En un país latinoamericano hay un voluminoso individuo cuya megalomanía es enfermiza. Gárrulo hasta la más íntima y grasosa célula acaba de noticiar a sus connacionales que si es necesario -dice el porcino- postulará para presidente.

La obsequiosa entrevista la planteó la CIP (Cadena Internacional de Puercos) y en ella el señor Cerdo se despacha con artera voz contra quienes él considera carecen de posibilidades en sus querellas internacionales. Como si no lo supiéramos nos advirtió que él no forma parte de La Haya. Es obvio que una corte de tan alto prestigio no admite a sospechosos de enriquecimiento ilícito y a firmantes de indultos a narcotraficantes, es decir de criminales.

El señor Cerdo gana por ausencia no por competencia. Sus áulicos son de una mediocridad espantosa, no hablan: regurgitan cuanto insinúa, con ajos y cebollas, el obeso de marras. Tampoco pueden hacer mucho más: ¡sus prontuarios están bajo siete llaves y él conoce al dedillo cada uno de estos y sabe cómo hacerlos llegar a los miedos de comunicación, eslabones -bien rentados- de una proterva misión estupidizante urbi et orbi.

El país latinoamericano sobre el que discurrimos está anegado de análisis sobre la corrupción. Cada quien hace su agosto y la nombra y apostrofa a su gusto y ¡hasta cobra pingues dólares o euros o en especie con viajes y cursitos en el exterior! Curiosamente al ser parte del ADN social ya no necesita de etiologías sino de su ¡pulverización total! Y esto constituye ¡también! la eliminación de sus vectores en forma de políticos.

Del párrafo anterior puede colegirse una realidad bárbara: ¡un pueblo conoce tanto la corrupción, la padece, sufre sus consecuencias pero la considera NORMAL y parte de su vida! La pregunta adviene sola y firme: ¿es normal que una sociedad repute a la miasma como una forma de existencia desde el nacimiento hasta la muerte? Sospecho que la respuesta es simple y palmaria: ¡de ninguna manera!

En este lodazal de ambiciones y vanidades inmensas, el señor Cerdo se siente como Pedro en su casa: destroza a quien puede, usa a todos y para ello ha logrado la arquitectura de un imperio del mal que expolia dineros públicos cada vez que accede a la administración gubernamental. Decir "al poder" sería de estulticia mayúscula, ningún presidente tiene siquiera barruntos de poder, tan sólo ordena y reordena. Los núcleos purulentos desde el exterior determinan qué producir, en qué cantidad, con qué empresas contratar y cómo y para quién dar las estabilidades jurídicas a que son tan proclives sujetos como el señor Cerdo que una vez advirtió que no había que mencionar mucho a los australes "porque podían molestarse". Y en la entrevista para CIP ha reiterado su lacayismo puesto también de manifiesto en la propaganda que hace para que unas empresas se hagan de concesiones. ¡Un ex presidente de vocero servil de patrones que pagan bien, tanto que así pudo comprarse una casita de 1 millón de dólares!

Parte del diseño difusor de la campaña del señor Cerdo lo constituyen sus folletos plagados de mentiras y propuestas fundamentalistas en que hace apología de la globalización. Es legítimo, sin duda. Lo que hasta hoy no puede demostrar aquél es de dónde salieron los fondos para sus numerosas propiedades en la Ciudad Luz, para un tren de vida desenfrenado con autos de más de US$ 100 mil dólares, viajes al por mayor, etc. De la obesidad no hablemos, es propio de un porcino que se respeta a sí mismo, pasear una ancha contextura.

El señor Cerdo alienta una dinámica por la cual desea involucrar a diversas instituciones. Dice que no le observan el debido proceso en la Comisión legislativa que ausculta su gestión cuando estuvo de paso, siempre obsequioso de dádivas que quebrantan penas por doquier, en el Gran Salón Administrativo de gobierno. Pero no las tiene todas consigo. Dólares y euros posee al por mayor pero gruesos sectores tan sólo a la pronunciación de su nombre, asocian su existencia al robo, a la estafa, a la mentira, al crimen.

No hay hombres providenciales a quienes la voluntad divina ha señalado como los artífices de la revolución o del cambio en cualquier nación. El señor Cerdo, fiel a su estirpe zoológica, no lo cree así y lo ha manifestado ante los sureños. ¿Creerá el susodicho que todos practican la mayordomía doctoral que sus adláteres demuestran en cada suspiro o mirada rapaz?

Bah, nada más y nada menos que la ¡Vanagloria de un Cerdo!

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¡Vanagloria de un Cerdo!
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