Este artículo es continuación de
 «¿Por qué un Yalta II?», 15 de junio ‎de 2021.‎

A raíz de la victoria en Siria frente a Estados Unidos y sus aliados, el presidente ruso Vladimir ‎Putin impuso las condiciones de Rusia al presidente Joe Biden, líder de los vencidos.‎

La Tercera Guerra Mundial que tuvo lugar en Siria, con la participación de 119 países, terminó ‎con la victoria de Siria, Irán y Rusia y la derrota militar de los 116 países occidentales y aliados de ‎Estados Unidos que se implicaron en ese conflicto. Para los vencidos, ha llegado el momento de ‎reconocer sus crímenes y de pagar por los daños humanos y materiales que provocaron con ‎sus actos –al menos 400 000 muertos y daños a la infraestructura siria que se elevan a unos ‎‎400 000 millones de dólares. A esas cifras habría que agregar costos por 100 000 millones de ‎dólares en armamento ruso. ‎

Pero las potencias occidentales no vivieron esa guerra en sus propios territorios. Tampoco ‎sufrieron en carne propia las consecuencias de batallas en las que participaron ‎fundamentalmente a través de intermediarios –los «yihadistas» utilizados como carne de cañón. ‎Por esa razón, las potencias occidentales, a pesar de haber sido derrotadas, han conservado ‎casi intacto su poderío. Estados Unidos sigue estando, junto con Reino Unido y Francia, al frente de una poderosa fuerza de disuasión nuclear. ‎

Por lo tanto, el nuevo orden mundial no debe simplemente integrar a la primera potencia ‎económica mundial –China–, que se mantuvo neutral durante la guerra, sino que también tendrá ‎que evitar arrinconar a los perdedores, no empujarlos a la desesperación. Eso resulta ‎especialmente difícil dado el hecho que las opiniones públicas de las potencias occidentales ‎no están conscientes de la derrota militar infligida a sus países y siguen viéndose como ‎vencedores. ‎

Es por eso que Rusia ha optado por percibir compensaciones de guerra sin presentarlas como ‎tales, por no estrangular militarmente a la OTAN y evitar la difusión pública de sus decisiones. ‎En cuanto a la forma, la cumbre entre Putin y Biden puede considerarse más bien como un ‎‎“Yalta II” –con la repartición del mundo entre dos potencias– que como una capitulación similar ‎a la que se firmó en Berlín para concretar la rendición y el fin del III Reich. ‎

Dicho sea de paso, es importante que observemos que Estados Unidos no ha sido considerado ‎responsable de la destrucción de Libia ya que en aquella época Washington contó con apoyo del ‎entonces presidente ruso, Dimitri Medvedev. ‎

Una cumbre opaca

Rusia no quiso ofrecer al mundo la imagen del vencedor que aplasta a las potencias occidentales. ‎Antes del encuentro en Ginebra, se anunció a los medios de difusión que los presidentes Biden ‎y Putin no ofrecerían una conferencia de prensa conjunta –no era posible presentar una narración ‎aceptable para ambos bandos. Nunca hubo una reunión cumbre con tan mala cobertura ‎de prensa desde 2014, año de la incorporación de Rusia al conflicto en Siria. Los presidentes ‎dieron cada uno su propia conferencia de prensa, la seguridad tuvo que intervenir para ‎controlar el tumulto entre los periodistas. Pero, al final, todo transcurrió como se había ‎planificado: los periodistas no entendieron prácticamente nada y sólo pudieron reseñar algunos ‎detalles sin importancia. ‎

La opinión pública estadounidense cree que Rusia trató de manipular las dos últimas elecciones ‎presidenciales a favor de Donald Trump, que Rusia atacó sitios web oficiales en Estados Unidos, ‎que el Kremlin envenenó a varios opositores y que la Federación Rusa amenaza militarmente a ‎Ucrania. ‎

Por boca del presidente Putin, Rusia desmintió todas esas acusaciones infantiles y después ‎ponderó generosamente al “gran” presidente Joe Biden, elogiando su experiencia, la calidad de ‎sus intercambios e incluso –con la mayor seriedad del mundo– destacó la lucidez de este ‎personaje, visiblemente senil. ‎

Decisiones que Moscú impuso

 En el plano militar, lo importante era garantizar que Estados Unidos no siga modernizando su ‎arsenal nuclear ni sea capaz de concebir artefactos hipersónicos. ‎

