El radical cambio de retórica del presidente Trump sobre el conjunto de su política exterior llegó acompañado del bombardeo contra la base aérea siria de Sheirat y el uso de una bomba gigantesca contra una montaña afgana.

El mundo tembló ante esa exhibición de fuerza: 59 misiles Tomahawk utilizados en Siria y una megabomba GBU-4/B3 en Afganistán. Pero la base aérea de Sheirat reiniciaba sus operaciones al día siguiente del ataque mientras que la «Madre de todas las bombas» ciertamente provocó el derrumbe de 3 salidas de un túnel natural, pero –también ciertamente– no destruyó los cientos de kilómetros de pasadizos subterráneos que los ríos han perforado con el tiempo en la montaña. En resumen, mucho ruido para nada.

Esas dos operaciones estaban destinadas, evidentemente, a convencer al Estado Profundo estadounidense de que la Casa Blanca enarbola nuevamente la política imperial. Y ese fue el efecto que tuvieron en Alemania y Francia. La canciller Angela Merkel y el presidente Francois Hollande aplaudieron al amo y llamaron a acabar con Siria de una vez. La sorpresa vendría de otra parte.

El Reino Unido no se limitó a seguir la corriente. Su ministro de Exteriores, Boris Johnson, propuso adoptar sanciones contra Rusia, según él cómplice de los «crímenes» sirios y de alguna manera responsable de la resistencia afgana, además de muchas otras cosas.

En la reunión de ministros de Exteriores del G7, Johnson anunció la anulación de su viaje a Moscú e invitó a todos sus socios a romper sus relaciones políticas y comerciales con Rusia. Pero sus homólogos, aunque aprobaron la iniciativa británica, mantuvieron una prudente reserva. Por su parte, el secretario de Estado Rex Tillerson descartó claramente la absurda proposición de Johnson y mantuvo su propio viaje a Moscú. Con el mayor aplomo, Johnson dijo entonces que los europeos habían dado a Tillerson un mandato para que hiciera entrar en razones a los rusos.

El protocolo internacional prevé que un ministro que visita otro país es recibido por su homólogo, no por el jefe de Estado local, pero la prensa atlantista presentó la recepción de Tillerson por parte de su homólogo ruso Serguei Lavrov como indicio de un enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia. Sin haber tenido aún tiempo de saludar a su invitado, Lavrov fue interrumpido a gritos por una periodista estadounidense. Recordándole enérgicamente las reglas de cortesía, el ministro ruso se negó a responderle antes de haber cumplido lo que establece el protocolo.

El encuentro, a puertas cerradas, entre Lavrov y Tillerson duró más de 4 horas, lo que parece mucho tiempo para dos personas que no tenían nada que decirse. Los dos ministros solicitaron después una audiencia al presidente Vladimir Putin, que los recibió por espacio de 2 horas más.

Al término de ambos encuentros, los ministros dieron una conferencia de prensa y aseguraron, muy serios, que sólo habían tomado nota de sus divergencias. Serguei Lavrov incluso mencionó a los periodistas el peligro que esta ruptura significaba para el mundo.

Pero al día siguiente, el mismo Lavrov indicaba, al dirigirse a la prensa rusa, que había llegado a un acuerdo con su visitante. Y dijo que Washington se había comprometido a no atacar nuevamente al Ejército Árabe Sirio y que Moscú había decidido restablecer la coordinación militar entre el Pentágono y las fuerzas armadas rusas para evitar incidentes aéreos en el cielo de Siria, coordinación que la parte rusa había suspendido a raíz del ataque estadounidense contra la base aérea siria.

En resumen, la administración Trump vocifera clamando su poderío y bombardea. Pero teniendo a la vez mucho cuidado en no cometer nada irreparable. Lo peor y lo mejor siguen siendo posibles.

Fuente
Al-Watan (Siria)