23. junio, 2013 Jorge Retana Yarto** Ensayo

a) Igualmente que en los casos antes presentados sobre negociaciones desde los gobiernos con la mafia italiana y colombiana (véanse las ediciones 333 y 334 de Contralínea), se considera a la mafia (forma superior de organización criminal) como un poder fáctico que reta el ejercicio de algunas de las atribuciones constitucionales del Estado y de las instituciones políticas y sociales de una nación, y no es sólo un puñado de criminales o una banda de delincuentes.

b) En la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, se abre paso en Estados Unidos la idea de que en momentos en que se ve amenazada la seguridad nacional ante la llegada de los buques espías (como, por ejemplo, el 12 de junio de 1942, cuando el submarino U-202 desembarcó un equipo de saboteadores, armados con planos y explosivos en East Hampton, Long Island, Nueva York, con agentes alemanes preparados para tales actividades en dicha ciudad; véase Dobbs Michael, Saboteurs: the nazi raid on America) era necesario incluir a quien podía coadyuvar a revertir dicha problemática: la mafia italiana.

c) Tan intensa y estratégica fue esta actividad que, a finales de 1942, Estados Unidos había perdido 71 buques mercantes. Entonces, como parte de la estrategia de contraataque, se recurre a la búsqueda de una alianza con la mafia siciliana, comandada por Salvatore Lucania, Lucky Luciano, y luego, hacia el final de la contienda bélica, la liberación del propio jefe de la mafia condicionada a la deportación, operación que se denominó Bajo Mundo, y que convirtió a Luciano y a su organización mafiosa en activo estratégico de carácter operativo para la gran ofensiva aliada que requería –en su primera fase– usar y cruzar, en su camino a Normandía, los puertos de Sicilia, en Italia.

d) Durante la etapa de postguerra, a las organizaciones mafiosas que colaboraron se les mantuvo también como aliadas en la lucha contra el comunismo europeo y particularmente italiano, colaborando en acciones paramilitares, terroristas y de desestabilización sociopolítica y de todo tipo de operaciones encubiertas.

e) En esta acción crítica y altamente delicada del gobierno estadunidense se usaron los servicios de un líder como James Hoffa (jefe del sindicato de los transportistas) para abrir negociaciones con la mafia siciliana, lo que permitió la posterior conservación de dicho vínculo entre ambos (Hoffa-Lucky Luciano) para desarrollarlo como aliados en negocios ilegales durante 2 décadas.

Es decir, dicha negociación provocó un auge ulterior de los negocios ilícitos dirigidos por ambos personajes dentro de Estados Unidos, como una de sus consecuencias directas, así como la recuperación del poder de la mafia en distintas partes de Europa (sobre todo en la Italia meridional) durante la etapa de la postguerra.

Hay distintas versiones sociopolíticas e históricas sobre el surgimiento y desarrollo de la mafia siciliana o Cosa Nostra, pero parece mucho más sugerente y fecunda la tesis de que el surgimiento y desarrollo de la Cosa Nostra es consustancial a la formación del Estado italiano unificado (unidad territorial, unidad del poder político y control de los recursos económicos para el mercado interno), en cuanto a los términos y formas que le fueron propias. Pero de ninguna manera lo anterior equivale siquiera a insinuar que se trata del surgimiento de un Estado mafioso, sino que, para comprender el fenómeno de la mafia siciliana –y de allí, las otras organizaciones criminales iguales en su naturaleza– es indispensable entender también una parte esencial de la historia del Sur de Italia, del área meridional, de la incorporación de las mismas al Estado unificado italiano, porque ambas están estrechamente ligadas (véase Sahra, María: “La Mafia”, www.delcieloalatierra.es).

Si las tropas de Giuseppe Garibaldi y las posteriores, más las policías de los gobiernos en la región y concretamente en la isla de Sicilia, no pudieron desaparecer a la Cosa Nostra ni tampoco evitar el surgimiento de otras mafias en el mismo espacio geográfico meridional, ellas se enfrentaron en las primeras décadas del siglo XX con la voluntad de eliminarlas del propio duce Benito Mussolini (jefe político del movimiento fascista y de los grupos paramilitares de las Camisas Negras) quien las combatió militarmente en forma brutal, con lo cual logró reducir sensiblemente su accionar e influencia (fue el mismo caso para la mafia napolitana, llamada la Camorra), al grado de que casi las desaparece –algunos analistas opinan que prácticamente lo consiguió–, debido a que Mussolini tenía clara conciencia de que, particularmente, Sicilia estaba integrada sólo formalmente al Estado italiano. Y su concepción de un Estado totalitario pasaba por el control completo del territorio que les servía de asiento criminal, que controlaba la mafia siciliana, y donde ejercían su poder paralelo al del Estado italiano. Entonces resultaba inconcebible su permanencia.

