El Louvre posee dimensiones colosales, por lo menos, según los entendidos, se requiere de más de 10 días para conocerlo medianamente. Los turistas no piensan de modo parecido. Pisar el museo parisino es toda una experiencia. Y tomarse fotos en sus gigantescos aposentos, casi un deber.

Voz peruana en el Louvre.

La expresión que lleva por título esta crónica no es de mi autoría. En cambio sí lo es de una peruana combativa quien no tuvo más ingeniosa idea que ahuyentar a una coreana con un sonoro: ¡Ya carajo, suficientes fotos!

La turista oriental llevaba, por lo menos más de 10 minutos, posando para sí misma con el palo ese para selfies y para una, supongo, compatriota de ella. Lo cierto es que las posiciones eran diversas a cual más estrambótica y ocupaba un sitio estratégico al lado de una escultura.

En el Louvre el discurrir de turistas constituye un tráfico que se verifica por decenas de miles y provenientes de todos los rincones del mundo. Bien se puede escuchar castellano y luego francés, como chino o japonés, coreano o inglés, etc. La coloratura de los caminantes es desde vikingo noruego hasta paquistaní con toda la familia u orientales en su vasta y enorme gama de orígenes. La Babel en París se llama Louvre, el antiguo palacio de los monarcas franceses hasta que Luis XIV, L’etat c’est moi, mandó a construir Versalles, impresionante con sus jardines y salones de lujo y belleza inigualables.

Volvamos al episodio que rememoramos y el lector debe saber que las carcajadas son francas y muy sonoras. La turista peruana procuraba hacerse entender por la coreana y, como es obvio, no lo logró. Cansada, de mal humor y con ganas de hacer sus propias fotos, lanzó la catilinaria ya archiconocida: ¡Ya carajo, suficientes fotos! Ignoramos si la oriental comprendió algo pero era evidente que tenía que irse por las decenas de personas esperando que terminara su desfile en pasarela.

La presencia asiática en todos los países de Europa es una constante multitudinaria. Caminan por todos los parques, visitan las iglesias, transitan por museos, llenan restaurantes, compran al por mayor, no reparan en gastos, andan en grupos de 30-40-50 personas al compás de un guía con banderita e inconfundibles ojos rasgados. Si sólo, como he dicho en otro capítulo, el 10% de ese turismo pudiera encarrilarse hacia Perú, otro sería el cantar.

En el Louvre, en París, retumbó la criolla voz peruana, literalmente, desalojando a una imprudente asiática que abusaba de su ego robusto. C’est la vie.
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 5-6-2017
¡Antes que lleguen los “chinos”!
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