El análisis de los movimientos sociales constituyó una de las actividades centrales de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Salas Obregón, Oseas, caracterizó las etapas del movimiento social en México a partir de sus flujos y sus reflujos: encontró que las masas se colocaron en una posición ofensiva de carácter histórico entre 1910 y 1917, y luego, de nueva cuenta, de 1924 a 1940, y, por el contrario, el periodo que va de 1940 a 1956 es de reflujo dominante. Identifica que de 1956 al momento de su análisis en 1972 y 1973, las masas habían emprendido una nueva ofensiva histórica, con rasgos cualitativamente distintos de las anteriores.

La consolidación del capitalismo a nivel internacional en la década de 1940 creó las condiciones para la liquidación de los modos de producción precapitalistas y para la extinción de las clases que tenían su raíz en éstos, lo que a su vez habría de engendrar las bases para que el proletariado alcanzara, con el ascenso del movimiento de masas de 1956 a 1974, su madurez política.

“[...] El proletariado […] y los campesinos pobres o semiproletarios han desarrollado, a lo largo de las 2 últimas décadas […] movilizaciones que son la manifestación del ascenso de la lucha que fuera constatado por Arturo Gámiz en 1965 [...] Esta ofensiva se ha caracterizado por ser […] una lucha sostenida: tan pronto se plegaron unos sectores, otros pasaron a la ofensiva; en momentos determinados la ofensiva procedía de diversidad de sectores […] si al principio de la ofensiva muchas luchas aparecían como luchas aisladas, cada vez son más la expresión de un ascenso generalizado [...].”

Oseas hace un análisis detallado de las formas de lucha que se presentan en ese periodo:

“[…] Las masas arriban en el actual periodo a la movilización a través del desarrollo de la lucha de resistencia que se manifiesta en diversidad de formas: motines, huelgas, ‘invasiones’, marchas, etcétera […]. Esta lucha de resistencia se ve fuertemente fortalecida por la exacerbación de las contradicciones de clase en la formación social mexicana y de manera particular por el desarrollo de la crisis económico-política por la cual atraviesa la sociedad burguesa. La pauperización, y junto con ella el recrudecimiento de las condiciones de la opresión política sobre las masas, empujan a éstas a desarrollar una lucha cada vez más amplia por transformar sus condiciones materiales y políticas de existencia.”

Oseas encuentra de 1956 a 1974 una manifestación de un ascenso revolucionario, el cual se aprecia con el paso de la actividad de sabotaje a la huelga económica, y de ahí a la huelga política, el paso de las revueltas a las manifestaciones políticas masivas y de éstas al combate de calle en las ciudades.

Respecto de la lucha en el campo, Oseas registra el paso de levantamientos espontáneos al desarrollo sistemático de las “invasiones”, y de éstas al desarrollo de huelgas económicas y políticas. Señala el paso de las asambleas en los poblados a las manifestaciones de campesinos en las ciudades y la extensión de las luchas campesinas a comarcas enteras; e igualmente identifica en el campo, como antes lo hizo en la ciudad, “el paso de una táctica de la defensa pasiva a una táctica de resistencia militar, y de ahí al desarrollo de la lucha guerrillera”.

Algunos teóricos y algunos exguerrilleros han señalado esta última afirmación de Oseas como parte de un pensamiento “delirante”. Ciertamente podrán hoy no estar de acuerdo con esta afirmación como consigna política, pero no pueden negar que el paso de la defensa pasiva a la lucha guerrillera se estaba dando en ese periodo, y su resultado es el periodo que hoy conocemos como de lucha armada en México de las décadas de 1970 y 1980.

Oseas identifica que mientras las movilizaciones de 1958-1959 pusieron como forma fundamental de lucha el desarrollo de la huelga económica, 1968 habría de poner en el centro a la huelga política.

Todo ello representa para Oseas un nuevo ascenso de la lucha del proletariado, en la cual, si bien es cierto que hubo una diversidad de derrotas, éste ha sabido sacar la experiencia para consolidar con mayor fuerza su política. “[…] Ni las derrotas políticas (las menos), ni las derrotas militares (las más), han podido detener el empuje de las masas populares”. Esto es que no se plantea un ascenso lineal, sino la existencia de flujos y reflujos relativos, sin que eso signifique para Oseas “la pérdida de la iniciativa histórica del proletariado”.

Pero ¿qué es lo que sucedió con el ascenso del movimiento y con el arribo “a una ofensiva táctica de carácter militar desarrollada como lucha guerrillera” que plantea Oseas?

La respuesta ligera a esta pregunta ha sido el elemento que académicos poco profundos y guerrilleros arrepentidos han encontrado para la descalificación apresurada de todo el edificio conceptual de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Porque de lo observado en años posteriores, o bien de 1954 a 1973 no había tal ascenso del movimiento, o bien ese movimiento no estaba pasando a formas superiores de lucha, por lo que las afirmaciones en ese sentido no eran sino “delirios”, tal y como han sostenido los detractores de la guerrilla en México.