Dicha tarea fue encomendada al célebre, por sanguinario, Cesare Mori, apodado el Prefecto de Hierro (los prefectos eran una autoridad de facto en las provincias, del tipo de un gobernador, surgido al desaparecer los ayuntamientos y ubicar la autoridad de los alcaldes por debajo de las prefecturas) con quien Mussolini hizo alarde de brutalidad militar que, claro, incluyó a la oposición obrera y comunista, y diseñó una estrategia que atacó el problema de la mafia en una doble dirección: combatiendo su vocación cuasi-estatal, pero, igualmente: “…en busca del apoyo popular y deseoso de otorgar dignidad moral y respetabilidad a su movimiento –acusado de subversión violenta y extremista– emprendió una campaña sin cuartel para aniquilar a la mafia y legitimarse”.

¿A quién nos recuerda en México?

Y a través de Cesare Mori se explicitó el objetivo estratégico, que fue:
“Obtener de inmediato un rotundo éxito para lograr el consenso y ganar credibilidad en la población (fueron deportados y detenidos miles de sospechosos, se usó ampliamente al Ejército, se sitiaron pueblos que hospedaban y ofrecían refugio y protección a los criminales, etcétera)” (Zecchinno, Francesco: “La guerra de Mussolini contra la mafia”, 18 de junio de 2011, www.estosdias.com).

A pesar de los sólidos vínculos que tenía la Cosa Nostra con autoridades políticas, incluso dentro del propio movimiento fascista con la población y la fuerte base de poder económico ya construido, la dictadura de Mussolini le arrebató a la mafia italiana mucho terreno ganado mediante un proceso altísimamente represivo, logrando hacer descender los indicadores ligados a la acción delictiva de manera drástica, encarcelando a cientos de capos, desterrando a muchos más, a costa de un régimen de terror que le salió carísimo socialmente a la población civil. Por ejemplo: como parte de las Leyes Factísimas (1925-1926) emitidas por Mussolini y orientadas a fortalecer la seguridad pública mediante la disolución de organismos, grupos políticos, etcétera, que amenazaran el orden fascista, particularmente se promulgó la Ley para la Defensa del Estado, y se instituyó el Tribunal para la Defensa del Estado. En el primer ordenamiento se consignaba, entre otras penas, la muerte, la cárcel y el destierro como represión a opositores políticos y a quienes simplemente resistían la modalidad de autoridad fascista del Estado, los que incluyeron a los padrinos y miembros destacados de la mafia como eje de una idea que hoy llamaríamos con plenitud de la seguridad nacional, entendida estrechamente como seguridad del Estado y del orden político emergente (véase Tacchi, Francesca, Atlas ilustrado del fascismo. El Estado autoritario, Editorial Susaeta, 2003).

Salvatore Lucania, Lucky Luciano, en la década de 1930 era ya todo un personaje de la mafia siciliana en Nueva York. Hijo de padres exiliados, se había convertido en uno de los más grandes jefes de la mafia, provenientes –como él– de la isla de Sicilia; también había participado en muchos asesinatos, incluidos los de unos jefes mafiosos contra otros. Formó diversas alianzas con capos del primer círculo de los grandes líderes de la mafia, como Joe Adonis, Vito Genovese, Arnold Rothstein y Frank Costello.

Durante esos años, había dos grandes jefes mafiosos indiscutidos en el hampa neoyorquina, los cuales pertenecían a la vieja guardia de mafiosos italianos conocidos como los hombres del mostacho: uno era Giuseppe Masseria; el otro, Salvatore Maranzano. Cuando este último se posicionó como el más poderoso capo neoyorkino, organizó una reunión para proclamarse como tal y recibió a unos 500 mafiosos en un salón del barrio del Bronx para que lo invistieran capi di tutti li capi. Dividió Nueva York entre cinco familias (Bonnano, Lucchese, Colombo, Mangano y Genovese). Y Maranzano comprendió que para mantener el gran poder que había alcanzado tenía que deshacerse de los hombres mas peligrosos que pudieran atentar contra él.

