Como nueva consecuencia del ataque británico-franco-israelí contra la región siria de Latakia, perpetrado el 17 de septiembre de 2018, y del derribo del avión ruso de reconocimiento en el que murieron 15 militares rusos, Moscú y Washington han llegado a un acuerdo para la retirada de las fuerzas militares de Francia, Turquía y Estados Unidos ilegalmente presentes en Siria, garantizar la eliminación de los yihadistas y poner fin a la guerra.

El embajador de Estados Unidos para Siria, James Jeffrey (ver foto), ha declarado que la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de mantener una presencia militar en Siria no es incompatible con la retirada –exigida por Siria– de las fuerzas estadounidenses [1].

Explicación de esta sorprendente declaración: los militares estadounidenses serían reemplazados por grupos armados árabes o kurdos, que contarían con apoyo aéreo de Estados Unidos.

En principio, Estados Unidos pondría fin a su intervención en Siria cuando:
 Irán y las milicias asociadas a ese país, como el Hezbollah libanés, salgan de Siria;
 el Emirato Islámico (Daesh) esté definitivamente derrotado;
 el proceso de arreglo político en Siria haya sido iniciado por la ONU.

Sin embargo, las relaciones del Hezbollah con Irán se han echo bastante complejas últimamente. Algunos expertos estiman que, en momentos en que el Hezbollah tiende a alejarse de Irán, el verdadero objetivo de las sanciones estadounidenses contra la resistencia libanesa es empujarla en brazos de Teherán.

La intervención estadounidense en Siria parece estar motivada ahora sólo por el deseo de Washington de tener alguna influencia en el futuro del país para no dejar el campo libre a Rusia.

[1Trump eyeing Arab ‘boots on the ground’ to counter Iran in Syria”, Travis J. Tritten, Washington Examiner, 29 de septiembre de 2018.