El primer ministro libio Ali Zeidan anunció, el 3 de noviembre de 2013, que Italia propuso garantizar el control de las fronteras libias, incluyendo la zona de Al-Awaynat, donde Libia limita con Sudan y con Egipto.

Se recogen así los frutos de la campaña, discretamente dirigida por la OTAN, emprendida en la prensa occidental a raíz del naufragio –el pasado 3 de octubre– de una embarcación repleta de migrantes frente a las costas de la isla italiana de Lampedusa. Dicha campaña llevó la opinión pública europea a admitir lo que en realidad constituye una intervención italiana justificándola con la necesidad de prevenir el flujo de migrantes africanos que tratan de llegar a Europa partiendo de las costas de Libia.

Pero la prensa occidental nunca se ha interrogado sobre las acusaciones que emitieron los sobrevivientes de la tragedia cuando señalaron que los barcos de guerra de la OTAN que patrullan en el Mediterráneo no respondieron a sus pedidos de auxilio y simplemente dejaron morir en el mar a más de 300 náufragos para justificar así el inicio de la campaña de prensa anteriormente mencionada.

El plan inicial de despliegue, presentado por Italia a la baronesa Catherine Ashton, responsable de la política exterior de la Unión Europea, preveía que Roma se ocupara de formar y dirigir la policía y el ejército de Libia, como medio de poner fin al flujo de migrantes.

Pero el caos reinante en Libia es de tales proporciones que ese trabajo parece imposible en las actuales condiciones y los planes prevén ahora que Italia –la antigua potencia colonial– se ocupe directamente de garantizar el control de las fronteras en el sur y en el este de Libia.

Lo anterior significa, concretamente, que la Unión Europea ha admitido la inmigración de libios y que tratará en cambio de detener en territorio libio el flujo de migrantes provenientes del África negra.