El principal era Lucky Luciano. Mandó asesinarlo, pero escapó milagrosamente; de allí su apodo de suertudo. Luciano, después mandó asesinar a su jefe, escalando la cima del poder mafioso. En 1935 fue el creador de Murder, Inc (Asesinos, SA), junto con Bugsy Siegel y Myer Lansky (quienes estuvieron varias veces en México y actuaron impulsando los negocios de drogas en la segunda mitad de la década de 1940, mediante Virginia Hill, quien actuaba bajo las órdenes de ellos y del mismo Luciano; se ha afirmado que Hill pudo haber sido amante del expresidente Miguel Alemán Valdés y/o de personajes de su primer círculo), los que consiguieron que Albert Anastasia se les uniera (http://escritoconsangre1.blogspot.mx/2011/08/salvatore-Lucky-Luciano-el-rey-del.html).

Cuando Estados Unidos entró directamente a la guerra contra las potencias del eje nazi-fascista y militarista japonés (luego del ataque a Pearl Harbor), Nueva York albergaba muchos navíos que suministran pertrechos y soldados al frente de guerra en Europa. Se generó por ello un ambiente de temor a saboteadores; algunos fueron atrapados y ejecutados, la sicosis a los atentados se apoderó de muchos ciudadanos estadunidenses. La mafia se declaró en contra del nazismo y el fascismo pero, al mismo tiempo, hacía sentir su poder en el control de los puertos. Desde su reclusión en presidio, Lucky Luciano organizó en 1942 el hundimiento del Normandie, célebre trasatlántico que transportaba tropas de los aliados al frente europeo para conseguir forzadamente un traslado de prisión.

En 1943 fue fichado por la inteligencia naval de Estados Unidos, pero este país precisó de sus servicios para desmontar una red de espionaje alemana en Sicilia (desde 1943 el principal escenario de operaciones de los aliados estaba en Italia). El gobierno estadunidense se dio cuenta de que tenía que entrar a negociar después del evento del Normandía: Luciano y su gente demostraron ser capaces de obstruir buques de la flota alemana. En suma, quedó claro que los puertos eran de la Cosa Nostra (véase Francis Currey, “La mafia contra el eje”, www.forosegundaguerra.com)

Las amplias actividades criminales de Luciano fueron investigadas por el fiscal público Thomas E Dewey (extorsión, tráfico de estupefacientes, prostitución, lavado de dinero). Fue detenido, encarcelado y condenado a una pena de 35 años en 1936. Ya encarcelado, el gobierno de Estados Unidos, involucrado plenamente en el conflicto bélico, se acercó a él para ofrecerle un trato: a cambio de su ayuda a la invasión aliada (para la cual, era fundamental el control de Sicilia en la Operación Overlord –que desemboca en el desembarco de Normandía–, le ofrecieron liberarlo y deportarlo a Roma. Lucky Luciano consultó la oferta con la sociedad (la organización mafiosa) y una vez dada su anuencia, se cerró el trato. En este último participó también Vitore Genovesse –él era de Nápoles y actuaba con su gente en Nueva York–. A esta negociación se le denominó Operación Bajo Mundo. Para su consecución se usaron los servicios del líder del sindicato de los transportistas, James Hoffa (representando informalmente al gobierno estadunidense), con gran poder corporativo en el sistema político de Estados Unidos pero, igualmente, de una muy cuestionable reputación.

Cuando la Operación Bajo Mundo entró en el escenario, a la organización mafiosa se le asignó a su cargo muy importantes tareas: a) contener o denunciar anticipadamente los sabotajes a los puertos propios y a los que iban a usar para grandes desembarcos de tropas los aliados, en cuya realización eran relevantes dos cuestiones: los datos transmitidos por los hombres de Luciano in situ que apoyaran el trabajo de inteligencia militar de las potencias occidentales y la facilitación de las condiciones materiales y operativas en puertos para asegurar el avance de las tropas aliadas.

“Un grupo de militares, encabezado por el teniente coronel Charles Haffenden, consciente de que quien controlaba los diques y muelles de Nueva York era la mafia, estaba decidido a conseguir su cooperación. Los oficiales de marina iniciaron los contactos con Joe Lanza, Socks, el jefe de menor importancia que controlaba el Fish Market; pero pronto recibieron una contestación unánime de los bajos fondos: la cooperación efectiva debía decidirla el verdadero jefe, Lucky Luciano. Se contactó con él a través de su abogado, Moses Polakoff. Primero reaccionó negativamente a menos que se le prometiera su liberación, pero al poco tiempo, y gracias a sus contactos, las acciones de sabotaje habían desaparecido, a finales de 1942, de los muelles de la ciudad” (http://escritoconsangre1.blogspot.mx/2011/08/salvatore-Lucky-Luciano-el-rey-del.html).

