La noticia más perturbadora es la supuesta localización de 320 esqueletos de la Flota de la Nueva España de 1630-1631. Si con esqueleto se refiere a pecio, ahora resulta que la Flota estaba integrada por al menos 320 barcos. Pero la aberrante cifra no es el mayor problema. Lo es la ligereza para emitir comunicados que pueden hacer pensar al lector que se ha encontrado parte de la tan buscada Flota, búsqueda que a lo largo de 2 décadas no ha dado consecuencias positivas. Ante lo cual debería la dependencia hacer públicos los resultados de la prospección geofísica que varios estadunidenses realizaron en 2012 a bordo del Buque Oceanográfico Justo Sierra, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el Golfo de México para tal propósito (Roberto Galindo, “La infructuosa búsqueda de Nuestra Señora del Juncal”, Contralínea 289, 17 de junio de 2012).

El recuento de la gran cantidad de objetos de diferentes materiales observados en el fondo marino que hace la “especialista” no pasa de ser una lista aleatoria y sin mayor relevancia, pero la mención de que “pedazos de láminas sometidos a análisis que develarían la fabricación de cañones en Escocia, España e Inglaterra” es una de las más desatinadas que he escuchado en el ámbito de la arqueología subacuática. Para realizar un análisis metalúrgico se necesita estudiar una cantidad considerable de metal. Y, antes de decidir realizar un análisis, sería muy valioso que el investigador supiera el método por el cual fue elaborado el cañón, ya sea forjado o colado, lo cual se infiere a partir de indicadores de fabricación del mismo. Además, el tráfico de la materia prima para la elaboración de cañones era cotidiano en tiempos de la navegación colonial trasatlántica; así, materiales provenientes de diversas minas en Europa y en algunos casos de América podían encontrarse en diferentes partes del mundo, por lo que difícilmente los análisis metalúrgicos pueden descifrar la filiación cultural de un cañón, pues el material bien pudo ser obtenido de una mina en Inglaterra y haber sido vendido o robado, y posteriormente empleado por fabricantes de otras nacionalidades. Por ello, aunque el material fuera de origen inglés y eso se pudiera determinar con el análisis, el cañón sería de otra filiación cultural, por poner un ejemplo.

La referencia que hace a la localización de “barcos y cañones del siglo XVIII” debe ser en alusión al pecio denominado El Pesquero –si son varios, puede que se hayan localizado otros de esa temporalidad–, mismo que fue conocido gracias a la información proporcionada por pescadores y sobre el que en 2006 realicé con mi grupo de trabajo la hasta entonces única operación de prospección de geofísica marina con batimetría, magnetometría y sonar digital de barrido lateral exitosa en sólo 1 día sobre un pecio en México; además de haber realizado en esa misma jornada una inspección de buceo en el sitio y registro fotográfico (Roberto Galindo, “Prospección geofísica en la arqueología subacuática. Una herramienta para la localización de restos culturales sumergidos”, en Arqueología marítima en México. Estudios interdisciplinarios en torno al patrimonio cultural sumergido, Vera Moya, coordinadora, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2012).

En la consecuente lista de descubrimientos realizados entre 2003 y 2004 a que hace referencia la “investigadora” vuelve a mencionar el pecio El Pesquero: “uno de los grandes resultados fue el hallazgo del barco más antiguo (del siglo XVIII y filiación inglesa), a 10 metros de profundidad y a 22 kilómetros de la ciudad de Champotón”. Aunque ahora menciona que éste es el más antiguo localizado y que es el único del siglo XVIII, ¿no que eran varios los barcos de ese periodo? Además, señala que en el sitio se localizaron seis tipos de cañones más, mismos que seguramente fueron localizados gracias al detallado plano magnético del contexto elaborado a partir de la prospección mencionada. Pero ésta perece ser otra de las costumbres de los “investigadores” de la SAS, muy posiblemente aprendida de la titular de la dependencia, Pilar Luna Erreguerena, la de omitir los nombres de fundadores, colaboradores y descubridores que han trabajado para la Subdirección. Recuérdese el “descubrimiento” de la canoa de más de 200 años de antigüedad en Laguna Manuela, Baja California, incluso anunciado por la Presidencia de la República, mismo que desmentí a finales del año pasado en el artículo: “Subdirección de Arqueología Subacuática del INAH: ¿más descubrimientos apócrifos?” (Contralínea 363, 2 de diciembre de 2013).

