El Ejército Árabe Sirio –o sea, las fuerzas armadas de la República Árabe Siria– y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que se componen mayoritariamente de kurdos respaldados por Washington, se han desplegado de manera visiblemente coordinada para iniciar la liberación de la ciudad siria de Raqqa, considerada como la capital del Emirato Islámico (Daesh) en suelo sirio.

Sería técnicamente muy peligroso que los aviones de la coalición conformada alrededor de Estados Unidos y la fuerza aérea de Damasco trataran de operar al mismo tiempo contra las posiciones de los yihadistas en Raqqa sin coordinar previamente sus acciones.

Las informaciones sobre la situación alrededor de Raqqa que se publican en la prensa occidental sólo mencionan la presencia de las FDS, a pesar de que el Ejército Árabe Sirio está masivamente presente en el flanco occidental de esa ciudad siria.

Desde hace 3 años, las cancillerías debaten sobre lo que sucederá con Raqqa cuando los yihadistas sean expulsados de esa ciudad siria. De hecho, la disyuntiva es saber si Raqqa quedaría entonces bajo control de la República Árabe Siria o de una fuerza respaldada por Washington.

Simultáneamente, aviones estadounidenses bombardearon nuevamente –por segunda vez en menos de 2 meses– fuerzas del Ejército Árabe Sirio cerca de la frontera siro-iraquí. El Pentágono justificó esta nueva agresión afirmando que las fuerzas de Damasco constituían una amenaza para la seguridad de los estadounidenses, cuya presencia en ese sector no tiene absolutamente ninguna justificación a la luz del derecho internacional.

De manera todavía más sorprendente, el Pentágono menciona en su justificación las zonas de desescalada creadas por los acuerdos de Astaná, a pesar de que Estados Unidos no reconoce oficialmente esos acuerdos.