El debate que genera el tema de la invasión y su historia oficial es muy sano, porque genera la lucha de ideas y argumentos, y eso permite que se toque el tema y se profundice en la reflexión y el conocimiento de la realidad, para así lograr sepultar las mentiras propagadas por siglos. El debate moderno se centra en ideas y argumentos y no en malsanos ataques personales al estilo del siglo pasado.

Profundizar en el conocimiento del colonialismo no significa “refugiarse en el pasado”, ya que para la lucha actual contra el neocolonialismo es necesario romper de plano con la mentalidad colonial que aún subsiste y es fomentada por los círculos oficiales.

Sin superar la mentalidad colonial, el pueblo de México seguirá con esa apatía y fatalismo. Con el “no se puede” y la idea de que “el gobierno siempre nos vence” y “no hay nada que hacer”, con el convencimiento de que somos y seremos los sometidos y que así será siempre. Siempre perdedores; y la idea de que los grandes dirigentes terminan traicionando o arrepintiéndose, que no hay héroes y que cada uno tiene su precio. Esa mentalidad desmoraliza al pueblo y es un freno a la lucha. De plano hay que romper con esas ideas.

Entonces la historia no es para usarla como refugio, sino para aprovechar la experiencia pasada en la lucha presente, como arma para identificar los problemas actuales de cara a la construcción de un futuro mejor.

Para solucionar los problemas actuales hay que identificarlos de raíz y ubicar su origen. Para ello es indispensable contar con una perspectiva histórica, situándonos en el momento y la situación actual; por ello se hace necesario aterrizar en la coyuntura que vivimos en el presente.

Por ejemplo, la imposición de intereses extranjeros a través de gobiernos ilegales y espurios tiene su origen precisamente en el colonialismo.
En el Valle del Anáhuac, en la época precuauhtémica, las decisiones las tomaba un consejo, el Tlatocan, que tenía a su cabeza una dualidad, el tlatoani y el cihuacóatl. El tlatoani era el “vocero”, no el mandamás.

En el colonialismo se impuso a sangre y fuego el interés del Imperio Hispánico usando la brutalidad extrema. ¿Cómo no calificar de salvaje y bárbara esa invasión que dejó despobladas a todas las islas y diezmada la población del Continente? Los invasores asesinaban, violaban, robaban a los pobladores originarios con absoluta impunidad. Tenían por deporte estrellar a los niños contra las piedras, contaban con perros que devoraban a sus víctimas, con la espada mataban de un solo golpe a la mujer embarazada y a su bebé en gestación, quemaban vivas a las personas, etcétera. ¿Qué otro calificativo merecen que no sea “salvajismo”? La intención, tanto en el colonialismo como en el neocolonialismo, es generar terror para paralizar a la sociedad. Eso hacen hoy los sionistas que encabezan el Estado de Israel contra Palestina y su población. Todas esas acciones tienen un calificativo, y este es “invasión”, que es lo que hicieron los europeos al ocupar violentamente territorios poblados durante miles de años. Es curioso que en los libros se hable de la “llegada de los españoles” y raramente se dice “la invasión española”. También es paradójico que se califique a la ocupación que sufrimos en 1846-1848 como “la guerra de Estados Unidos y México”, tal y como por lo general se le denomina a lo que fue la invasión estadunidense. Esas son formas de ocultar y velar la realidad histórica.

El fraude y compra de votos de Peña en la elección de 2012 tiene antecedentes en Hernán Cortés, cuando se hizo elegir adelantado, capitán general y justicia mayor de modo fraudulento y a espaldas de su gente, de la Corona y de las leyes españolas. El mismo cronista Bernal Díaz del Castillo, cómplice de Cortés, reconoce que “la parcialidad del virrey de Cuba, Diego Velázquez, era mucho mayor, más numerosa, que la facción de Cortés”. En su campaña para ser electo don, Cortés fue un mentiroso, pues le prometió a su gente que iban a regresar a Cuba y no a “poblar”, e hizo todo lo contrario, pues invadió y ocupó nuestro territorio, todo a espaldas del rey y del virrey. Actuó fuera de la ley. La ley vigente desde la época de Alfonso X de Castilla, el Sabio, en el siglo XIII, se llamaba de las Siete Partidas, y condenaba a quien “conquistara”, sin permiso del rey, a la pena de muerte.

Él no tenía permiso de “poblar” o invadir. El virrey de Cuba lo mandó en una expedición a “rescatar oro”, pero luego le revocó el mandato; entonces Cortés huyó desobedeciendo al virrey. Al penetrar en el territorio e invadir cometió un delito grave, por eso en sus Cartas de Relación al entonces rey Carlos, tenía que ocultar los hechos y en su lugar inventó que Motecuzoma o Moctezuma le “entregó todo voluntariamente”, y también ocultó el asesinato del huey tlatoani por parte de los españoles, echándole la culpa a los mismos mexicas. Todos los cronistas religiosos sostienen que Cortés mató a Moctezuma, en cambio los cronistas militares, cómplices de Hernán, dicen que fue el pueblo el que lo apedreó. De hecho, si le cayó una piedra, fue porque lo obligaron a subir a la azotea y a exponerse para que el pueblo, viendo vivo al dirigente secuestrado, detuviera su ataque. Pero Cuitláhuac tenía órdenes de dar guerra a muerte a los invasores aun a costa de sus prisioneros.