Lo primero que habría que comentar es que este juicio sobre la llamada guerrilla, y especialmente sobre la Liga, responde a una profunda falta de documentación y a un análisis superficial de los planteamientos de esta organización.

Esta interpretación sobre la Liga la podemos encontrar en la afirmación que hiciera Rhi Sausi, en un documento publicado 1978 en el periodo de mayor algidez de la Guerra Sucia en México, donde se puede leer:

“[…] Los grupos armados –que constituyeron la Liga en 1973– llegan a la conclusión de que […] la radicalidad de las formas de lucha de muchos sectores de masas era un signo evidente de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina…” (José Rhi Sausi, La parábola de la guerrilla mexicana, Coyoacán, México, número 3, abril-junio, 1978, página 71).

Esta historia de que para la Liga Comunista 23 de Septiembre la revolución –o la insurrección– estaba a la vuelta de la esquina ha quedado, a tanto repetirse, como la historia oficial y “verdadera” de la Liga, al grado de que incluso algunos antiguos militantes de ésta la han retomado como fundamento “teórico” de la denostación de su pasado. Pero veamos lo que dice Oseas, precisamente en este documento central:

“Advirtamos de entrada que la Liga Comunista 23 de Septiembre –a diferencia de las opiniones de otras organizaciones armadas– no considera que en el actual grado de desarrollo de la lucha, la lucha guerrillera se haya colocado como forma fundamental. ¿Por qué? En primer lugar porque no basta desear que esto lo sea. La lucha guerrillera no se destaca en primer plano como resultado de la intención que exista en la cabeza de los representantes de tales o cuales grupos, sino como resultado del desarrollo que la lucha haya alcanzado. En segundo lugar, porque tal apreciación aparece siempre ligada a tendencias […] terroristas, que pretenden sustituir la acción de las masas con la actividad de los grupos armados [...]. Pretender, por ejemplo, que la acción guerrillera por sí sola prepare las condiciones subjetivas para el desarrollo de la revolución no puede sino causar la risa de cualquier marxista. En tercer lugar, porque tal apreciación está siempre ligada a una comprensión estrecha del desarrollo de la guerra de guerrillas […] como forma de lucha que abarca otras formas diversas, sin excluirlas […]. La concepción con la cual nosotros estamos en desacuerdo restringe la guerra de guerrillas a un simple método [...]. En cuarto lugar, porque de tales apreciaciones se deriva el más burdo y oportunista rebajamiento de las tareas que corresponde desarrollar a los grupos revolucionarios, fundamentalmente el rebajamiento de las tareas de educación y organización”.

Oseas da un ejemplo:

“Nada tan aberrantemente falso como decir que los combatientes de Madera [Ciudad Madera, Chihuahua, 23 de septiembre de 1965] carecían de una relación directa y sólida con el movimiento de masas de la zona. Todo lo contrario –dice Oseas– la capacidad de dirección sobre el movimiento de masas caracterizó a esos combatientes […]. De ahí en adelante, el desarrollo de la lucha guerrillera estaría ligado a las movilizaciones de Guerrero, Morelia, Sonora en 1967; al movimiento de 1968, durante el cual se amplía e intensifica; a las posteriores movilizaciones de Monterrey, Sinaloa, Chihuahua, Distrito Federal, etcétera”.

Oseas se pregunta sobre el papel específico de la lucha armada en el periodo analizado y se responde:

“en primer lugar […] crea los puntos de apoyo para la lucha abierta de masas [...] que le permiten al movimiento de masas dos cuestiones: preparar mejor su movilización y contar con una retaguardia de resguardo”.

Por si hubiera lugar a dudas, Oseas es contundente cuando afirma que “ni la insurrección ni la misma guerra han alcanzado todavía un desarrollo envolvente y totalizador que las coloque en primer plano”.

Por ello, afirma Oseas, es que las consignas centrales son “preparar la huelga política y la general, desarrollar intensamente las huelgas en todos lados, extender la huelga lo más posible, hostigar permanentemente al enemigo desarrollando más y más paros, y más y más huelgas, convertir los paros en huelga política […] apoyar toda manifestación de descontento por pequeña que esta parezca […]. ¿Es para nosotros la actual situación una situación revolucionaria? Evidentemente no”. Tal vez en la actualidad no se usaría –como lo hace Oseas– la palabra “retraso” o “formas superiores”, sino otros términos tales como “formas diferentes”, pero no hay que olvidar que cada análisis es fruto de su época y por tanto está impregnado del imaginario correspondiente.

Pero una vez hecha esta aclaración, seguimos con la duda: ¿qué pasó con el mentado “ascenso del movimiento” que identifica Oseas “en 1972 y lo que va de 1973”?

Pues sucedió un fenómeno que pocos han reparado cuando analizan la pretendida “derrota de la guerrilla en México” y que –desde mi punto de vista– tampoco fue analizado con la profundidad que se merecía por la propia Liga Comunista 23 de Septiembre.