Una vez liberado Luciano (de los años que le fijaron como condena en prisión sólo cumplió 9 y salió para operar los objetivos de la alianza pactada con el gobierno estadunidense de entonces), fue luego deportado a la isla de Sicilia y allá ofreció mucha información que le transmitían los integrantes de la organización a la inteligencia estadunidense para la invasión destinada a recuperar Sicilia. La anécdota cuenta que el primer tanque aliado en llegar a un poblado siciliano portaba la bandera blanca con la L en el medio, símbolo de simpatía por los capos, y los gritos que los pobladores emitían eran dos: ¡Vivan los aliados! ¡Viva la mafia! La mafia italiana de Sicilia había logrado hacer el trabajo encomendado en 2 meses, haciendo su contribución a la ofensiva de los aliados en el Sur de Italia.

La contraparte del éxito de las operaciones militares de los aliados en uno de sus coadyuvantes, el jefe de la mafia siciliana, fue la siguiente:

“Durante los últimos años de la guerra se permitió que todos los amigos de Luciano, sin restricción alguna, lo visitaran en la cárcel. Antes de que ésta terminara, el Rey del Crimen fue trasladado de Danemora a Great Meadow, la “casa de retiro” del sistema penitenciario estadunidense. El día en que finalizó la guerra, el 7 de mayo de 1945, Lucania envió una petición de clemencia a quien fuera su perseguidor, el otrora fiscal Thomas E Dewey, entonces gobernador del estado, y éste trasladó la petición a la Junta de Libertad Condicional, nombrada por él; el 3 de enero de 1946 se anunciaba oficialmente que Lucky Luciano iba a ser puesto en libertad a condición de que se exiliase inmediatamente a su Sicilia natal.”

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Luciano vivió en Roma durante 1 año. Pero estaba descontento con la forma en que se llevaban sus negocios en Estados Unidos. Arregló una reunión con Lansky, Siegel y otros jefes en Cuba. En esta reunión él entró en fuertes discusiones con Siegel, lo que llevaría a que Siegel fuese asesinado meses más tarde. Las autoridades estadunidenses supieron todo ello y lo obligaron a regresar a Italia, en donde finalmente murió “misteriosamente” (en enero de 1962). Pero antes, siguió participando en acciones políticas con su organización en Italia y Latinoamérica. Dos ejemplos: en junio de 1953 se hizo cargo de la seguridad de los candidatos liberales de Sicilia al parlamento italiano; y en 1955, tramó el asesinato del presidente panameño José Antonio Remón Contrera, porque decomisó un cargamento importante de heroína y whisky de la organización de aquél en el muelle de Colón, lo cual confirmaron recientemente los documentos desclasificados de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia, CIA por su sigla en inglés (María Teresa Molina Amiguet, “La extraña muerte del legendario capo ‘Lucky’ Luciano”, 26 de enero de 2012, www.lavanguardia.com/hemeroteca/20120126/).

Una vez la isla en manos de los aliados, los capos sicilianos recuperaron el poder mermado en épocas fascistas y consiguieron, pocos lustros después, una nueva etapa de auge ante la mirada benevolente de los gobiernos italianos de derecha y los aliados occidentales, incluyendo Estados Unidos. Todos, mucho más preocupados por “contener al comunismo” en cuya tarea estratégica usaban incluso a la mafia italiana, que en contener al “crimen organizado”. Y así estará luego participando directa y ampliamente en la organización Red Stay Behind y en la Operación Gladio en Italia para coadyuvar con la derecha italiana, europea, Estados Unidos y la Organización del Tratado Atlántico Norte, para impedir el acceso de los comunistas al poder (véase http://resistenciayevolucion. wordpress.com/2012/01/22/la-red-stay-behind-ejercito-secreto-de-la-otan/ y www.iarnoticias.com/2011/secciones/europa/0003_operacion_gladio_08feb2011.html).

