Los franceses optaron, el pasado 7 de mayo, como usted ha recordado, por la esperanza y el espíritu de conquista. El mundo entero ha seguido nuestra elección presidencial. En todas partes se preguntaban si también los franceses iban a decidir replegarse hacia el pasado, ilusorio, si iban a romper con la marcha del mundo, a abandonar el escenario de la historia, a plegarse a la desconfianza democrática, al espíritu de división y dar la espalda a Las Luces [1]. O si, por el contrario, abrazarían el porvenir, se darían colectivamente un nuevo impulso, reafirmarían su fe en los valores que los convirtieron en un gran pueblo.

El 7 de mayo los franceses hicieron su elección. Y ahora les damos las gracias. La responsabilidad que me han confiado es un honor cuya importancia percibo. El mundo y Europa necesitan a Francia más que nunca. Necesitan una Francia fuerte y segura de su destino. Necesitan una Francia que ponga en alto la voz de la libertad y de la solidaridad. Necesitan una Francia que sepa inventar el futuro. El mundo necesita lo que las francesas y los franceses siempre le han enseñado: la audacia de la libertad, la exigencia de la igualdad, la voluntad de la fraternidad. Sin embargo, desde hace décadas, Francia duda de sí misma, se siente amenazada en su cultura, en su modelo social, en sus creencias profundas, duda de lo que la construyó.

Es por eso que mi mandato se regirá por dos exigencias. La primera será devolver a los franceses esa confianza en sí mismos que se ha debilitado desde hace demasiado tiempo. Por supuesto, no he pensado ni por un solo segundo que esa confianza se restauraría como por arte de magia en la noche del 7 de mayo, será un trabajo lento, exigente pero indispensable.

Me tocará convencer a las francesas y los franceses de que nuestro país, que parece maltratado por los vientos, a veces contrarios, del rumbo del mundo, dispone en su seno de todos los recursos para figurar en primera fila entre las naciones. Convenceré a nuestros compatriotas de que el poderío de Francia no está en decadencia sino que estamos a las puertas de un extraordinario renacimiento, porque tenemos en nuestras manos todos los triunfos que erigirán y erigen las grandes potencias del siglo XXI. Para ello, no cederé en nada sobre los compromisos contraídos ante los franceses. Se hará todo lo que contribuya al vigor de Francia y a su prosperidad. Se liberará el trabajo, se proporcionará apoyo a las empresas, se estimularán la iniciativa. La cultura y la educación, con las que se construyen la emancipación, la creación y la innovación, estarán en el centro de mi acción.

Las francesas y los franceses que se sienten olvidados por este vasto movimiento del mundo tendrán que verse mejor protegidos. Todo lo que forja nuestra solidaridad nacional será refundado, reinventado, fortalecido. Se fortalecerá la igualdad ante los accidentes de la vida y todo lo que hace de Francia un país seguro, donde se puede vivir sin miedo, será ampliado, se defenderá el laicismo republicano y aliviaremos a nuestras fuerzas del orden, nuestra [estructura de servicios de] inteligencia, nuestros ejércitos.

La Europa que necesitamos será refundada y reactivada porque ella nos protege y nos permite llevar al mundo nuestros valores. Nuestras instituciones, que algunos critican, deben recuperar ante los franceses la eficacia que ha garantizado su perennidad. Porque yo creo en las instituciones de la Quinta República y haré todo lo que esté en mis manos para que funcionen según el espíritu del cual nacieron. Para ello velaré por que nuestro país logre un alza de vitalidad democrática, los ciudadanos tendrán voz y serán escuchados.

En esa lucha, los necesitaré a todos. Se recurrirá a la responsabilidad de todas las élites, políticas, económicas, sociales, religiosas, de todos los cuerpos constituidos de la nación francesa. No podemos seguir refugiándonos detrás de usos y costumbres a veces fuera de época. Debemos recuperar el sentido profundo, la dignidad de lo que hoy nos reúne, actuar por nuestro pueblo de manera justa y eficiente.

