Cira Rodríguez César*/Prensa Latina

El negocio de las armas es, como ya se sabe, una fenomenal fuente de divisas, de lo cual es prueba 2015 cuando alcanzó a 65 mil millones de dólares, siendo responsabilidad de Estados Unidos un tercio de ese monto.

Datos publicados por el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI, por su sigla en inglés), señalan que las transferencias internacionales aumentaron alrededor del 14 por ciento entre 2011 y 2015, periodo en que las exportaciones de armas procedentes de sólo cinco países crecieron un 74 por ciento, de ellas el 58 por ciento provenientes de Estados Unidos y Rusia.

De ahí que un importante testimonio que da la medida de las crecientes tensiones en el mundo son las ventas internacionales de armas.

Agrega el Sipri que a nivel mundial el gasto militar creció un 1 por ciento el pasado año, en términos reales hasta los 1.676 billones (millones de millones) de dólares, lo que supone el primer incremento desde 2011.

Estados Unidos también fue en 2015 el mayor inversor, a pesar de haber reducido el gasto en un 2.4 por ciento hasta los 596 mil millones de dólares, seguido de China, Arabia Saudita y Rusia.

La potencia del norte es el principal negociante de armas en el mundo con un monto de 23 mil millones de dólares anuales, para absorber un tercio de todas las comercializaciones.

Con capital estadunidense trabajan las tres empresas de mayor exportación de material bélico: Boeing, Lockheed Martin y Raytheon.

Completaron la lista de los 15 mayores inversores Reino Unido, India, Francia, Japón, Alemania, Corea del Sur, Brasil, Italia, Australia, Emiratos Árabes Unidos e Israel.

La inestabilidad mundial, los focos de tensión en Oriente Medio y otras regiones y la expansión del autodenominado Estado Islámico auguran altos ingresos de las principales compañías exportadoras de armas.

Asimismo pocos reparan en la irrupción de Israel en tan lucrativo negocio, pues con 1 mil 700 millones fue el séptimo país que más pertrechos de guerra exportó, como tampoco puede obviarse que naciones con economías emergentes se incorporan a la manufactura de armas como Turquía, con dos empresas posicionadas ya en el mercado.

Por todas partes aumenta la incertidumbre debido a la creciente amenaza terrorista, de ahí que la situación global es altamente inflamable, y eso se refleja en los florecientes negocios de los grandes fabricantes de armamento que no paran de invertir y producir sus mortíferos equipos, sin pensar que tanto dinero pudiera destinarse a combatir el hambre, la pobreza y el amenazante cambio climático.

El mundo asiste así a un enraizado desvío de recursos hacia fines nada edificantes que muy bien deben dedicarse a cubrir necesidades urgentes de la humanidad.

Violaciones sin respuesta

La constante violación del Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas (TCA), a pesar de ser el primer instrumento jurídicamente vinculante que obliga a los países exportadores de armas a realizar una evaluación antes de autorizar las ventas, abona todos los días el fértil negocio.

Los criterios que enarbola el TCA se sustentan en el derecho internacional humanitario (Convenios de Ginebra), la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pues su objetivo es responsabilizar a los actores e impedir el comercio lícito de armas destinado a grupos terroristas y del crimen organizado.

Dicho mecanismo, firmado hasta ahora por 130 países y ratificado por 72 de ellos, busca poner orden en un mercado floreciente y rentable.

El comercio internacional de armas es un redituable negocio que, desde 2009, mueve entre 30 mil millones y 40 mil millones de dólares cada año, mientras el gasto militar mundial, por su parte, ronda los 1.7 billones de dólares, lo que equivale al 2.6 por ciento del producto interno bruto (PIB) global.

Otros números son aterradores: entre 1989 y 2014, incluyendo el genocidio de Ruanda en 1994, más de 2 millones de seres humanos han perdido la vida a causa de las guerras. En 2015 se contabilizaron 118 mil 435 víctimas.

El panorama que surge de los estudios sobre guerras, conflictos y ataques terroristas muestra hasta qué punto el horror de las armas puede convertir a la Tierra en un solo y desolado campo de batalla.

Inestabilidades políticas, sociales y económicas favorecen tal escenario, sobre todo la falta de voluntad y el incumplimiento de compromisos como la ayuda al desarrollo.

Basta recordar que los países en desarrollo podrían financiar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) si los industrializados cumpliesen con la meta de dedicar el 0,7 por ciento de sus respectivos PIB a esos propósitos.

Tal afirmación aparece en un recién informe, Desarrollo y globalización: hechos y cifras, presentado por el secretario general de la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), Mukhisa Kituyi, quien afirmó que las naciones en desarrollo han dejado de recibir 2 billones (millones de millones) de dólares por ese concepto.

Los ODS son resultado, entre otros proyectos, de una larga y seria discusión sobre cómo se quiere que el mundo sea para 2030, una visión necesitada de un financiamiento serio, pero que también pueden ser víctimas de los millones de armas que circulan por el mundo.