¿Ya ha tenido usted conocimiento del mensaje del islam a través de alguna fuente que no sean los medios de prensa?

Los acontecimientos recientemente ocurridos en Francia y otros hechos similares en otros países occidentales me han convencido de la necesidad de escribir este mensaje. Si he optado por dirigirme a ustedes directamente, no es con una voluntad deliberada de ignorar a los padres de ustedes sino porque el futuro de sus países está en manos de ustedes y porque la búsqueda de la verdad está más presente en los corazones de ustedes. Al mismo tiempo, no busco aquí dirigirme a los responsables políticos porque pienso que estos últimos han separado, de manera consciente, los caminos de la política de los caminos de la honestidad y la franqueza.

El tema que aquí quiero abordar con ustedes es el islam, y más específicamente el rostro que de él se les está presentando a ustedes. Desde hace dos decenios, o sea desde el derrumbe de la Unión Soviética, se ha hecho todo lo posible por presentar esta religión como un enemigo al que hay que temer. La estimulación de los sentimientos de miedo y de odio y el uso de estos sentimientos con objetivos poco loables cuentan por desgracia con un extenso pasivo en la historia política de Occidente. No es necesario mencionar aquí las diversas fobias que han podido ser vehiculadas en el seno de las naciones occidentales. Recorriendo rápidamente los estudios históricos actuales, podrán ustedes comprobar por sí mismos que las investigaciones historiográficas recientes hacen una crítica consecuente del papel de los Estados occidentales en la falsificación de la imagen de las demás naciones y culturas. La historia de Europa y de Estados Unidos está marcada por la vergüenza que constituyen los periodos de la esclavitud y –posteriormente– de la colonización, así como por un conjunto de formas de opresión y de injusticias cometidas contra las personas de color o de creencias diferentes. Los investigadores y los historiadores de ustedes han dedicado numerosos estudios críticos a los derramamientos de sangre perpetrados en nombre de la religión durante las disensiones entre católicos y protestantes, y también en nombre de la nación o de la etnia durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.

El acto mismo de reconocer tales hechos es digno de elogio. Pero no es mi deseo hacer aquí un inventario de esa larga lista de hechos deplorables sino más bien invitarlos a ustedes a que les planteen a sus intelectuales las siguientes preguntas:
 ¿Por qué en Occidente la conciencia colectiva siempre se despierta con decenios, cuando no con siglos de atraso?
 ¿Por qué el examen de esa conciencia colectiva debe concentrarse única y exclusivamente hacia las realidades de un pasado lejano y silenciar los problemas actuales?
 ¿Por qué se trata de impedir la formación de una reflexión general sobre un tema tan importante como la manera de abordar y de tratar la cultura y el pensamiento musulmanes?

Bien saben ustedes que la humillación y el hecho de suscitar sentimientos de odio y de miedo hacia «el otro» constituyen el terreno fértil común al conjunto de las empresas de dominación basadas en la opresión. Quiero que ustedes se pregunten ahora:
 ¿Por qué la vieja política tendiente a fomentar el miedo y el odio tiene esta vez como blanco el islam y los musulmanes, e incluso con una intensidad sin precedente?
 ¿Por qué en el mundo actual el sistema del poder quiere marginar el pensamiento islámico y confinarlo a un papel pasivo?
 ¿Será que el islam incluye pensamientos y valores que contrarían las ambiciones de las grandes potencias?
 ¿Qué intereses se benefician con la difusión de representaciones erróneas sobre el islam?

Mi primer deseo es por lo tanto que ustedes mismos se interroguen sobre los elementos de esta demonización masiva del islam.

Mi segundo deseo es que, en reacción ante los numerosos a priori y juicios negativos, traten ustedes de conocer mejor esta religión y que lo hagan de manera directa y sin intermediarios. Una lógica sana implica al menos que ustedes sepan en qué consiste exactamente esa realidad de la que alguien quiere que ustedes huyan y que alguien les presenta como algo amenazador.

No los invito a ustedes a aceptar necesariamente mi manera de ver el islam ni tal o más cual concepción particular sobre él sino que les incito a rechazar que esa realidad dinámica e influyente del mundo actual les sea presentada a ustedes a través del filtro de designios políticos poco loables. No permitan ustedes que los terroristas, a menudo surgidos de los mismos poderes que dicen condenarlos, les sean presentados a ustedes como representantes del islam. Traten ustedes de conocer el islam a través de sus fuentes auténticas y de primera mano, a través del Corán y de la vida de su Profeta. Hay preguntas que merecen respuesta:
 ¿Ya han consultado ustedes directamente el libro sagrado de los musulmanes?
 ¿Han estudiado ustedes las enseñanzas humanas y morales impartidas por el Profeta del islam?
 ¿Ya han tenido ustedes conocimiento del mensaje del islam a través de una fuente que no sean los medios de prensa?
 ¿Ya se han preguntado ustedes sobre qué bases y en función de cuáles valores ese mismo islam que tanto se diaboliza ha sido la fuente de una de las civilizaciones más grandes del mundo y cuna de los más grandes pensadores a lo largo de muchos siglos?

Yo les pido a ustedes que no permitan que las representaciones denigrantes que pueden hacerse de esta gran religión levanten barreras sicológicas entre esa realidad y ustedes, privándolos así a ustedes de toda posibilidad de juzgar de manera imparcial. En un mundo donde los medios de comunicación han echado abajo las barreras geográficas, no permitan que alguien encierre las mentes de ustedes en límites completamente inventados. Si bien nadie puede borrar por sí solo el abismo creado entre esos a priori y la realidad, cada uno de ustedes puede, mediante su propio esfuerzo personal, ser capaz de distinguir lo verdadero de lo falso, de contribuir a crear los puentes que ayuden a remediar la existencia de tales abismos. A pesar de las dificultades inherentes a ese desafío, ese esfuerzo de pensamiento puede contribuir a hacer nacer nuevas interrogantes en los espíritus sedientos de verdad. Y los esfuerzos de ustedes por obtener respuestas a esas preguntas constituyen de por sí una posibilidad de descubrir nuevas verdades. Así que no dejen ustedes pasar esta ocasión de alcanzar una comprensión más justa y desprejuiciada del islam.

Es posible que de esa manera, gracias al sentido que ustedes tienen de la responsabilidad ante la verdad y la justicia, las futuras generaciones logren analizar este periodo de interacciones de Occidente con el islam con una conciencia más serena que antes.