24-12-2013

Cursaba la secundaria, el año 1960, en el colegio Juan Ugaz de Santa Cruz, Cajamarca, y recuerdo con suma nitidez que mi entonces profesor de religión, un sacerdote católico, José García Marcelo, al interrogarme si su dios existía obtuvo mi respuesta sin cavilación que No, por lo que me puso la nota Cero, sin siquiera hacerme otra pregunta, la misma que se convirtió en un reto.

Día tras día, a voluntad, yo pedía una nueva evaluación, que se trocó en debate alturado. Aquella infeliz nota llegó a ser 18, por lo que no puso en peligro, junto a las demás notas, mi ubicación en el primer puesto, el premio pecuniario que gané de S/. 800.00 y mi ingreso a la universidad nacional de Trujillo, sin examen de admisión.

Digresión: quien me desaprobó en religión, se asimiló luego al ejército, terminó bajo la férula de Fujimori y Montesinos como miembro del Tribunal Constitucional y, por ende, condenado, encarcelado y cumplió toda su condena. Yo, sigo libre y boyante.

Desde aquella lejana fecha mi alejamiento de la religión, de todos los llamados santos, incluso el San Agustín de mi pueblo, de Jesucristo, de su madre María, que dicen concibió siendo virgen, tal vez por coito vestibular, y del dios mismo –fonema y concepto éste que el hombre lo inventó, hasta varios dioses de diversos tipos y formas corpóreas- se ha enriquecido y acrecentado con macicez. Ya puedo afirmar que profeso un humilde agnosticismo a mi manera. No siento, no abrigo, no creo en nada religioso, ni siquiera al tropezar por descuido, propendo a los valores directamente, sin intermediación alguna, que la reputo innecesaria.

Así he llegado a sentir y vivir una justicia acrisolada, cuando fui juez penal titular de Lima, y hoy por ella lucho como abogado; denostando de los policías, fiscales, jueces y ujieres que la venden. Trato de ser equitativo con mis hijos, a quienes nunca les faltó un pan, vestido, techo propio, educación esmerada y un padre responsable sin tener que ser enjuiciado, aunque sin navidad. Alzaprimo la bondad en mis actos y anhelo que nunca me abandone la corrección que practico, por eso soy implacable con el corrupto, peor con los que llegaron a presidente (Fujimori, García y Toledo) para enriquecerse de mala manera y enfilo contra ellos en una sana tarea de anticorrupción. Para este elenco valorativo, entre otros, veo que es innecesaria la religión y peor sus engañifas con sotana, que escancian el vino de misa en compas limpias como patena.

¿A qué cuento viene esta sentida confesión? A que mis amigos, paisanos, colegas, vecinos y hasta familiares no han escuchado ni leído aún que les deseo una feliz navidad, frase que está teñida y ultra repetida en la red, quizá sin contenido real, con insolente vacuidad.

Como muestra baste un botón. Acabo de llegar de mi pueblo natal, Catache, a donde he ido a entregar un premio dinerario a los alumnos que han ocupado el primer, segundo y tercer puesto en sus estudios primarios y de secundaria. A seis alumnos, he sentido el gozo de premiarlos, con tres mil nuevos soles en total, por haberse esforzado estudiando y de ver en sus rostros reflejada la alegría y el natural titubeo al agradecer. Valga esta aclaración: ¡no soy funcionario público!

¡Para tal solidaridad, que es otro valor, y acto de justicia no requiero religión y sus curas ensotanados, ni santos después de arrepentirse, menos palmoteos vanos de navidad. Tampoco voy a ser candidato a nada, ni estoy en compra de firmas de adherentes o votos electores!