A este reportero, los policías lo despojaron de un celular y equipo fotográfico en una actitud prepotente. Su “delito”, como escribió Sergio Sarmiento en su columna (Reforma, 9 de julio de 2018), fue hacer su trabajo periodístico. Intencionalmente, esos policías agredieron a los reporteros, como viene siendo una conducta recurrente de los funcionarios en sus arrebatos de crear más violencia. Las informaciones de Augusto Atempa y Laura Gómez sobre las agresiones a los dos reporteros (en Reforma y La Jornada, 9 de julio de 2018), nos dicen que los funcionarios con uniforme –¿de policías o de delincuentes?– golpearon brutalmente a sus compañeros, también a la par de los vecinos; y fueron reprimidos con la furia de quienes tienen poder, pistolas, macanas y escudos y no quisieron, en su bestialidad, saber que iban a detener a unos individuos borrachos, y se comportaron como los mismos lo han hecho en esa colonia.

Los comandaba el jefe del sector, Gerardo Cortés Torres, quien ordenaba a los policías atacar indiscriminadamente, golpear, asaltar casas y destrozar lo que había en ellas, dando rienda suelta a sus instintos de crueldad. Y, de paso, para mostrar su desprecio a la libertad de informar. Y, contra todos, pisotear los mínimos derechos humanos, en un exceso de fuerza contra unos borrachos. El hecho es uno más de los que se han venido sucediendo contra la prensa, porque los funcionarios-policiacos, sus jefes inmediatos y quién sabe hasta dónde en la cúpula del poder –en este caso de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México– están decididos a impedir la información a la opinión pública.

Por eso es que como sucedió en esa colonia de la capital del país, los policías desenfundan sus pistolas, arremeten salvajemente y golpean a los reporteros; y a sabiendas de que son periodistas les roban su material de trabajo. Hechos semejantes se repiten por todo el país, a tal grado que México está ya en la lista de sumamente peligroso para los periodistas. Y la verdad que es cierto. Lo grave es que quienes están destinados a vigilar para evitar la violencia, son los que atizan el ambiente; con lo que los mexicanos en general son víctimas de los delincuentes y de los policías que llegan al lugar donde se cometen hechos penales, y todos los presentes o que están en sus casas, ajenos totalmente, son atacados por la policía.

Así que lo sucedido a Isidro Corro y Alejandro Mendoza, no es una excepción. La policía los ataca furiosamente y les roba sus instrumentos de trabajo periodístico. Esto es una muestra más de que hay un abuso del poder por parte de los funcionarios. El jefe de Gobierno sustituto, José Ramón Amieva, dijo, al salir del hospital donde atendieron al fotógrafo Alejandro Mendoza, que no se tolerarán casos de abuso de la fuerza policíaca. Lo mismo decía Miguel Ángel Mancera. Con sus excepciones, la policía de la capital del país, como la del resto en todo nuestro territorio, no dejan de imponer la paz pública con peor violencia que la delincuencial y por esto es que unos y otros contribuyen a la anarquía y en lugar de paz pública hay una guerra de barbarie.

Es muy claro que la policía actúa impunemente. En el entendido de que hay uniformados que actúan con legalidad y sin agresiones; pero los hay como los de este hecho, pues para detener a cinco hombres ebrios y con paquetes de mariguana, los sometieron con balazos, así hayan sido al aire, y provocaron un enfrentamiento. Y sabiendo que había reporteros los incluyeron para golpearlos y robarles sus utensilios de trabajo.

Eran 30 policías contra cinco borrachos, a quienes sometieron. Pero no querían que los hechos fueran a dar a las páginas de la información y entonces se fueron contra los reporteros, no por haberlos confundido, sino porque eran periodistas y había que silenciarlos con una golpiza que ameritó hospitalización. Los superiores del sector policiaco dijeron que los 30 uniformados serían llevados a investigación ante la Comisión de Honor y Justicia. Pero sólo los sancionarán y les darán una amonestación. No hay una capacitación sobre esos operativos y sobre derechos humanos. Ni que deben facilitarle su trabajo a la prensa, en lugar de combatirlos, agredirlos y robarles.

Y es que esos funcionarios proceden como si fuera delito buscar información y darla a conocer, como corresponde al ejercicio de las libertades de prensa. Ignorando o pareciendo olvidar que para oxigenar continuamente la convivencia democrática, se deben implementar estrategias y educación para que las policías cumplan con sus obligaciones; como la de restaurar la paz pública, pero sin exagerar sus funciones. Y menos, si los periodistas también cumplen con su trabajo y se identifican. Pero esto sólo ha servido para que sean golpeados con el objetivo de impedirles sus funciones.