Francia sólo es fuerte si es próspera. Francia sólo es un modelo para el mundo si es ejemplar. Y esa es mi segunda exigencia. Al devolver a los franceses el gusto por el futuro y el orgullo de lo que son, el mundo entero estará atento a la palabra de Francia. Al haber sabido vencer juntos nuestros temores y angustias, daremos juntos el ejemplo de un pueblo que sabe consolidar sus valores y principios, que son los de la democracia.

Los esfuerzos de mis predecesores en ese sentido han sido notables y aquí quiero saludarlos. Pienso en el general de Gaulle, quien trabajó para reconstruir Francia y devolverle su rango en el concierto de naciones; pienso en Valery Giscard d’Estaing, quien acompañó la reconciliación del sueño francés y del sueño europeo; en Jacques Chirac, quien nos elevó al rango de nación que sabe decir no a las pretensiones de los guerreristas; en Nicolas Sarkozy, quien no escatimó su energía para resolver la crisis financiera que tan violentamente golpeaba el mundo; y pienso, por supuesto, en Francois Hollande, que hizo un trabajo de precursor con el acuerdo de París sobre el clima y protegiendo a los franceses en un monde golpeado por el terrorismo.

El trabajo de todos ellos, sobre todo en las últimos décadas, se vio demasiado a menudo obstaculizado por un clima interno malsano, por el cansancio de las francesas y franceses que se sienten injustamente desfavorecidos, desclasados u olvidados. El mensaje que Francia tenía que llevar al mundo se vio a veces debilitado por una situación nacional lastrada por inquietudes, incluso por la desconfianza. Hoy, señoras y señores, ha llegado para Francia el momento de ponerse a la altura de las circunstancias. Debemos vencer la división y las fracturas que existen en nuestra sociedad, ya sean económicas, sociales, políticas o morales, porque el mundo espera de nosotros que seamos fuertes, sólidos y que veamos las cosas con claridad.

La misión de Francia en el mundo es importante, asumimos todas nuestras responsabilidades para dar, cada vez que sea necesario, una respuesta pertinente a las grandes crisis contemporáneas, ya sea a la crisis migratoria, al desafío climático, a las derivas autoritarias, a los excesos del capitalismo mundial y, por supuesto, al terrorismo. No existe ya nada que afecte a unos sin afectar a los demas. Somos todos interdependientes, somos todos vecinos. Francia estará siempre del lado de la libertad, de los derechos humanos pero siempre para edificar la paz duradera. Tenemos un papel inmenso, corregir los excesos de la marcha del mundo y velar por la defensa de la libertad. Esa es nuestra vocación.

Para lograrlo necesitaremos una Europa más eficaz, más democrática, más política porque ella es la herramienta de nuestro poderío y de nuestra soberanía. Yo trabajaré en ese sentido. La geografía se ha reducido mucho pero el tiempo se ha acelerado. Vivimos un periodo que decidirá el destino de Francia para las próximas décadas. No lucharemos solamente por esta generación sino por las generaciones venideras. Nos toca a nosotros, aquí y ahora, decidir en qué mundo vivirán esas generaciones. Esa es quizás nuestra mayor responsabilidad. Tenemos que construir el mundo que nuestra juventud se merece.

Sé que las francesas y los franceses esperan mucho de mí en este momento. Tienen razón porque el mandato que me confían les confiere un poder de exigencia absoluta sobre mí. Estoy plenamente consciente de ello. Nada quedará a merced de la facilidad ni del compromiso. Nada debilitará mi determinación, nada me hará renunciar a defender en cualquier momento y lugar los intereses superiores de Francia. Tendré al mismo tiempo la voluntad constante de reconciliar y reunir al conjunto de los franceses. La confianza que las francesas y los franceses han mostrado hacia mí me llena de una inmensa energía. La certeza íntima de que juntos podemos escribir una de las más bellas páginas de nuestra historia animará mi acción.

En los instantes en que todo puede dar un vuelco, el pueblo francés siempre ha sabido encontrar la energía, la cordura, el espíritu de concordia para construir el cambio profundo. En ese instante nos hallamos, es para esa misión que, humildemente, serviré a nuestro pueblo. Sé que puedo contar con todos nuestros compatriotas para cumplir la considerable y exaltante tarea que nos espera. En lo que me concierne, estaré trabajando. Viva la República. Viva Francia.

[1Les Lumières. Nota del Traductor.