¡Insufrible ministro de Pésames!

Cada vez se va tornando más frecuente la actividad del ministro de Pésames, también conocido como ministro del Interior, José Luis Pérez Guadalupe. El descuido ostentoso y patético de su portafolio en seguridad ciudadana, cobra la vida de policías, cambistas, civiles que mueren de forma violenta. Pero el titular de la cartera parece que ha entendido que con engolar la voz y verse con los acongojados parientes de los caídos, basta y sobra.

Tengo la viva impresión que no es así.

Ciertamente, ni a un loco -y los periodistas genuinos tenemos cuotas superlativas de esa cualidad- se le ocurriría echar toda la culpa a Pérez Guadalupe de ser, hasta hoy, un mediocre ministro de Pésames, digo del Interior. Pero de lo que no puede haber duda o hesitación alguna es que él es el responsable político del desmadre en que se ha convertido el país por acción letal de la delincuencia.

En términos de un país real y no de juguete, un ministro fallido, por más poemas que recite ante los medios de comunicación, debería renunciar porque no está trabajando de la manera correcta y la sociedad es conmovida por asesinatos a balazos, enfrentamiento de pandillas, sicariato nacional e internacional, asaltos de toda especie. Al salir de casa, todos, absolutamente todos, enfrentamos la incógnita de no tener certeza de volver sanos y salvos al terminar las jornadas cotidianas. ¿O no es así?

¿Para qué sirven las palabras de molde y pena ficticia del ministro de Pésame cuando mañana o pasado veremos en la televisión el reporte de más policías, cambistas o ciudadanos muertos por acción letal del hampa que no es combatida debidamente por la cartera del Interior?

Si invirtiéramos los papeles y pusiéramos al ministro de Pésames, en el lugar de los familiares dolidos, huérfanos o viudas ¡vamos a ver si no le parecerían casi burlas los ascensos póstumos, las palabras in memoriam, garrulería frecuente e inane para con quienes ya no pueden retornar porque dejaron de ser!

El ministro de Pésames, Interior, José Luis Pérez Guadalupe, estima, así parece creerlo, que basta con sus múltiples y nutridos estudios de salón en mullidas bibliotecas para obtener diagnósticos y soluciones teóricas. Hay cofradías en Perú que han reducido las graves asimetrías sociales, las fracturas irreparables, las diferencias venenosas, que aquejan el ADN social de la Patria, a recetas “intelectuales”, esculpidas en lecturas sesudas y foros interminables de discusiones onanistas que no solucionan absolutamente nada. Hasta “libros” se hacen para compilar lo que estos sabios deliberan.

Los miedos de comunicación tienen su parte en esta hazaña inversa. De manera diaria son toneladas las embutidas en forma de reportes escabrosos sobre violaciones, apuñalamientos, disputas a tiro limpio, emboscadas en cualquier barrio de Lima y que han “acostumbrado” a los televidentes o radioescuchas o lectores a “asimilar” que así es el país y que “no hay nada que hacer”. El embrutecimiento de un pueblo, garantiza su disolución y que forajidos se aúpen en la cosa pública y se limiten sólo a llenar los bolsillos o a dar lamentaciones públicas ante su escandalosa ineptitud al frente de los ministerios.

Si se hiciera una compilación de los eventos realizados contra la violencia, descubriríamos que hay decenas o cientos. La equivalencia en aciertos es desconocida, pero me atrevería a sostener que es nula o inexistente porque la violencia urbana cada día es mayor. Y el número de crímenes no deja de aumentar.

Entonces, si Interior es responsable y hay -o debería haber- un líder, entonces sería indispensable la exhibición de logros y éxitos. Pero el ministro Pérez Guadalupe aparece sólo para dar pésames y solidaridades, engola la voz, escoge las palabras, las saborea con estudiada congoja oficial y ¡cero puntos, cero balas! Ni los caídos van a retornar a la vida, o la sensación de ¡sálvese quien pueda! logra ser disipada en el tremendo desconcierto en que se debate Perú.

El ministro de Pésames, Interior, debería irse a su casa, su gestión es mala, deficiente y mediocre. Otra cosa es que en Perú aceptemos el barniz palabrero para disfrazar los fracasos estrepitosos y hacer que a los generales derrotados se los condecore cuando debieran ser echados a patada limpia por inútiles.

Perú, ya no puede caer más abajo.