Y la lista de descubrimientos contabilizados sigue, ahora en el contexto del Simposio sobre Investigación, Conservación y Manejo del Patrimonio Cultural Sumergido en México, celebrado en noviembre de 2013 en la ciudad de Campeche. Barba menciona sitios de la Sonda de Campeche, Península de Yucatán, el Caribe y Veracruz en un verdadero rosario de cifras incoherentes y desestructuradas en las que se percibe la necesidad de la “investigadora” y la dependencia de mostrar sus supuestos logros de investigación. Va más allá y dice que: “los sitios arqueológicos bajo el agua se caracterizan por la presencia de artillería de la época, como por ejemplo las bombardas (consideradas el arma de fuego portátil más antigua, pues era una pieza muy primitiva que fue precursora del cañón y podía llegar a tener un peso aproximado de 9 kilos), anclas y otros elementos”. De que se ha localizado en México una bombarda, eso es cierto, pero fue antes de que Barba Meinecke ingresara a la SAS. De hecho fue en 1998, y corresponde al sitio tristemente denominado Pilar, contexto del siglo XVI, localizado en las inmediaciones de Cayo Triángulos, sitio del que Vera Moya, excolaboradora de la dependencia, realizó la sobresaliente tesis de licenciatura titulada: Arqueología de un accidente marítimo: procesos sociales y fenómenos naturales en un naufragio de la época de exploración y reconocimiento trasatlánticos en el Golfo de México, ENAH, 2003.

Y sigue la lista de seudologros engrosando, pues vuelve a mencionar el pecio del siglo XVIII, pero ahora sí por su nombre: “en Campeche, de los siglos XVII y XVIII destacan El Carrón, en Cayo Nuevo, y El Pesquero, en Champotón…”, pero además ahora menciona el sitio “Hanán, en Cozumel”, uno de los tantos pecios localizados por otros investigadores mucho antes de que Barba Meinecke ingresara a la dependencia, contexto registrado a mediados de la década de 1980, en el que realicé junto con Fabián Bojorquez y Germán Yánez una visita de inspección en 2005 después de que el huracán Wilma azotara la Península de Yucatán (Gustavo Villegas, “Vigila el INAH sitios de naufragios…”, Novedades, El Primer Periódico de San Miguel Cozumel, Año XXXII, número 10 mil 810, 17 de diciembre de 2005). ¿No que se trataba de los logros desde que en 2003 ingresó a la SAS? Vaya que les gusta colgarse medallas que no les corresponden. Y continúa la mención de pecios, de los cuáles si la “especialista” sabe algo es porque forman parte de los registros que verdaderos investigadores y exploradores han realizado para México. Pero no es la primera vez que Barba y la SAS emiten noticias que intentan ser espectaculares y que son una farsa mediática, como ya expuse en referencia al falso descubrimiento de los restos del navío británico HMS (Her Majesty’s Ship) Forth, hundido en 1849 en el arrecife de Alacranes, anunciado por Barba el año pasado, pecio que en realidad fue descubierto en la década de 1960 (Roberto Galindo, “México ante la UNESCO: otra elección política y no académica”, Contralínea 343, 15 de julio de 2013).

Finalmente Barba retoma la tan anhelada nave Nuestra Señora del Juncal para hacer, como en otras notas, una reseña de su destino en el fondo de los mares del Golfo de México y para externar, como en muchas ocasiones otros miembros de la SAS y su eterna titular lo han hecho, que desde hace décadas la buscan pero que no la han encontrado, pero que ya pronto… Y que están trabajando junto a España en la búsqueda. Pero en la temporada de mar de 2012 dejaron fuera al investigador español Fernando Serrano Mangas, e incluso la presentación de su libro Los tres credos de don Andrés Aristizabal, Universidad Veracruzana, México, 2012, sufrió varios retrasos “inexplicables” y cierta animadversión por parte de la SAS, justo por las fechas que partía la expedición de la SAS de ese año a buscar los restos de la nave, muy posiblemente en las áreas de búsqueda planteadas por Serrano en su libro (Roberto Galindo, “Naufragio del Juncal: asunto de seguridad nacional”, Contralínea 306 , 14 de octubre de 2012).

Si las declaraciones de Barba sobre los logros de la SAS son hechas con base en sus aptitudes de investigación y su conocimiento académico, ya puede imaginarse el lector la calidad de sus “investigaciones”, y si ella es una de las “representantes” de la SAS bajo el mando de Luna Erreguerena, habría que preguntarse por qué Luna ha privilegiado a esta persona e incluso la ha impulsado a cargos internacionales en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Aunque el cuestionamiento fundamental es por qué Luna sigue al frente de la SAS después de 33 años, con los escasos logros cometidos, los constantes comunicados tan espectaculares como falsos y los turbios manejos internos de la dependencia que son un secreto a voces en los pasillos del INAH.

Fuente
Contralínea (México)