¡Cuando menos esperamos........ la oportunidad!

Con casi tres días sin dormir, una angustia acompañaba mi cálida y blanda almohada, una conversación con una mujer de 97 años llena de sabiduría y conocimiento me había hecho pensar y preguntarme lo siguiente: ¿acaso hemos venido las mujeres a este mundo tan sólo a casarnos y a tener hijos?

Aquella dama nunca fue madre ni contrajo nupcias con nadie. Nunca. Y lo más increíble de todo es que se veía bastante feliz, muy tranquila como si los tormentos del amor no le hubieran causado grandes vacíos ni grandes impactos.

La razón de su fobia al compromiso fue la respuesta que más he oído en las mujeres de todas las civilizaciones: ¿para qué aguantar a un hombre si todos son unos tales por cuales y todos son iguales?, es razonable comprender que sus conversaciones fueran aderezadas con palabras no tan fluidas, sino más bien cortas, precisas y con muchos ajos y cebollas.

Ruth fue una mujer con mucho éxito en la vida, fue hija de un acaudalado empresario que desde muy joven la envió a estudiar por todo el mundo, fue en esas circunstancias que ella tuvo muchos amores y que nunca decidió casarse, quizás para no complicarse la vida, supongo.

Hemos crecido con la ilusión falsa del príncipe azul, o que besando muchos batracios por fin un día, sólo algún acertado momento con un beso de amor puro, el hechizo de alguna bestia se rompería y aquella criatura se convertiría en un hermoso príncipe con todas las cualidades casi anheladas en una niña con respecto a su futuro acompañante de un reino o de un imperio, guapo, rubio, atlético, de sonrisa perfecta, cejas pobladas, ojos azules, intelectual, alegre, caballero, cariñoso, alto y, por supuesto millonario, lo suficiente como para llevarnos a vivir felices para siempre.

Por mi parte quedé alucinando por mucho tiempo la vida de Ruth y, volviendo a tierra firme y aterrizando realidades, me di cuenta que había decidido casarme por primera vez pasando los treinta años y que el pánico y la fobia más grande finalmente la derrumbé.

Solía ser como Ruth en algunas ocasiones, como novia fugitiva, si alguien me mencionaba la palabra matrimonio de inmediato mostraba señales alérgicas en los 50 kilos que peso y en el metro sesenta que mido y en todo mi torrente sanguíneo, simplemente salía huyendo como si me hubieran dicho la más grande aberración.

No me cansé de besar sapos, creo que simplemente me cansé de besar, decidí jubilarme muy anticipadamente en el amor, olvidar todas esas falacias de Walt Disney y seguir mi camino sin luces rojas ni amarillas, sólo con la luz verde de la libertad.

No fue tan malo estar sola, fue lo suficientemente bueno para estar conmigo como quizás nunca antes lo estuve. Agradecí mucho a la vida por esa maravillosa oportunidad de soltar mis cadenas, y mandar al diablo la frase: "te tienes que casar", que te impone esta hipócrita y machista sociedad.

En el otoño del 2009 conocí al que hoy es mi esposo. ¿Quién lo iba a decir?, aquel primero de mayo fue el día más incomprensible que he tenido hasta el sol de hoy, dejé mis paranoias y delirios de persecución, aniquilé mis miedos y eché a la basura mis pactos con la soledad y el desamor.
No era una fábula, yo no era Blanca Nieves y él tampoco, el principito; sólo éramos dos simples seres humanos, un hombre y una mujer que por alguna extraña razón al sólo mirarnos supimos desde ese momento que en corto plazo seríamos incondicionales.

Aquella noche que conocí al que sería mi esposo, busqué la cajita dorada escondida debajo de mi cama, donde guardaba mis tesoros de mi infancia y descubrí que siempre fui la más tonta cursi de esta humanidad, de lo único que se hablaba en ese cofre era en la ilusión de alguna vez amar pero de verdad con ese amor loco, puro y desesperado.

Para mi sorpresa tenía un dibujo donde mi padre y yo dábamos paso lento y con algarabía hacía el altar, rogaba tanto que a mi padre no se lo llevará la muerte ni lo postrará una enfermedad y yo quedar huérfana sin nadie que me dé su brazo firme para darme seguridad y entregarme a un hombre que se merezca mi lealtad.

Hoy le agradezco a Dios por quitarme la ceguera y saber que el amor sí existe y que nunca hay que perder la fe y la esperanza de que cuando menos lo esperamos y buscamos llega nuestra oportunidad.