II. Romanticismo puro. Sentimentalismo. Nuestro Nervo dejó sus creaciones desde el trípode: pensamiento, férrea voluntad y sentimiento, para elogiar al amor en sí mismo y el amor a la mujer-humanidad: “Pasó con su madre/Que rara belleza/Pasó con su madre/Y no obstante mi sed de ternura/Cerrando los ojos la dejé partir”. Un 24 de mayo de 1919 decidió privarnos de su presencia, en el contexto de su vida agitada amorosamente, como cuenta de ella Ernesto Mejía, en su completísimo estudio preliminar a una colección de poesías (editorial Porrúa, Sepan Cuántos, numero 171). Se siguen editando desde entonces, para recrear en sus lectores las pasiones del “te necesito porque te quiero” de Eric Fromm. Es conmovedor su libro: La amada inmóvil, que nos recuerda el poema de Manuel Acuña: Ante un cadáver, porque Nervo ve morir a su gran y único amor: la parisina Ana Cecilia Luisa Dailliez. Y por eso la inmortaliza en esos versos, subtitulando el libro: Versos a una muerta. “A quien conocí en una noche en que mi alma estaba muy sola y muy triste, la noche del 31 de agosto de 1901, y con quien viví desde entonces en la más cordial y noble compañía hasta el 7 de enero de 1912, en que murió en mis brazos”.

III. Amado, amadísimo, Nervo, nos hace vibrar las cuerdas de los amores ya idos y los que persisten, aunque los dejemos pasar como aves volando en otoño, tal como el poeta. Y Nayarit, Nervo recorrió muchos otros países donde muchos de sus libros nacieron. Impregnado de un cristianismo conmovedor, el poeta, empero, no lo introduce para una religiosidad de propaganda, sino como un elemento de consolación ante la muerte, y un peldaño para vivir y desde ahí mirar lo que él quiere ver poéticamente. Son sus versos una lluvia de palabras que bañan el sentimiento para que éste se purifique, y con su desbordado amor superar el escepticismo mediante el conocimiento del amor, como explora en sus ensayos Martha Nussbaum. Y porque amó sus amores literarios y encontró el amor-mujer, es que Amado Nervo sembró versos. Así es como cosechamos los poemas que florecen en ese jardín (“las rosas cuentan cuentos perfumados”, dice Verlaine) y sus pétalos, constantemente renacidos, se depositan sobre el sentimiento para exclamar: “¡Vida, nada me debes! “¡Vida, estamos en paz!”.