Kosovo, situado en los Balcanes, tiene una superficie de 10.887 km., con una población de dos millones 200.000 personas. Su capital es Pristina. Durante el periodo de la República Federal Socialista de Yugoslavia, la región conformó la Provincia Autónoma socialista de Kosovo, subordinada a Serbia. Al disolverse Yugoslavia, Kosovo pasó a formar parte de la República de Yugoslavia, más tarde formó el estado de Serbia y Montenegro.

Kosovo es mayoritariamente de origen albanés, a pesar del dominio serbio. Slobodan Milosevic redujo la autonomía de Kosovo y favoreció la migración de serbios para aumentar su proporción en el territorio. La tensión de la zona culminó en 1999 con la Guerra separatista de Kosovo, enfrentando a la RF de Yugoslavia contra las tropas de la OTAN, quienes apoyaron al pueblo albanokosovar. Finalizado el conflicto bélico, las Naciones Unidas ocuparon la zona en misión de paz. Kosovo continuó como provincia autónoma, bajo el gobierno de la República de Serbia.

Kosovo declaró su independencia unilateral el 17 de febrero de 2008, aceptada por varios países como los Estados Unidos y la Unión Europea, a excepción de España y Rusia y, por supuesto, con el rechazo de Serbia, que no reconoce esta independencia.

La independencia de Kosovo entra en el juego de las contradicciones ínterimperialistas que se desenvuelven en este momento entre EE UU, la Unión Europea y Rusia, este último país ha visto fortalecida su economía y busca recuperar un puesto de superpotencia en la escena mundial. Sin embargo, las fisuras y contradicciones nacionalistas y étnicas no son un mal que aqueja solamente a la zona de los Balcanes, sino que se extiende por todo el continente europeo y que podría crear una serie de movimientos independentistas y autonomistas, que pondrían en juego la unidad europea, debilitándola y favoreciendo de esta manera a su aliado, EE UU, pero también a China y a Rusia, que verían una gran oportunidad de penetración, de consolidar una influencia y dominio con el aparecimiento de mini-estados con débil desarrollo económico y político.

Hasta la fecha la ONU ha aceptado la independencia de todas las 23 repúblicas que formaron parte de las ‘federaciones socialistas’ de Yugoslavia, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Sin embargo, Kosovo no tendría la misma suerte de Timor Oriental, ultimo país en ser admitido en este organismo, por el veto de Rusia.

El mapa de los Balcanes fue modificado en los años 90 del siglo pasado, años en que se azuzaron las diferencias étnicas y religiosas, y se desataron guerras genocidas en las que intervinieron las grandes potencias imperialistas, desintegrando las antiguas repúblicas en otras más pequeñas, con poco peso demográfico, político y económico, como: Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia, Serbia, la Federación de Bosnia-Herzegovina, la República Sprska y el distrito autónomo de Brcko. Ahora, a estos mini-países se suma Kosovo, erigido en Estado independiente por designio de Washington, que se convertiría en estado numero 45 de la UE. Esa fragmentación balcánica puede extenderse a varias zonas de Europa donde, como en España, hay fuertes movimientos independentistas como los vascos, gallegos, aragoneses, catalanes, entre otros, y animar a otras regiones a exigir lo mismo en Rusia, Georgia, Moldavia, Sudán, Iraq, Turquía, etc.
Las potencias imperialistas conducen una política de ‘divide y reinarás’ para unas zonas del mundo donde requieren penetrar sus capitales, ganar mercados y mantener dominio geoestratégico, como en este caso los Balcanes y la parte oriental del Mar Adriático, y otra de fuerte centralización para aquellas donde sostiene su dominio. De hecho, la independencia de Kosovo (que, siendo provincia, por primera vez se independiza sin haber sido nunca una república) va a estimular los afanes de varias otras entidades, nacionalidades y repúblicas para ser reconocidos como estados independientes, como los chechenios, aserbayanos, montenegrinos y otras naciones. Pero, por otro lado, la incidencia puede extenderse y constituir un espaldarazo a los afanes separatistas de las oligarquías locales como las de Santa Cruz en Bolivia, o Guayaquil en el Ecuador, que verían una posibilidad de contar con el apoyo norteamericano para convertirse, de provincias, en mini–estados.

La pugna ínter imperialista por el control de nuevos mercados, zonas y territorios entrará de seguro en una nueva fase de confrontación; no sería extraño que nuevos conflictos bélicos se produzcan estimulando las diferencias étnicas, tribales y religiosas, en ésta y en otras regiones.

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