El 24 de marzo de 1999, la OTAN inició los bombardeos contra Yugoslavia, que duraron 78 días. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se perpetró una agresión contra un Estado europeo soberano e independiente, participante activo de la coalición antihitleriana, uno de los fundadores de la ONU y del sistema posbélico de seguridad internacional. La alianza del Atlántico Norte no tenía fundamentos legítimos algunos para tales acciones, ante todo, no disponía del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. Este acto de agresión pisoteó burdamente los principios fundamentales del Derecho Internacional refrendados en la Carta de la ONU, en el Acta Final de Helsinki, así como los compromisos internacionales de los Estados miembros del bloque. Las acciones de la alianza entraron en contradicción incluso con el Tratado del Atlántico Norte de 1949, mediante el cual los países de la OTAN se comprometían a no poner en peligro la paz, la seguridad y la justicia, así como a abstenerse de emplear o de amenazar con emplearla en las relaciones internacionales, si esto contradecía los objetivos de la ONU. Fue entonces cuando se procedió a suplantar el Derecho Internacional con un “orden” basado en ciertas reglas arbitrarias, mejor dicho, en el derecho del más fuerte.

Durante los bárbaros bombardeos, cínica y descaradamente denominados «intervención humanitaria en aras del bien», murieron unos 2 000 civiles, entre ellos no menos de 89 niños. Es de subrayar que entre las víctimas hubo no pocos albano-kosovares a quienes pretendía “salvar” la OTAN. Fueron destruidas miles de instalaciones civiles en decenas de ciudades. A raíz del empleo de municiones con uranio empobrecido, resultaron contaminados el suelo y las aguas en muchos distritos, lo que provocó el aumento de las enfermedades oncológicas.

Bajo el pretexto propagandístico de prevenir una supuesta “catástrofe humanitaria”, la provincia autónoma de Kosovo fue por la fuerza desgajada del país. En realidad, fue precisamente la OTAN la que pasó a ser catalizador de la tragedia humana, un biombo, detrás del cual se cometía purgas étnicas antiserbias que forzaron a más de 200 000 habitantes no albaneses a abandonar sus hogares. Decenas de miles de bienes de su propiedad siguen siendo usurpados por Pristina y los albano-kosovares. El retorno de los refugiados y de las personas desplazadas de hecho no avanza.

Bajo la sombrilla de los bombardeos otanianos, los albano-kosovares cometían monstruosos crímenes, incluyendo el secuestro de los serbios para fines del comercio ilícito de órganos humanos. Estos hechos fueron revelados por el relator de la PACE, Dick Marty, en diciembre de 2010. Desde julio de 2017, bajo los auspicios de la Unión Europea, funciona el Tribunal Especial que debe castigar a los culpables. Pero hasta ahora no se ha presentado una sola acusación. Partimos de que todos los cabecillas de los terroristas implicados en estos crímenes que formaban parte del denominado Ejército de Liberación de Kosovo (ELK o UCK), deben comparecer ante los tribunales, independientemente de los cargos que ahora ocupen en Pristina.

Hacemos constar que a raíz de la agresión contra Yugoslavia perpetrada hace 20 años, la OTAN socavó los mecanismos que a lo largo de muchos decenios garantizaron la paz y la seguridad en Europa. Es de señalar que el problema de Kosovo quedó pendiente de solución. Todo lo contrario, esta provincia sigue siendo la principal fuente de inestabilidad y fenómenos críticos en los Balcanes. ¿Acaso podría haber sido distinto el resultado, cuando la OTAN hizo todo lo posible para que tomaran el poder en Pristina los ex terroristas del UCK, quienes luego dejarían de obedecer a sus tutores?

Sobre los dirigentes de la OTAN y de los Estados que la integran que participaron en la agresión contra Yugoslavia, recae todo el peso de la responsabilidad por aquellas acciones y sus consecuencias. Este oprobio quedará para siempre como una mancha en la reputación de la OTAN. No lo podrán eliminar ni el empeño de arrastrar a la alianza a los países de la región ni las siempre más profundas líneas divisorias en los Balcanes ni las contradicciones sociales.