El primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, y su esposa Sara son actualmente objeto de 3 investigaciones judiciales. Dos de ellas apuntan directamente al jefe de gobierno israelí.

Esas investigaciones se iniciaron después de las declaraciones de su predecesor, Ehud Barak, quien llamó a hacer caer a Netanyahu por la vía jurídica. Ehud Barak precisó que es necesario proteger el país del apartheid que el gobierno de Netanyahu está legitimando [1].

Sin embargo, a medida que aumenta la presión de los investigadores sobre el primer ministro, también aumenta la popularidad de este último. En uno de los últimos escándalos están inculpados casi todos sus amigos y colaboradores más cercanos, incluyendo al director de su oficina y su abogado. Si la justicia no ha logrado, por el momento, inculpar a Netanyahu, al menos ha demostrado que el primer ministro israelí se rodea de mafiosos.

Paradójicamente, las investigaciones que hacen surgir cada vez más dudas sobre la honestidad de Netanyahu, lo hacen más popular. Sus propios electores lo describen como un individuo peligroso… pero lo apoyan precisamente por eso.

La mayoría de los israelíes no comparten el sueño de Netanyahu sobre el Gran Israel, sólo quieren vivir en paz, pero se creen amenazados por los árabes y ven a Netanyahu como el único capaz de protegerlos de un nuevo Holocausto. Manipulando hábilmente los temores vehiculados por el talmudismo, Benyamin Netanyahu está transformando su país en un ghetto totalmente cerrado tras un muro, proyecto que está costando más de 1 000 millones de dólares.

Ya es evidente que, a pesar de todos los elementos acumulados en su contra, Netanyahu no tiene intenciones de dimitir. Sólo podrá pararlo una condena judicial, algo que no es imposible en un país que ya puso tras las rejas a un ex presidente –Moshe Katsav– y un ex primer ministro –Ehud Olmert.

[1«Ehud Barak acusa al gobierno de Netanyahu de instaurar el apartheid», Red Voltaire, 17 de junio de 2016.