Rosina Valcárcel, foto tomada por Lucía Arellano.

La luna
es negra
como el amor
y el amor
como la mujer
una simple
palmada de mano

R.V.

La intensa obra creativa de Rosina Valcárcel, que hallamos en Poesía reunida (1966-2013) –Fondo Editorial de Cultura Peruana, Lima, 2014- ciertamente nos desconcierta porque, sápida, sabiamente, sabe combinar el poema breve, como el que hemos citado en el epígrafe, y este otro, bellísimo: “Odette”: en invierno/ duerme en una guitarra; o “Sobrevivir”: Cómo sobrevivir a la blasfemia de tus bellos ojos desplomados, con extensas obras maestras, como el poema que dedica a su padre (hay varios) pero me quedo con “Mi padre un círculo rojo”: donde hay versos tan imborrables como aquellos en los que recuerda su deceso: Hoy no puedes partir es Primero de Mayo, Día del Proletariado, natalicio de mamá y mi cumpleaños./ A las pocas horas resucita el elefante herido y pregunta: -¿Aún es 1º de Mayo? Vengan pronto ´y nos abraza/ Entre rosas rojas, llantos, suspiros/ Al recuperar mi color siento la tibieza de su niñez oscura/ El tiempo del piano / La transparencia de su piel mora// Solo parte al Olimpo a reunirse con sus camaradas poetas/ Con quienes caminó muy junto y rumbeó largas noches/ Al final fue un gallo rojo. Por eso se justifica la excelente presentación, hecha desde París, por el no menos relevante poeta Jorge Nájar, quien, entre otros aciertos, señalara: “La voz que habita en esta poesía no es una máscara. Hay detrás la historia que incluye el análisis de los distintos espacios que atraviesa –la familia, los amores, el mundo exterior, sus preocupaciones íntimas-, el testimonio, la expresión estética y sentimental de una generación, junto con la visión de una época. Pero ese habitante, ese yo lírico, no sólo es ella misma. Es también otras personas, otros individuos, otras mujeres…Nacida y crecida en el seno de un círculo militante del asalto al cielo, la autora sabía bien de lo que hablaba. A sus convicciones se sumaba un estilo de vida y una naturaleza que la llevaba a pisar las calles para charlas y escuchar, para gritar y cantar, para exhibirse y ocultarse…” Qué atinada la caracterización que Jorge hace de Rosina, cuando la llama “cartógrafa de su tiempo, de sus seísmos, de sus catástrofes, de sus objetos, de sus sueños y de sus viajes reales e imaginarios, esta voz que obstinadamente recurre a la primera persona del singular, a unyo´ que en algunos casos tiene sonoridades masculinas aunque sea la voz de una mujer, no es solo eso. Es eso, claro, más otras emparentadas con las estrategias psicoanalíticas…”

Por eso es tan válida su conclusión. “¿Poesía social? Ni hablar. ¿Poesía sentimental? Ni de vainas. Poesía de la existencia, de la supervivencia. Poesía de la épica cotidiana. Poesía testimonio. Poesía pesadilla. Poesía sueño. Autobiografía. Y la imperiosa presencia del espejo. No está el eco herido de César Vallejo, pero sí está el ángel de Arguedas, nuestro gran Arguedas, enraizado y profundo…Está claro que ese hablante, ese yo lírico, no solo es ella misma. Es también otras…”

Es lo que él, más adelante, denomina un “ yo´ mutante, como es elyo´ de cualquier ser humano, según las circunstancias, según el tiempo. Un yo´ literario, unyo´ político, un yo´ generacional…” Hace tiempo que no leía una exégesis tan atinada de obra poética alguna como la que ha realizado Jorge Nájar, en su introducción al presente volumen, con el nombre de “La poesía como arma de combate”. Pero anotamos que su título puede parecer limitativo y se queda corto ante la dimensión de su propio estudio, en el que, verbi gratia, hay incursiones como las de señalar el “yo multiplicado” de Rosina, “unyo´ que a lo largo de años consigue crear una sinfonía de nuestros tiempos, con entonaciones añejas y ultramodernas a la vez. Añádase que muchas veces estamos ante una escritura libre en sus formas y descodificada en sus contenidos…”

Y viene aquí una disquisición sobre la importancia de la música del yaraví en la poética de la autora y cómo la poeta, “En el nombre de todos ellos, los vivos y los muertos”, levanta su voz y da testimonio de la lucha por la existencia.”