En mi opinión no es posible negar el ascenso o flujo del movimiento del proletariado (o de la movilización social o movimientos sociales como lo llamaríamos hoy) en el periodo que identifica Oseas, y tampoco es posible negar que sus consignas pasaban de un plan meramente defensivo o reivindicativo a una lucha contra la opresión gubernamental, que podría ser conceptualizado como un “ascenso” de la movilización social.

Se podrá o no estar de acuerdo con esa tendencia del movimiento (que por cierto no era la única), pero es un hecho que, al menos en varios sectores sociales, se presentaba.

Lo que no pudo constatar Oseas (pues hay que recordar que fue desaparecido por la Dirección Federal de Seguridad en abril de 1974) es que de alguna manera la crisis económica estaba llegando a su fin, y con ello también estaba llegando a su fin el ascenso del movimiento.

En 1973-1974 se inició en México un nuevo ciclo de acumulación capitalista que marcó un respiro al sistema, y que posteriormente se convirtió en un breve pero significativo auge financiero.

Lo que Oseas no pudo constatar es que el aumento significativo de los precios internacionales del petróleo, motivado por el embargo del petróleo árabe en 1973 y la decisión de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) de triplicar sus precios de venta del crudo trajeron consigo durante 1973 y 1974 una cotización del barril de petróleo crudo que pasó de 4 a 12 dólares, y luego a 20 dólares por barril, lo cual a su vez implicó –toda vez que México era en esos momentos uno de los países del mundo con las más altas reservas probadas de petróleo– que se multiplicaran exponencialmente los ingresos financieros, lo que significó una revigorización de la inversión pública y privada y un incremento notable del gasto social, esto es un calmante temporal a la crisis.

Sin embargo, estas aportaciones importantes al análisis de los movimientos sociales de la época, su caracterización, periodización e identificación de los flujos y reflujos del movimiento permiten hoy (al menos a mí) identificar que el reflujo del movimiento que se iniciara en 1973-1974 culminó en un nuevo ascenso del movimiento social que se expresó durante la década de 1980, entre otros indicios, con la formación de las coordinadoras nacionales de distintos movimiento sociales, tales como la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, la Coordinadora Nacional de Pueblos Indios, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular y el Frente Nacional por la Defensa del Salario, ascenso que, a partir del terremoto de 1985, podría constatarse con toda nitidez, y que tendría su punto más álgido en el movimiento en contra del fraude electoral de 1988.

Fue la insurrección indígena de Chiapas en 1994 lo que marcaría el inicio de un nuevo ascenso o flujo del movimiento en México, y a partir de ahí, los ciclos cada vez más cortos de crisis económica han contribuido de alguna manera a los ascensos del movimiento social, cuyo reinicio observamos en 2004 con la lucha contra el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, que tendría como auge 2006, que no obstante el carácter demócrata-burgués de las consignas, no puede negarse como un flujo de la movilización social.

El análisis de los flujos y reflujos del movimiento, cuando no es un discurso ideologizado para justificar tal o cual política, tal o cual consigna previamente adoptada, es una herramienta fundamental para la transformación del escenario, y el cambio en la correlación de fuerzas entre los movimientos de resistencia y revolución y el régimen al que antagonizan.

Pero para documentar nuestro optimismo, más allá de los flujos y reflujos, a veces cada vez más encimados unos con otros, podemos decir que en México el movimiento de oposición al régimen ha pasado de movilizar y comprometer a decenas o centenas de personas en la década de 1950, a movilizar y comprometer a decenas de miles en la de 1960, a centenas de miles en 1970 y a millones de personas en la década de 1980 en adelante, por lo que lejos de un contemporáneo pesimismo desinformado, debería prevalecer un optimismo mejor informado.

Y no se espanten por favor, pero ante al desangramiento del país frente a las bandas de la delincuencia organizada y frente a la abdicación del Estado mexicano a su jurisdicción en importantes porciones del territorio nacional y la renuncia obvia a su –antes– autoasignado papel de “monopolio legítimo de las Fuerzas Armadas”, en los estados y regiones afectadas por el narcotráfico y los paramilitares de todo tipo, en pueblos y comarcas enteras, han surgido las policías comunitarias y las acciones concretas de autodefensa, cuyos integrantes, sin haber leído a Oseas han pasado ya, como dice éste en el Cuestiones, “de la defensa pasiva a la resistencia militar”.

39 años del secuestro de Oseas

Ignacio Arturo Salas Obregón nació en Aguascalientes. Fue herido y aprehendido a la edad de 25 años la noche del 26 de abril de 1974, después de un enfrentamiento con la policía en la colonia San Rafael, municipio de Tlalnepantla, Estado de México. Fue trasladado al Hospital General de Tlalnepantla y luego al Campo Militar Número 1, por la Dirección Federal de Seguridad, y a partir de ahí se encuentra en condición de desaparición forzada. La Liga Comunista 23 de Septiembre expresó en su periódico central Madera, número 58: “La justeza de sus aportaciones y su gran capacidad como dirigente han sido laureadas ya por el mismo transcurso del movimiento revolucionario. Hombres de esta altura no se encuentran a la vuelta de la esquina.”

Fuente
Contralínea (México)