¡Pacto de Billetera Limpia!

¿Serían capaces los políticos que lleguen a la presidencia y curules parlamentarias de mostrar, al término de sus mandatos, billeteras limpias sin enriquecimientos súbitos o de lustro reciente y sin testaferros de cualquier especie?

Ningún aspirante exitoso a la primera magistratura o legiferante debe tener más dinero que con el que entró al cargo. Y esto debiera ser mandatorio porque si la responsabilidad es con el pueblo, tienen que mostrar vocación de servicio y renuncia absoluta al aprovechamiento coyuntural y personal de las plataformas que da la cercanía a los goznes del poder administrativo.

En 1946 se llevaron a cabo elecciones complementarias para diputados en varias provincias del Perú. Entonces el Apra, dirigido por Haya de la Torre, ganó -tal como ocurrió el año anterior con el Frente Democrático Nacional- cantidad importante de curules. Y celebraron en olor de multitud y Víctor Raúl mostró, mientras daba su discurso en la Plaza Manco Cápac, ¡la renuncia en blanco de los flamantes parlamentarios! Uno de ellos fue Mario Peláez Bazán de Amazonas a cuyo hijo Mariano, pocos años atrás, referí la anécdota.

Por aquellos años la limpieza pública era un cartabón indispensable en cualquiera que aspirase a servir desde el Congreso al pueblo. ¡Ni qué decir de la presidencia!

Hoy por hoy, los políticos o los que fungen de tales, gozan de una fama -puede que en algunos casos sea injusta- de rateros y deshonestos. El pueblo, más sabio que todos los sabios, al decir de Bolívar, intuye que las muestras exteriores de riqueza no provienen de cantera honrada sino del latrocinio mondo y lirondo que no pocos cultivan de abuelos a nietos o bisnietos. En Perú los términos político y ladrón son sinónimos, disimulados con la estupidez de “roba pero hace obra”.

Me dirá el astuto burócrata: pero si todos tienen obligación de hacer declaraciones juradas. Y sostengo que es cierto, pero ¿cómo es que ganando sueldos prudentes pueden muchos viajar allende y aquende, poseer casas en ciudades tan caras como París, vivir sin trabajar, manejar automóviles del año y lucir tarjetas de crédito platino, oro y demás metales valiosos? No hablemos de las casas de playa, terrenos en construcción, flotas de microbuses o camiones industriales, etc.

La mujer del César no solo debe serlo sino parecerlo. Si el pueblo observa las inconductas no debiera parecer raro su disconformidad indignada ni su protesta y repudio para con los cretinos que han entendido que la cosa pública es un toma y daca o que el Dios mercado también regula este ámbito del cáncer peruano que es la corrupción.

Al presidente y a los parlamentarios les paga el pueblo a tiempo completo. No tienen derecho, por lo menos en los cinco años, a vigilar sus negocios privados o a la procura de sinecuras, canonjías o ventajas para sus empresas o a la de sus amigotes que pagaron las campañas con el compromiso -ese muy bien jurado y rejurado- de devolver desde las alturas burocráticas del Estado, todos los favores. ¿O no es así?

En 1980 el muy recordado y querido Nicanor Mujica Alvarez Calderón tuvo la generosidad de proponerme que le reemplazara en su trabajo en una conocida imprenta de Lima porque él se iba al Senado a trabajar por el pueblo. Así ocurrió, Nico fue senador pero yo seguí en el trabajo periodístico mientras que estudiaba en San Marcos. Nótese que la honestidad se verificaba en una devoción completa por la gente. Y quienes conocieron a mi colombroño saben muy bien que sólo cambió su viejo auto Volkswagen escarabajo ya muy entrados los 90.

¡Ningún presidente o parlamentario debe enriquecerse directa ni indirectamente, ni robar ni dejar robar, por eso el Pacto de Billetera Limpia, aunque lo llamen quimera es mas bien un reto y un desafío formidable!

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