El presidente de Perú Pedro Pablo Kuczynski (a la izquierda en la imagen) acaba de indultar al ex presidente Alberto Fujimori (a la derecha), condenado a 25 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad.

Se insinuaba que el canje era tal como ha ocurrido: el voto parcial de legisladores fujimoristas cercanos a Kenyi por la no destitución del presidente de la República a cambio del indulto para el ex presidente Alberto Fujimori. El criollísimo “toma y daca”, confirmó su nociva presencia inmoral en la acción del presidente Pedro Pablo Kuczynski.

Serios reparos indican que la comisión médica orientó su acción para denotar una condición de salud más deficiente o grave que la real y para, en términos prácticos, dar “sustancia” o base al indulto. El olor a engaño rodea la maniobra.

No es un tema jurídico estrictamente hablando. Tampoco lo es político del todo. Lo que ha ocurrido es de una perversión destructiva sin precedentes y que pudre la fragilísima estructura moral cívica de los peruanos. De ahora en adelante, las componendas, los arreglos bajo la mesa, el “do ut des”, la hermandad de los hampones, reemplazará los barruntos elementales de buen comportamiento y clarísima vocación civilizada de seguir las leyes.

Ha faltado a su palabra el aún presidente Pedro Pablo Kuczynski. Había dicho que el indulto no fue tema para su campaña y le hemos visto claudicar para mantenerse en Palacio, hoy en una condición más precaria que nunca. Los cimientos que le avalan son arenosos y muy movedizos.

El espectáculo que brinda ante el mundo el gobierno del Perú sólo puede compararse a las más grandes tragicomedias que hunden en las ciénagas de la historia a los pueblos que aceptan acríticamente los abominables yerros de sus administraciones.

Se han apagado las luces de la moral política en estos días. Y hay un culpable principal: Pedro Pablo Kuczynski.