculos con la Maestra.

Por esas y otras acciones menores, se necesitaba un partido que dijera: “a sus órdenes, señor presidente”. Ya que las tareas por venir (impuesto al valor agregado en alimentos y medicinas, inversión privada en Petróleos Mexicanos, modificaciones en telecomunicaciones y mayor apertura al extranjero en turismo y otras áreas) necesitan un PRI que actúe según le dictan desde Los Pinos, y no uno que debata y ponga en riesgo el proyecto de un presidente sin ideología, como le gusta definirse a Enrique.

Pero lo que jamás esperábamos es que el llamado “primer priísta” de la nación fuera nombrado presidente de la Comisión Política Permanente de ese partido.

Que el asunto es excesivo y polémico lo señala Jorge Alcocer: “se trata de una medida [el nombramiento de Enrique] sin precedente que involucra de manera directa al jefe de Estado en los asuntos de su partido. Puede ser un error político, amén de plantear una inevitable polémica sobre la constitucionalidad de tal norma” (Reforma, 5 de marzo de 2013).

Tiene razón el director de la revista Voz y Voto, ligado de diversas maneras a grupos priístas. Esto se daba generalmente en los países que abanderaban el socialismo real, entre ellos Cuba y Venezuela –hoy de luto por el fallecimiento de Hugo Chávez Frías–, pero extraño en naciones donde se asegura que la democracia es su emblema, ya que se deben separar, lógicamente, partido y gobierno.

Y no se trata únicamente de la “sana distancia” que predicaban Ernesto Zedillo y otros, sino de entender claramente que una cosa es manejar un gobierno y hacer programas a favor de todos, especialmente los más necesitados, y otra, el tratar de imponer y/o negociar los proyectos partidarios, que como su nombre lo dice, serán parciales y no generales.

Por eso también es incorrecto, por decir lo menos, que Peña Nieto diga: “El único interés que protegeré será el interés nacional”. ¿Y el de su partido y sus militantes al ser el máximo líder de la organización?

Por eso la contradicción flagrante se mostró en la reunión para festejar el 84 aniversario priísta. En ella estuvo, aunque no llegara al presídium –quizá ni al presidio–, el octogenario Joaquín Gamboa Pascoe (quien fue detenido en la época de José López Portillo por traficar hornos de microondas y sea uno de los dinosaurios más impresentables del sindicalismo priísta). Y, a pesar de que no llegó al acto, continúe en el Senado de la República y en el partidazo, Carlos Romero Deschamps, quien regaló a su hijo un auto de 25 millones de pesos y a su hija viajes en jet privado con todo y mascotas. Y si se presentara Ulises Ruiz, exgobernador de Oaxaca, hubiera llegado con varios cadáveres en el clóset. Y rondara por el salón de un centro bancario el espíritu de Mario Marín y sus nexos con pederastas…

¿Ellos estarán entre el “interés nacional” peñista?

Pero las cosas fueron una nueva función televisiva más que una reunión partidista, ya que la XXI Asamblea, a donde concurrieron 4 mil 300 delegados y hubo más de 20 mil personas, concluyó en unos cuantos minutos, ya que los acuerdos estaban planchados (otra semejanza con las resoluciones de los partidos comunistas). Y entre las novedades está que regresen los inconformes que ganaron por otros partidos y ahora son gobernadores. Así pues, bienvenidos Ángel Aguirre, Mario López Valdez y quizá hasta Arturo Núñez (ya veremos).

No llegaron muchos: Humberto Moreira, Beatriz Paredes, Santiago Oñate, Dulce María Sauri, Andrés Granier (¿próximo al cadalso?) y otros más. Las razones son diversas, pero muestra debilidad en la apertura. Aunque estuvo Antonio Attolini, ex del movimiento Yo Soy 132, quien ya había doblado su brazo ante Televisa para que se note la fusión de política y espectáculo.

Acerca de la unión entre esas dos actividades, la escritora y analista Sara Sefchovich dice: “la relación entre política y espectáculo es muy vieja”. Y precisa: “es el poder buscando al poder” (Emeequis, 297).

Y si hay un “nuevo PRI”, Jesús Silva Herzog-Márquez aclara: “es el mismo de siempre. Lo que ha cambiado es el ecosistema en el que se inserta” (ídem).

Quizá la mejor definición de este nuevo dinosaurio la hizo Catón (Armando Fuentes Aguirre): “Tenemos un presidente fuerte, bienvenido, es lo que necesitaba México. Tenemos un presidente fuerte, cuidado, puede ser un riesgo para la democracia”.

Aunque tales peligros generalmente les pasan de noche a los partidos, encandilados con los destellos del poder. Así pues, es necesario estar alertas entre ciudadanos, organizaciones autónomas, instituciones de derechos humanos, etcétera.

Ello porque a 100 días del nuevo gobierno federal, Amnistía Internacional asegura que no ha cambiado en nada la lucha contra la impunidad, además que la matazón en el país continúa igual o peor que en la docena panista. Por si algo faltara, ya asesinaron al primer reportero en el sexenio, se trata del director del portal electrónico Ojinaga Noticias, Jaime Guadalupe González Domínguez, y en Ciudad Juárez balearon las instalaciones del Canal 44 y el rotativo El Diario (los tres actos, en Chihuahua).

Por lo tanto, cambios de forma y quizá de fondo, pero no en beneficio de las mayorías, sino de los nuevos intereses económicos en esta globalización.

Fuente
Contralínea (México)