Dicha versión, en la pluma de distintos autores, sostiene que el acuerdo incluía manos libres a la mafia para su reorganización posterior, para lo cual una vez concluido el acuerdo y la propia conflagración militar en Europa y Asia, la mafia siciliana (incluyendo a la Camorra napolitana), desarrollaron un proceso amplio de recuperación hasta llegar a un nuevo auge, en su estructura, sus negocios y en su poder criminal. Para los gobiernos y servicios de seguridad e inteligencia occidentales, el anticomunismo de la mafia italiana (sin que fuera ésa su ideología propiamente, pero este componente existía), en plena guerra fría, fue muy útil e importante; la usaron en su favor en distintas ocasiones y regiones, incorporaron a las organizaciones criminales a la lucha contra el enemigo común identificado, el comunismo, de filosofía materialista dialéctica y por consiguiente ateo (véase Iñigo Domínguez, “Historias de la mafia”, www.elmundodecerca.com/)

Por su parte, James Hoffa, desde 1950 fue acusado de utilizar a miembros de la mafia siciliana como auxiliares para intimidar a pequeños empresarios reacios a negociar con su gremio, a cambio de apoyar a la mafia en lavar sus ingresos ilegales usando la vasta red de servicios prestados por el sindicato a sus trabajadores afiliados –quienes pagaban cuotas variables para mantener su afiliación–. Esta práctica resultó muy exitosa y luego fue empleada para presionar a empresarios más poderosos, quienes alegaban haber aceptado negociaciones favorables a los Teamasters debido a la alianza entre Hoffa y la mafia; esto resultaba viable en tanto el sector de empresas de transporte en Estados Unidos no estaba cubierto por grandes empresas a nivel nacional (aunque después, pasó a extorsionar a éstas), de modo que el único ente con verdadera representación nacional dentro de dicha actividad era el propio sindicato.

En 1957 el líder y presidente de la organización sindical, Dave Beck, fue a la cárcel por malversación de los fondos del sindicato. Hoffa, vicepresidente desde 1952, le sucedió en el cargo; sin embargo, la comisión parlamentaria que investigó las actividades ilegales del sindicato incluyó a personajes como Joe McCarthy, Barry Goldwater y John F Kennedy, teniendo como responsable de dicha comisión al futuro encargado del Departamento de Justicia, Robert Kennedy, quien reunió las pruebas de las “irregularidades financieras” que expresaban sus manejos ilícitos con la mafia. De allí en adelante, creció la rivalidad política aguda de Hoffa y “los Kennedy”, que lo condujo siempre del lado de los enemigos de aquellos (entre otros, de Richard Nixon y Lyndon B Johnson en sus campañas electorales respectivas). Ya como fiscal general, Bob Kennedy priorizó la lucha contra el “crimen organizado” (“Jimmy Hoffa, la desaparición de un chico malo”, www.lavanguardia.com/hemeroteca/20130214).

Hoffa fue condenado y pasó 7 años en prisión, hasta el 23 de diciembre de 1971 (en que el presidente Richard Nixon conmutó su sentencia con la condición de que no participara en actividades gremiales durante 10 años, en un claro y evidente pago “por servicios prestados a la democracia”, debemos suponer); sin embargo, desapareció el 30 de julio de 1975, y se supo después, que ello sucedió camino a entrevistarse con dos de los jefes más importantes de la mafia aliada, Anthony Giacalone, Tony Jack, y Anthony Provenzano, Tony Pro . Nunca se le volvió a ver. Se sabe que anunció que apelaría la sentencia dictada en su contra por un juez, pero ni siquiera su cuerpo fue encontrado; se le declaró legalmente muerto el 30 de julio de 1982 (Anthony Bruno, “The Disappearance of Jimmy Hoffa”, www.nypress.com/).

¿Históricamente podemos hablar de una doble moral de los gobiernos de Estados Unidos en este tema? La respuesta es claramente afirmativa. Y si es el caso, ¿moral y políticamente es obligado aceptar sus lineamientos respecto de este tema devastador para México? Ahora la respuesta es claramente negativa. Estamos ante un paradigma ideologizado de gran utilidad para la geopolítica hegemónica estadunidense, pero agotado para hacerle frente al problema globalmente y con una gran incongruencia moral.

El tema es de seguridad nacional en primer lugar para nosotros y luego para ellos; por tanto, la vía es el diseño y la aplicación de una política autónoma al respecto. La generada por la actual administración del Presidente Enrique Peña Nieto no tiene dicho atributo. A ello dedicaremos un análisis más.

*El presente texto es parte del libro de próxima aparición Mafia transnacional y economía criminal: México en la órbita de un poder paraestatal, con registro 03-2013-012111554700-01

**Maestro en ingeniería financiera con especialización en inteligencia para la seguridad nacional

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Fuente: Contralínea 340 / junio 2013