Anoche, no estoy seguro, si fue entre dormido y despierto o profundamente inconsciente, me sentí dentro de un mastodonte de aviación de Air France, rumbo a París, cruzando el Atlántico con más de 350 pasajeros que no buscan indulto porque están libres de delito y pena y divisando en la penumbra Notre Dame, los Champs Elysées, la Tour Eiffel, entre otras reliquias del ingenio humano.

Ya hubiera deseado que este fenómeno onírico, natural, me transportara por los 45 países que he visitado, y en algunos he vivido por varios años, haciendo post grado en materia penal: Inglaterra e Italia. En la Rubia Albión nació Guillermo, uno de mis herederos, quien cursa estudios en la universidad de Aachen, Alemania. Maité, está en Zürich, Suiza. Otros vástagos residen en San Borja, Lima.

Entonces, me sentiría al volante de mi Fiat 850, celestito, yendo de Cambrigde (donde era Visiting Scholar) a París, cruzando Londres y el Canal de la Mancha, de Dover a Calais. Recordaría que de allí fui a Bruselas, la capital de Bélgica, Amsterdam, Copenhague, Estocolmo, Helsinki, Varsovia, Bucarest, Budapest y Sofía, en camino a Estambul, en Turquía. De aquí regresé a Roma, Italia, vendí el Fiat y con su precio volé a Lima.

Lo único que aborrecí de este sueño, que anticipa mi viaje, es que se materializara el accidente de carretera que tuve en Bulgaria y el robo que sufrí en Estambul, mientras contemplaba el Estrecho de Helesponto, que une Europa con Asia. Aquí, perdí los manuscritos del tercer tomo de mi Criminología Peruana que nunca pude reescribirlo; los dos tomos precedentes pueden revisarlos en bibliotecas. También escribí otros libros y 423 artículos que los ha publicado la red francesa Voltairenet, gracias a la gentil mediación del prestigiado periodista, pero sin fortuna crematística, Herbert Mujica Rojas.

En fin, los sueños repiten las vivencias recientes o remotas, o concretan lo que se deseó y quedó reprimido en el inconsciente o se pretende concretar, y, según Segismundo Freud, sus imágenes hasta dramatizan, nos parecen reales aun que deliren.

¡Soñar no cuesta nada, ni los mil setecientos dólares en que frisa el boleto de avión!

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