Grande poeta del amor, nuestra RV tiene varios textos de antología, por lo que resulta difícil escoger, mas nos quedamos con uno de los iniciales: “Mariguana amor”: Fue hermoso cómo hicimos el amor/ la última noche,/ parecíamos dos monos chillones/ en su luna de miel/ murmurando sonidos extraños en un vuelo inacabable.// Mis piernas se abrían/ como un valle quieto,/ caminaste en él/ lleno de furia/ y fuiste su mejor habitante”

Aquí, además, relevamos un elemento presente permanentemente en sus mejores textos: lo cotidiano y su componente, sápido y humorístico: “parecíamos dos monos chillones”. Y, apreciamos, en “Fuegos”, el mismo tono: Amor aun cuando no vinieras, / la vida continuaría/ bella y maldita.

Y, para concluir este rosario de citas –son tantas las bellas tentaciones que debemos ponerles coto. Pero no podemos dejar de insertar sus alusiones a nuestra patria dilacerada, aquella que tanto nos duele, y que se encuentra inmejorablemente viva en el poema “¿Quién duerme ahora?”, dedicado precisamente a esa relevante poeta que es, igualmente, Gloria Mendoza Borda. Aquí leemos Qué sentido tiene dormir Si al margen de la orilla el país es un pálido animal decapitado ¿Puedes dormir? No…Esa noche ya tiene siglos de haber principiado y nos punzan los ojos y perciben fatiga estos pálidos cuerpos. Sin embargo, ajados y enfermos aquí estamos Quién sueña hoy, quién podría dormir Las hierbas secas musitan ¿Los traidores? Si dormitan es pueril su sueño Nuestro insomnio es real, mas no vano Solo velamos la patria alegre que deseamos como herencia para los infantes anónimos de aldeas y pueblos remotos, para los niños que pasan y sonríen, para los que transitan y están mudos, para nuestros hijos y su prole. Nuestro insomnio, entonces, es utópico. La cámara no miente Nuestro desvelo infringe Contra los que tienen visión perversa Contra los que están cavando su propia tumba extendemos el eco de nuestra guitarra al hombro. Reparemos en ese final estético: todo lo hacemos pero con “el eco de nuestra guitarra al hombro”.

Niñez, juventud, padre, madre, hermanos, compañeros, camaradas –preseas los textos dedicados a Fidel, a Juan Pablo Chang, a los dos Victors: Jara y al 6 de Abril, de VPC.; colegas de las generaciones literarias, culto a la amistad impertérrita, realismo y surrealismo, Rosina, en cerca de diez libros, se nos da entera: con la razón y la locura, con la paz y con la guerra, con el amor y el desamor, con la ironía y el desenfado, con la música –siempre la música- y el culto al silencio reverente y desasosegado y la defensa permanente de los que Dostoievski llamara los “humillados y ofendidos”; “los de abajo” de Mariano Azuela o los “pobres de la tierra” de Martí y Mariátegui.

No hallo mejor forma de concluir esta reseña que con una cita de uno de sus más entrañables poemas de hace 47 años (de Sendas del bosque,. La Rama Florida, Lima, 1966), y que nos dice tanto como lo que hemos –inútilmente, por cierto- intentado resumir con nuestras bastas palabras:

“La morada”: Ante el amor/ mi voluntad se inclina./ No hallo eternidad ni paz/ fuera de este camino.

Doctora en antropología por la Primera Universidad de América, San Marcos, donde fuera catedrática principal, periodista combativa y combatiente, con obra traducida y múltiplemente galardonada, ella es una de las voces insubstituibles de la poesía que se hace en el Perú de hogaño y per saecula saeculorum.