Testimonio de un migrante. Tijuana, México, 2008

Como lo han venido señalando desde hace años organizaciones de derechos humanos y activistas de variado cuño de diversos países, el fenómeno social de los niños migrantes centroamericanos que se dirigen a Estados Unidos no es nuevo, y tiene una larga y compleja génesis que hunde sus raíces en la historia de los países de origen y en la intrincada geopolítica de los intereses estadunidenses en esa porción de América Latina a lo largo del siglo XX e inicios del XXI. Por años la migración de niños fue una piedra incomoda en el zapato de varios gobiernos de las regiones de centro y Norteamérica, situación de la que se desentendían casi por completo desviando la mirada y minimizando el asunto.

Mucho antes de que alcanzara las sorprendentes dimensiones que ahora la hacen visible a la sociedad mexicana e internacional, esta migración infantil era un problema que, por sus características y no sólo por sus proporciones numéricas, era ya estremecedor y suficientemente grave por sí mismo: 1. Los niños migran en condiciones de clara precariedad económica y social. 2. Los migrantes son niños y adolescentes que no migran por gusto y voluntad, sino porque se ven obligados a hacerlo y sin documentos migratorios. 3. Dadas las características de los procesos de movilidad espacial durante su tránsito a Estados Unidos y sin la protección de los Estados centroamericanos y de México, los niños y adolescentes están expuestos a situaciones de excesiva vulnerabilidad y riesgo de su integridad física y su propia vida, donde las vejaciones y abusos son constantes. 4. Es un proceso social que, lejos de estabilizarse y/o decrecer, se incrementa de forma exponencial de manera anual. 5. Y, finalmente, si logran culminar la trayectoria migratoria hacia el país de destino, los niños migrantes padecerán condiciones de marginación y criminalización en Estados Unidos por la falta de documentos migratorios. A estos migrantes, ni en la frontera mexicana ni en Estados Unidos (una vez que son detenidos) se les reconoce y respeta su condición de niños y ni las prerrogativas a que tienen derecho. Tampoco se les otorga la condición de refugiados a la que tendrían derecho, dadas las situaciones de violencia y riesgo a las que están expuestos en sus países de procedencia.

Estos niveles de exclusión que viven los niños migrantes centroamericanos en las diversas etapas y lugares de su trayectoria y experiencia migratoria (lugar de origen, desplazamientos por los sitios de tránsito y los espacios de llegada) han sido documentados y denunciados de manera profusa y constante por diversos actores, agencias e instituciones relacionadas al tema de los derechos humanos, la migración y la niñez. Una pregunta que queda sobre el aire, y que no pocos ya han formulado, es si los derechos humanos (y en este caso los de los niños) tiene un supuesto carácter universal e inalienable, ¿por qué, en el contexto de los Estados nacionales de México y Estados Unidos se les escatiman y regatean sus derechos a estos infantes y jóvenes centroamericanos? ¿Por qué no se les da el trato de niños y refugiados, si a todas luces son ambos? ¿Pasaría lo mismo si se trata de un niño estadunidense o llegado de la Europa occidental? ¿Entonces la garantía y el ejercicio de los derechos humanos son un asunto de geopolítica y su cumplimiento depende de los intereses y poderío económico, político y militar de los países involucrados?
Dimensiones del fenómeno, magnitud de la indiferencia

Fue hasta que el número de casos y la gravedad de los testimonios registrados llegaron de manera mucho más frecuente y masiva a las pantallas de televisión, las primeras planas de los periódicos, las notas principales de los noticieros, los portales de internet y las programaciones de las emisoras de radio que a esta migración se le atribuye una magnitud colosal. En este sentido, lo que ha vuelto a esta migración un tema “visible” y “apremiante”, más allá de los profundos niveles de exclusión y violencia que supone, son las dimensiones sociodemográficas que presenta actualmente y la atención mediática que se le ha dado al asunto. Y, sin duda, los números son abrumadores, pero no sólo por su carácter estadístico, sino por las experiencias de dolor individual y socialmente acumulado en estos procesos de movilidad geográfica forzada.

Según datos de la patrulla fronteriza y del gobierno estadunidense, en la zona limítrofe internacional entre México y Estados Unidos, entre octubre de 2013 y mediados de junio de 2014, intentaron cruzar la frontera más de 52 mil menores, procedentes principalmente de tres países: Honduras (con 15 mil 27), Guatemala (con 12 mil 670) y El Salvador (con 11 mil 436). La cifra total de niños migrantes prácticamente se duplicó respecto al año anterior (2013) en el mismo periodo; a esto habría que agregar el número de niños migrantes mexicanos que también se cuenta por miles.

En menos de 5 años, esta migración centroamericana creció exponencialmente. En 2009 se registraron 1 mil 221 menores salvadoreños, y para 2014 la cifra se multiplicó aproximadamente por 10 al llegar a 11 mil 436. Por su parte, Guatemala, en un patrón de incremento parecido a El Salvador, pasó de 1 mil 115 niños en 2009 a 12 mil 670 en 2014. Y Honduras, país con el mayor número de niños migrantes y con el crecimiento migratorio proporcional y neto por año más grande, pasó de 968 en 2009 a 15 mil 27 en 2014. Se trata, además, de una migración forzada debido a las condiciones de vida que tienen estos niños en sus países de origen. Más que sólo migrantes, estos infantes tendrían que ser reconocidos por Estados Unidos y México como refugiados y menores de edad.

