13. octubre, 2013 Opinión Opinión

En 1986 ocurrió la catástrofe de Chernobyl, Ucrania (zona agrícola con pequeñas y medianas poblaciones), donde se producen todavía nacimientos con malformaciones genéticas, y es necesario construir un segundo sarcófago de protección. El 11 de marzo de 2011, el accidente en Fukushima, Japón –con un costo inmediato de 27 mil 500 personas entre muertos y desaparecidos donde, transcurridos 30 meses, toneladas de aguas radiactivas no pueden ser controladas–, “no se detiene”, nos advirtió el experto Arjun Makhijani. A la fecha, no se ha podido acceder a dos reactores afectados, su depósito de combustible agotado continúa inestable y su manipulación-transportación es una fuerte incógnita.

A la luz de lo ocurrido no pueden ignorarse las diferencias entre la central nueclear rusa y la nipona. Asia es la región más poblada del planeta y en creciente urbanización. Tokio es la mayor área metropolitana del mundo (en sus proximidades, Seúl está en segundo rango) y su hinterland, extremadamente sensible, es complejo y conflictivo. Japón, del exclusivo club del primer mundo, es un país científica y tecnológicamente de avanzado, que ante el 11 de marzo de 2011 demostró “descoordinación, incompetencia, falta de previsión, irregularidades (públicas y privadas), y donde nadie había previsto planes efectivos de evacuación” (Yotaro Hatamura, Informe oficial). El complejo Fukushima Daiichi se encuentra a sólo 150 kilómetros de la capital japonesa, y hasta la fecha la comunidad científica no puede explicarse cómo no se produjo una explosión similar o peor que Chernobyl. “Un accidente semejante podría significar la evacuación de 35 millones de personas en Tokio, el cierre de medio Japón y comprometer la soberanía de la nación”, afirmó Akio Matsumura, asesor en temas nucleares de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la Conferencia Económica Mundial en Davos, Suiza.

Respecto de megaciudades globales es pertinente el informe de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, sobre un relevamiento de 211 plantas nucleares (la mitad de las activas) a nivel mundial, que arrojó cifras alarmantes por sus relaciones de proximidad con áreas urbanas millonarias en habitantes: Pakistán, China, India…, hasta Nueva York (planta Indian Point) y sus 17.3 millones de habitantes (Secretaría de Ciencia y Tecnología, Universidad Nacional de Rosario, Argentina).

En América Latina (con sólo el 2.79 por ciento del total de la producción eléctrica), los tres países con plantas nucleares de potencia (Brasil, Argentina y México) producen energía con una letal cercanía a sus ciudades mayores (100, 106 y 290 kilómetros de Río de Janeiro, Buenos Aires y el Distrito Federal, respectivamente, donde además se construirán nuevas centrales), en tanto y simultáneamente se articula en el Continente una gestión institucional más autonómica.

La definición de una matriz energética está directamente vinculada con la seguridad colectiva (en primer lugar) y sus estilos de desarrollo. Los cientos de miles de muertos y mutilados por accidentes nucleares y su prolongada secuela no resultan precisamente virtuosos (más allá de la discrepancias en sus cifras), ni sostenibles sus desechos radiactivos por miles de años. Información veraz, transparencia y participación colectiva posibilitarán el hasta ahora ausente pero necesario debate para la subsistencia en nuestro hábitat común.

Entre tanto, Jean Zeigler, académico suizo y relator de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, denunció: “El lobby nuclear ha conseguido que la Organización Mundial de la Salud renuncie a ocuparse de las víctimas de las catástrofes nucleares” (Acuerdo WHA 12-40, Organismo Internacional de Energía Atómica-OMS). ¿No será pertinente para los tiempos nuevos, pensar alternativas más seguras y diferentes?

*Arquitecto; autor de Energía Nuclear, réplicas humanas y urbanas, editorial Cuaderno, 2013, Rosario, Argentina

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Fuente: Contralínea 356 / 14-19 octubre de 2013