Entre otras acciones, Trump busca desestabilizar aún más nuestra economía y, en consecuencia, agudizar la crisis que ya vivimos; levantar el prometido muro en la frontera y obligar a los mexicanos a pagarlo; extraditar a millones de connacionales que trabajan en aquel país; cerrar plantas industriales maquiladoras (principalmente armadoras de automóviles) instaladas en territorio nacional; cobrar altos impuestos a las remesas que mexicanos envían a sus familias; endurecer su sistema de espionaje y vigilancia sobre México; continuar con la extradición de narcotraficantes que interesen a las autoridades del vecino país, y someternos a una nueva relación comercial, laboral y política que perjudicará a toda la nación.

A unos días de haber asumido el cargo, Trump cumple sus amenazas: ordena renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en peores condiciones para México; firma la orden para levantar un muro en la frontera con nuestro país, y prepara el cobro de impuestos a remesas.

En medio de la angustia que ya muestran los funcionarios del gabinete de Enrique Peña Nieto, al intentar explicar y justificar la nueva relación con Estados Unidos, que irremediablemente afectará a 120 millones de mexicanos, se presenta la extradición del principal capo del narcotráfico del mundo, a quien le han encontrado en Estados Unidos cuentas y bienes valuados en unos 16 mil millones de dólares –fortuna que debe ser mayor–, pero que para desgracia nuestra ese dinero no regresará a México.

Pero seguramente lo más preocupante para muchos políticos mexicanos es la información que el Chapo Guzmán pueda proporcionar a las autoridades de Estados Unidos, a fin de negociar la reducción de su condena, pues con su poderío económico corrompió a autoridades de todos los niveles a cambio de protección. Entre los funcionarios que protegieron al capo hay presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, alcaldes, directores policiales, militares de alto rango, prominentes empresarios, líderes sindicales, legisladores, artistas y uno que otro periodista.

Hace tiempo en esta columna dimos a conocer el perfil criminológico de Guzmán Loera, elaborado por la Procuraduría General de la República, y que ahora retomamos ante el proceso penal que ha iniciado en el vecino país: se trata de un pequeño hombre de 1.55 metros de estatura y quien acumula un gran odio contra la sociedad; es vengativo, calculador, inteligente y, ojo, cuando él y su familia son agredidos utiliza todos los medios a su alcance para vengarse en el momento más oportuno; es decir, su reacción es calculada para hacer el mayor daño posible.

Elaborado por expertos sicólogos en criminología, dicho perfil del Chapo define con claridad la personalidad y el pensamiento del criminal, cuya fortuna acumulada con el tráfico de drogas lo llevó a la lista de los hombres más ricos del mundo, al lado del magnate Carlos Slim.

Tiene 60 años, nació en Culiacán, estudió hasta el sexto grado de primaria, es casado y está acusado en México de ser autor intelectual y material de los delitos de homicidio, cohecho, asociación delictuosa, evasión de preso y delitos contra la salud, como posesión de cocaína y de sicotrópicos (diazepan). En Estados Unidos lo juzgan por los delitos de asociación delictuosa con la delincuencia organizada, tráfico de drogas, contra la salud, lavado de dinero, posesión de armas de fuego y homicidios.

Es considerado un individuo de alta peligrosidad, que define claramente sus metas y la forma de alcanzarlas, utilizando sus habilidades de planeación, organización, negociación y proyección al futuro; siendo él mismo responsable directo de la planeación y seguimiento de sus acciones para concretar exitosamente sus objetivos.

Su tenacidad es producto del sentimiento de inferioridad que le produce el factor endógeno concerniente a su baja estatura de 1.55 metros, que refleja mediante una expresión de superioridad intelectual y de ambición desmedida por el poder.

Destaca su alta capacidad de reacción con raciocinio; tiene necesidad de liderazgo, controla de manera adecuada su entorno; es obsesivo pero mesurado durante sus actos vindicativos, que son orientados al fortalecimiento de la estructura. Se considera una persona estable emocionalmente.

En su realidad interna no existe la culpa; se reconoce a sí mismo como un líder con buenos sentimientos; su rol en la organización criminal se perfila como autor intelectual, pero sin necesidad de la operación directa, esto con el objeto de mantenerse a salvo de detenciones y atentados.

El éxito de sus acciones radica en sus habilidades para manipular su entorno y anticiparse a las reacciones de sus antagonistas. Lo caracteriza su egocentrismo, lo que lo lleva a pretender mantenerse en el centro de atención e importancia al interior de su grupo, para conservar el mando y al exterior para denotar superioridad.

Encuentra fortaleza en la generación natural de sentimientos de dependencia y lealtad hacia su persona, para crear un entorno de complicidad en el que él resulta ser el más beneficiado, a grado tal que el compromiso de sus dominados podría llevarlos a sacrificar su propia integridad física por resguardar la de él o la de su familia.

La traición es un factor detonante de la agresividad que imprime a sus acciones; no le interesa ocultar su autoría, pero es reservado para aceptar su responsabilidad directa o indirecta.

Su carácter afable le reditúa un convencimiento natural de las personas con las que interactúa, especialmente de aquellos con los que mantiene vínculos orientados a su protección.

Cumple sus compromisos, pero también sus acciones de venganza, utilizando cualquier método violento si se siente amenazado.

Es seductor, en apariencia espléndido y protector; genera círculos de confianza, garantiza el éxito de la estructura mediante la identificación y permanencia del grupo.

Sin embargo, no es indulgente con sus detractores y no vacila en romper alianzas; este factor pasa desapercibido entre su círculo principal por las muestras de solidaridad que tiene con ellos; infundiendo al mismo tiempo al resto del grupo temor reverencial.

Una de sus fortalezas es la tolerancia a la frustración, por lo que la venganza no es un hecho que ejecute con la inmediatez de una persona impulsiva, su respuesta es calculada, pero insistente, su visión es dañar a su adversario utilizando sus debilidades para producir el mayor daño posible.

Su capacidad de análisis y de recuperación es elevada, por lo que sus debilidades las transforma en fortalezas que le permiten superar inmediatamente los problemas que enfrenta.

En ese sentido se observa que algunas de sus debilidades son el temor a la pérdida de lo que considera sus logros, en primera instancia su libertad, lo que le produciría un estado depresivo; en segundo lugar la pérdida de algún miembro de su núcleo primario podría desencadenar una venganza planeada pero devastadora y ejemplar para los responsables.

Su necesidad de convivencia social puede llevarlo a la pérdida de su bien más preciado, que es la libertad.

Fuente
Contralínea (México)