¡Líderes NO pueden arrugar!

¿Qué diferencia al líder del adláter o seguidor común y corriente? Tengo la viva impresión que el adalid siempre sonríe, piensa y mira al horizonte. Hacer y organizar son columnas de su pensamiento y, sobre todo, es un ser ético que NO roba dinero o bienes ajenos y que tampoco estafa la fe del pueblo. Los grandes capitanes del pueblo, en el ámbito en que se desempeñen como dirigentes o gerentes carecen del "derecho" al pesimismo.

En Perú todo está a medio hacer, incompleto, imperfecto, improvisado. El atolondramiento del que hablaba Basadre, es decir ese llamado voluntarismo, sólo ha producido dilaciones, malos humores, robos al por mayor y estafas al pueblo durante toda nuestra historia. Delincuentes en la cosa pública, por generaciones, han forjado un Estado servil para con el mandato de los poderosos y obsecuente con quienes pagan sus impuestos para mantenerlo. La gran contradicción es mostrada como "normal" por los miedos de comunicación que embrutecen al lector, televidente u oyente vía los ríos de sangre que propagan durante las 24 horas del día y asi en el decurso de meses y años.

El líder debe sonreír y mostrar a sus dirigidos que los problemas se superan con inteligencia, denuedo, constancia y profunda honradez. Quien está acostumbrado a engañar, al timo y a la irresponsabilidad de musitar medias verdades, no es adalid, es simplemente un ratero de baja estofa.

Para hacer política no es necesario robar, transitar por los derroteros culposos de la coima ni el conchabo que edifica asociaciones ilícitas para esquilmar al Estado. Debe recordarse que aquél es una convención ciudadana, una herramienta para cualquier gobierno y que su definición torna fundamental para saber qué clase de Estado o Estado de qué clase queremos. Mostrar indiferencia frente a la concepción del mismo, es regalar la presea en bandeja de plata a quienes creen en el Dios mercado y a su asignación "automática" de recursos.

¿Es posible ser honrado en la cosa pública en Perú? Una simple revisión de las principales entidades estatales nos daría un dictamen abominable. Encontrar funcionarios honestos es casi una aventura porque o roban o dejan robar o se hacen de la vista gorda ante saqueos que malgastan el dinero del pueblo. Más fácil -dicen- es dejar las cosas como están porque ganan "alguito" y "nadie" dice o protesta nada. En buena cuenta, ser ratero o ladrón sí es rentable, en cambio ser ético, es contraproducente.

¿Por causa de qué no probar con lo que otrora fue el Tribunal Nacional de Cuentas ante la poca eficacia de la Contraloría General? Entre las más audaces acciones de la CGR se cuenta el "heroico" aumento que por miles de soles se hicieron en sus pagos mensuales de capitán a paje. Y de sobra hay testimonios que apuntan a sindicar que la CGR es demasiado paquidérmica o inútil en sus pesquisas.

Los poemas o discursos para las tribunas encandilan y su embrujo dura apenas pocas horas. Para ganar votos se promete hasta viajes a Marte pero una vez en el gobierno todo entra en "revisión". Imposible descartar los estímulos dinerarios para tal o cual propósito inconfesable. ¿No sería interesante el paredón de fusilamiento para los timadores profesionales?

El liderazgo auténtico requiere el mantenimiento perenne de conductas éticas tanto en la cosa pública, como partidaria o empresarial. La sonrisa, el optimismo constructor, el entusiasmo edificante que amalgame voluntades que griten al unísono por la conquista de sus ideales, una tarea imprescindible y a la que no pueden renunciar quienes deben estar a la cabeza y en la primera fila de la responsabilidad en la marcha por las calles, en el micrófono de la tribuna parlamentaria o en el Ejecutivo en Palacio. A todos hay que tomarles cuenta o jubilarlos anticipadamente y de por vida si meten las garras en los bolsillos de la Nación.

¡Los líderes NO pueden arrugar!