Migración, saldos y resultados del deterioro

Ahora bien, las causas que propician la salida no voluntaria de estos niños y adolescentes son diversas y contemplan, entre otros, el siguiente abanico de procesos:

1. Situaciones de precariedad material vinculadas a la pobreza rural y urbana, que impelen a salir a buscar otras alternativas fuera de los lugares de origen. La migración y su promesa del Norte son una de las estrategias a las que, de manera masiva, se recurre para tratar de mejorar la situación de vida. A semejanza de lo acontecido en México y resultado de la imposición internacional de las políticas neoliberales en el sector agropecuario, los sectores rurales-agrícolas de estos países sufren de un fuerte y crónico abandono; después de décadas de una aplicación ciega y rígida de modelos económicos de libre mercado y desmantelamiento del Estado de bienestar, los saldos son claros e irrefutables: pobreza y exclusión social para la gran mayoría.

2. Otra de las motivaciones de esta migración es huir de los procesos de violencia que padecen las comunidades rurales y las ciudades de esa región de Centroamérica. Derivados de una larga historia de conflictos sociales y armados (las guerras de El Salvador y Guatemala y el golpe de Estado de hace unos años en Honduras) relacionadas a la intervención del gobierno estadunidense en la región desde hace décadas, estos países, particularmente El Salvador y Honduras, tienen niveles de criminalidad y asesinato muy elevados. En estos contextos históricos y geopolíticos y a fin de entender la situación de violencia de estos países, no se puede omitir el papel de asesoría y soporte militar, político y económico que el Ejército y el gobierno de Estados Unidos proporcionó a los grupos contrainsurgentes en El Salvador y Guatemala a fines del siglo XX, así como el apoyo a los golpistas en Honduras a fines de la década de 2000.

Tampoco hay que olvidar la política estadunidense de control e intervención económica y social en la región. De acuerdo con datos y estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas, El Salvador y Honduras se ubican entre los países más violentos del mundo y con unos de los mayores índices de homicidios; en estos países la violencia vinculada al crimen y a la presencia de pandillas (como Barrio 18 y la Mara, en El Salvador) se ha vuelto una condición extrema que atenta contra la vida y la persona de los niños, adolescentes y jóvenes de estas naciones. Esta migración de miles de niños hacia Estados Unidos es, en buena medida, resultado del papel intervencionista que este país jugó en la región a fines del siglo pasado y principios del XXI y que condujo al actual deterioro de la vida y el tejido social de estos países centroamericanos. Hoy estos niños migrantes, y sus respectivas historias de marginación y violencia, son el resultado y reflejo de las medidas, políticas y programas que el gobierno estadunidense llevó a cabo en la región desde hace décadas.

3. Otro de los motivos y detonantes por el que migran los niños es la reunificación familiar con sus padres, quienes ya se encuentran en Estados Unidos desde hace años. Antes que sus hijos, los padres de estos niños salieron de sus hogares y se fueron a Estados Unidos en busca de mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias.

El tránsito, entre la vulnerabilidad y la extorsión

La travesía que llevan a cabo estos niños supone un desplazamiento de miles de kilómetros y de varios días y semanas, durante las cuales estos menores tienen que sortear y hacer frente a situaciones de diversa índole. Este viaje deviene en una situación de riesgo permanente, donde, a través múltiples medios de transporte (autobuses, el tren de carga la Bestia, el desplazamiento a pie), tratan de llegar al Norte de México y de ahí cruzar la frontera internacional México-Estados Unidos. Durante el tránsito, estos niños están sujetos a diversos niveles de vulnerabilidad en razón de sus características como migrantes. Así, dada su edad, su condición carente de documentos migratorios, su situación de centroamericanos en tránsito por México y hacia Estados Unidos, su precariedad material y apremiante necesidad de trabajo, están sobreexpuestos a un mayor número de abusos y agresiones. La lista de agravios que sufren los migrantes y los niños migrantes centroamericanos es larga: extorsiones, robos, asaltos, violencia física y sicológica, mutilaciones, violaciones, abusos sexuales, tráfico de personas, forzarlos a la prostitución, secuestros, privación de la libertad y asesinatos. Estos abusos son perpetrados por una gama de diversos individuos, grupos, organizaciones e instituciones: criminales, grupos de la delincuencia organizada y el narcotráfico (Los Zetas), pandillas (la Mara), autoridades mexicanas de nivel municipal, estatal y federal, la patrulla fronteriza… Cada uno de ellos lucra y se aprovecha de la indefensión de estos migrantes en tránsito. Los niños y los migrantes adultos se vuelven medios y monedas de cambio mediante los cuales los sectores y grupos previamente mencionados obtienen recursos económicos. En este sentido, aunque los marcos jurídicos internacionales pregonen que para los Estados nacionales la vida humana (especialmente la de los niños) es invaluable y que se tiene que conservar y ponderar a toda costa, los hechos previamente señalados muestran lo contrario.

Los grupos por el respeto y los derechos de los migrantes

No obstante, frente a este fenómeno, hay también individuos, colectivos y asociaciones civiles, de defensa de los derechos humanos, de religiosas y feligreses que, mediante diversas acciones de variado carácter (de asistencia social, de beneficencia, de asesoría jurídica y legal, de difusión de los derechos, de supervisión y seguimiento de las autoridades), tratan de contribuir a mejorar las precarias y riesgosas condiciones en que viajan estos migrantes.

Fuente
Contralínea (México)