El presente se nos escapa, el pasado ya no se puede cambiar, pero el futuro se construye y hay que enfrentarlo desde el positivismo y el trabajo. Esto no significa caer en el regodeo y pensar que vamos por el buen camino y que la solución aparecerá por sí misma con el tiempo. Sirve para hacer un nuevo balance y ver qué cosas han mejorado y cuáles se pueden potenciar en el futuro.

Hagamos un breve ejercicio de selección y olvidemos por un momento todos los aspectos negativos que, por desgracia, aún son demasiados. Dejemos, ya no de ser pesimistas, sino también realistas. Ahora, centrémonos en lo positivo, sólo para ver qué pasa. Un momento de calma que permite pensar que existen soluciones.

Cualquier reto es mejor afrontarlo desde la convicción de que es posible y, si es imposible, tardaremos un poco más en conseguirlo. Es fácil caer en la denuncia sin solución alternativa, en la queja por sistema, pero actualmente existen algunas circunstancias favorables para América Latina.

En primer lugar, Occidente comienza a tener una visión más positiva sobre los países del cono Sur. Recordemos el viaje europeo hace unos años de Evo Morales, presidente de Bolivia. En Suramérica, quizá no se ha mostrado cómo se han tratado estas reuniones en los medios informativos europeos, pero la imagen ha sido de dignidad y respeto, y ha tenido una buena acogida. Lo mismo sucedió con Lula, expresidente de Brasil y, desde entonces, con otros muchos dignatarios latinoamericanos.

En segundo lugar, el progresivo deterioro de la imagen de Estados Unidos, sobre todo desde que desencadenó la guerra de Irak, invasión de “ayuda” a Afganistán, cerco de Rusia con un nuevo telón de acero con bases de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde países miembros de la antigua Unión Soviética y el desplazamiento de sus zonas de interés, hicieron que Latinoamérica dejara de ser una región prioritaria para el gobierno estadunidense. Algo que Barack Obama ha sabido ver a tiempo en las obsoletas relaciones con Cuba, y en el empecinamiento de lobbies de cubanos de Miami que se abanderaron con el Partido Republicano.

Los cambios políticos también pueden apoyar esta mejora. A pesar de que hayan quebrado la confianza tantas veces en el pasado, alguna vez las cosas tienen que cambiar.

Los índices económicos también han mejorado. No son los ideales, pero han mejorado. Cuando se analizan unas cifras como las que al día de hoy sostiene Latinoamérica, podría decirse que existen motivos para el optimismo.

Una vez hecho el ejercicio de selección y observado con detenimiento los aspectos positivos, bajemos a la realidad. A pesar de que las cifras arrojen cierta esperanza, ésta se ve teñida por la pobreza que aún abunda. Éste es el reto para el futuro.

Latinoamérica tiene varias asignaturas pendientes que no pueden esperar. Una de ellas es invertir en investigación y tecnología, para no depender del desarrollo de otros. Apoyar al máximo la educación y la distribución de la riqueza. De poco vale tener buenos índices de desarrollo si sólo se benefician los más ricos. Está demostrado que aunque aumente el pastel no es probable que vayan a comer más personas de él.

El optimismo y la audacia son las respuestas a los desafíos presentes para convertirlos en oportunidades. Hay que ser muy valiente para creer en que las cosas se pueden arreglar si se trabaja por ello. Si se parte de la confianza, aumentará la autoestima, y ésta es la mejor vía para lograr los objetivos. Con la autoestima alta, las negociaciones se vuelven más equilibradas: no mendigamos, exigimos lo que nos corresponde. Es el único lugar desde el que se pueden renegociar las reglas internacionales de comercio injusto. Así se pueden poner las primeras piedras para un futuro que, de verdad, puede ser mejor.

Fuente
Contralínea (México)