Pero volvamos atrás. Hernán Cortés compro la elección y a sus oponentes con oro, según lo reconoce el mismo Bernal Díaz del Castillo, quien afirma que “el oro parte peñas” y fue utilizado para comprar a los que se oponían a su elección. Fraude y compra de votos fueron introducidos por Hernán Cortés a nuestras tierras; y su dominio fue ilegítimo y por la fuerza (ver los capítulos XX-LX de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo). Esa misma tradición la continúan el Partido Revolucionario Institucional y Enrique Peña, que así se impuso en 2012 con el fraude y compra de votos. Eso es muy grave. Peña no tiene legitimidad alguna. Obedece a los intereses extranjeros como lo ha demostrado impulsando las reformas diseñadas para favorecer a las grandes corporaciones, principalmente extranjeras, y redoblar la explotación y opresión del pueblo. Hoy ha abierto puertas y ventanas a las corporaciones petroleras y a las generadoras de electricidad. Sabemos que la soberanía energética es vital para cualquier país y que la reforma energética vulnera la soberanía nacional.

El colonialismo y el neocolonialismo actual tienen el mismo fondo, sólo cambian las formas. El tiempo pasa y la humanidad aprende y evoluciona. Todo ha cambiado, por eso cambian las formas. Antes el Imperio Hispánico nos mandaba un virrey español a gobernarnos, ahora el imperio emplea a un mexicano (con estudios en el extranjero) como presidente y utiliza, para dominarnos, un complicado sistema que se apoya en el bipartidismo y en la rotación de funcionarios en la cúspide. De hecho en la colonia los virreyes eran relevados del cargo tras un corto tiempo. Cambiando de presidentes y de partido en el poder dan la impresión de democracia. Pero el sistema electoral sostiene a la dictadura de las grandes corporaciones que son las que mandan e imponen sus intereses, y permite que un individuo, con apenas el 20 por ciento de los votos del padrón a su favor –es decir que cuatro quintas partes no votaron por él para que ejerciera el cargo–, como fue el caso de Peña, llegue a la Presidencia y tome decisiones en contra de la mayoría (80 por ciento de los mexicanos nos oponemos a la apertura del petróleo, electricidad, gas en contratos y concesiones con empresas privadas extranjeras y nacionales) y del interés nacional. Y es que el neoliberalismo y el neocolonialismo, que impone intereses extranjeros e intereses de grandes corporaciones dentro del país, no puede ser democrático. Es ajeno a su naturaleza, aunque se disfrace –siempre para engañar– con los ropajes de la democracia.

Si somos capaces de sopesar claramente lo que es el colonialismo y de llamar las cosas por su nombre, es posible entender mejor la situación actual y diagnosticar nuestra realidad. Es posible desenmascarar los planes del imperio yanqui y de la oligarquía, y concientizar al pueblo para que cambie la situación. Si ya nos saquearon hay que ver claramente que también hoy nos saquean y que debemos parar eso. Ya concesionaron el 60 por ciento del territorio nacional para las mineras y se han llevado más oro y plata que en la Colonia. Hoy en el neocolonialismo se aprovechan de nuestras riquezas del subsuelo y sólo dejan contaminación por el arsénico y cianuro que utilizan. Además de que en la legislación actual son calificadas de “prioritarias” para despojar a las comunidades de su agua y su territorio.

La barbarie, las matanzas, el dolor que se registró en el colonialismo hoy se están viviendo otra vez, particularmente en los territorios que más le interesan a los vecinos del Norte: Chihuahua, Veracruz, Michoacán, Tamaulipas. Y la guerra es alentada por la industria bélica-militar de Estados Unidos, que vende las armas a todos los bandos. En el colonialismo se fomentó el alcoholismo para embrutecer a millones de indígenas; en el neocolonialismo se induce a la droga para que los jóvenes no luchen por un futuro mejor.

Oponerse a este saqueo y al dominio extranjero no es de “trasnochados” sino de mexicanos patriotas. La historia está llena de experiencias y ejemplos y también de valientes acciones y de héroes que en su momento lograron grandes victorias para nuestro México, que permitieron el triunfo de la independencia y la soberanía, y avances en la justicia social. La lucha por los derechos del pueblo mexicano y la afirmación de los derechos colectivos, en primer lugar de los derechos de la nación, no es “ultranacionalismo”, pues lo mismo exigimos para todas las naciones y pueblos del mundo que tienen nuestro apoyo irrestricto.

Para escribir las nuevas páginas de la historia hay que poner en su lugar todas las mentiras y falsedades históricas que han escrito quienes durante siglos han dominado a México. Eso nos inspira y alienta a resistir y a vencer, y a construir el México del siglo XXI que garantice paz y bienestar para las futuras generaciones que requiere la soberanía popular y nacional; y que las riquezas del país sean disfrutadas por sus habitantes, en particular por el pueblo trabajador.

Fuente
Contralínea (México)