¿De qué bicentenario hablan?

La revolución de la independencia que proclamó José de San Martín el 28 de julio de 1821 y a casi 200 años de su ocurrencia ¿es patrimonio espiritual genuino de los hoy 30 millones de peruanos?

La historia plástica del Perú generaliza sucesos, decora ocurrencias e "iguala" a todas las clases sociales de la Nación en efemérides que, sospecho, tienen poca o ninguna base de verdad para millones que jamás conocieron o la libertad o la liberación de los yugos ancestrales a que aún siguen sometidas.

No pasa sólo en Perú. En 1991, cuando una corriente se empeñó en celebrar los pomposos 500 años del "descubrimiento de América", la respuesta no se hizo esperar. ¿Cómo podía ser Nuevo Mundo lo que aquí ya albergaba cientos o miles de años antes de la llegada de los ibéricos aventureros, culturas, civilizaciones cuyos portentos ingenieriles, arquitectónicos, sociales, hasta hoy no han podido ser igualados con eficacia en otras partes del mundo? En lugar del "descubrimiento", debió haberse llamado el Encuentro de Dos Mundos.

Aquí con holgazanería acrítica, ociosidad servil y rumbo muy edulcorado para mantener el status quo, se pretende inflar velas para que con bombos y platillos demos la bienvenida al "bicentenario" de 1821. ¿Es tan cierta la especie liberadora como la quieren exhibir sus validos y gonfaloneros de siempre?

Un habitante de Talara, ¿siente igual el grito de 1821 que un altiplánico de fríos congelantes y retos de igual jaez o envergadura? Me atrevo a decir que nunca cruzarán sus destinos a menos que algo los traiga por la colonial y feísima Lima aplanadora y mediocre o que conjuguen citas profesionales. ¿Qué hay de común entre un tacneño y un loretano? País fragmentado en islotes, distritos, mesetas, provincias y horizontes culturales básicamente localistas o diferenciados, Perú no sólo resiente su falta de unidad política, geográfica o espiritual, ¡también posee múltiples historias distintas y divorciadas entre sí! Claro que la maniquea interpretación oficial aún pretende embutir el discurso elaborado desde Lima y por los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de los españoles americanos, los mismos que aún desprecian el Ande y al habitante regnícola o al que discriminan por su color de piel, apellido, estatura o modo de hablar.

Entonces la pregunta irrumpe desafiante y respetuosa a la vez: ¿de qué bicentenario hablamos?

Acaso sí constituya el paso de dos siglos acicate y espoleo para que Perú se redescubra en su rica y multicultural como polícroma conformación. Y eso significa algo tan simple como difícil, a la vez, de aprehender que la Nación somos todos y ese ecumenismo debe aplicarse obligatoriamente en todos los ámbitos, desde la política, educación, salud, agua y tierras, hasta la generación de líderazgos capaces de reconstruir un mandato de integración que nos viene por historia y por presencia geopolítica y energética indesdeñables en los retadores tiempos de hoy.

Doy un ejemplo. Hay decenas de muchachos o jóvenes profesionales que están haciendo esfuerzos con la tecnología, adentrando conceptos e ideando fórmulas que se traducen en software y programas capaces de aplicarse en términos sociales. A veces hay transacciones que ya bordean los cientos de millones de dólares que dan cuenta que la inteligencia de estos peruanos es de tal magnitud que merecerían el estímulo del país entero. ¿Qué colectividad política está investigando estos fenómenos de emprendimiento y startups (neologismo por comienzos o detonadores) de manera que puedan gozar del respaldo y apoyo desde Educación como parte de las políticas de Estado?

La liberación o revolución de un pueblo no se ejemplifica en la efemérides boba de fechas que poco o casi nada significan para el Perú profundo, salvo para el cosmético y formal que han escrito no pocos historiadores del sistema, sino más bien reclama soluciones que caminen por las alamedas de la inteligencia y la creación heroica ante retos gigantescos como los que siempre confronta Perú.

Cuando en Perú no exista un mendigo o un infante trabajando en las calles o pueblo sin hogar y, lo que es mucho peor, huérfanos de cualquier esperanza, entonces habremos colocado los barruntos de una liberación legítima, desde abajo hacia arriba, feliz en concordia pero también fiera en defender los fueros de su nacionalismo continental y revolucionario.

Con banderas tremolantes y hombres y mujeres cantando su gesta, protagonistas de su quehacer, forja y conquista, libres de la ignorancia y la miseria, con trabajo, salud y educación,entonces sí habrá motivos para celebrar. Mientras tanto a seguir combatiendo que no hay permiso para el derrotismo o la falta de fe.

La revolución es la de los inteligentes. Y honestos. No hay que robar para hacer política.

¿Por causa de qué no ponemos en tela de juicio patrones de educación, ingesta y movilización social, hasta hoy deficientes o incapaces de satisfacer las necesidades más elementales y útiles para los más y no para los menos? ¡No más escuelas de derecho y más facultades de ingeniería y medicina en el país!

Lo que ha venido a llamarse "bicentenario" que claman sus vocingleros escribas y adláteres,debiera ser el Año I del Nuevo Perú de los Jóvenes en Cuerpo y Alma.