El presidente Biden anunció en la apertura de la cumbre que Estados Unidos volverá a las ‎negociaciones sobre la reducción de su armamento, que Washington interrumpió unilateralmente ‎durante la guerra en Siria (la Tercera Guerra Mundial). No sabemos qué medidas se han ‎adoptado para evitar que Occidente se dote de misiles hipersónicos pero, teniendo en cuanto ‎la ventaja de Rusia en ese sector, Moscú y Washington pueden reducir drásticamente sus ‎arsenales de misiles nucleares sin afectar por ello el actual predominio ruso. El desarme ‎estadounidense favorecería la paz.‎

El presidente Biden incluso reconoció que Estados Unidos debería abrogar la ley del 18 de ‎septiembre de 2001 (Authorization for Use of Military Force of 2001), que autoriza el uso de la ‎fuerza militar, o sea la doctrina Rumsfeld-Cebrowski de guerra sin fin ‎ [1]‎.

 En el plano económico, Rusia exigió que se garanticen sus ingresos. Así que Estados Unidos ‎aceptó –el 19 de mayo– que la actividad industrial de la Unión Europea deje de utilizar petróleo ‎producido en Occidente y que funcione con gas ruso. Washington anunció el levantamiento de las ‎sanciones que había adoptado contra las empresas implicadas en la construcción del gasoducto ‎Nord-Stream 2. ‎

Es evidente que el precio de ese gas no corresponderá a su valor comercial real ya que será ‎el pago de la deuda de guerra contraída con Rusia, aunque Europa occidental todavía conserva ‎opciones que le permitirían escapar a esa sobrefacturación. Alemania y Francia podrían verse ‎eximidas del pago de esa deuda de guerra dado el hecho que el entonces canciller alemán ‎Gerhard Schroder y Francois Fillon, en aquella época primer ministro de Francia, siempre ‎se opusieron a esa guerra. Hoy en día, el socialista Gerhard Schroder es miembro del consejo ‎de administración del gigante ruso Rosneft –número 1 mundial en la extracción y venta de gas– y ‎el gaullista Francois Fillon está a punto de entrar en el consejo de dirección de la compañía ‎petrolera estatal rusa Zaroubejneft. Sin embargo, Alemania y Francia tendrían que poner fin ‎definitivamente a las hostilidades –Alemania todavía mantiene soldados en la gobernación siria de ‎Idlib y Francia tiene militares en Yalabiyah– y habría que condenar públicamente a los principales ‎actores de toda esta matanza, como el alemán Volker Perthes [2] y el ex presidente francés ‎Francois Hollande.

 En el plano diplomático, Moscú y Washington anunciaron el regreso de sus embajadores ‎respectivos a sus sedes diplomáticas. Sólo quedaban por definir las zonas de influencia de ambas ‎potencias. ‎

Primero que todo, el presidente Putin anunció a Estados Unidos las líneas que no debe cruzar:‎
1) Prohibición de incorporar Ucrania a la OTAN y de desplegar armas nucleares en ‎suelo ucraniano;
2) prohibición de inmiscuirse en Bielorrusia;
3) prohibición de intervenir en la política interna de Rusia. ‎

Se decidió que el Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente quede bajo la influencia conjunta ‎ruso-estadounidense, con excepción de Siria que queda directamente bajo la protección ‎de Rusia. Se decidió también que los musulmanes sunnitas quedarán divididos en dos grupos, ‎para evitar un resurgimiento del Imperio otomano; que Siria –no Irán– encabezará una zona que ‎abarcará Líbano, Irak, Irán y Azerbaiyán, también en aras de prevenir un resurgimiento del ‎Imperio otomano. Como punto final, Israel tendrá que abandonar el proyecto expansionista ‎de Zeev Jabotinsky. ‎

En Moscú saben que la aplicación de esos acuerdos encontrará la oposición de ciertos ‎responsables estadounidenses, que sin embargo evitarán manifestarse directamente en contra y ‎tratarán más bien de sabotearlos a través de terceros. En todo caso, Washington ya había informado ‎‎–desde el 2 de junio– a todos los Estados del Medio Oriente ampliado su decisión de retirar su ‎dispositivo antimisiles, conformado por los sistemas Patriot y THAAD. ‎

El lugar de China

En cuanto al Extremo Oriente, Rusia rechazó enérgicamente las propuestas de aliarse con ‎Occidente en contra de China. Basándose en la historia, Rusia estima que China no reclamará la ‎Siberia oriental mientras logre mantener las potencias occidentales a raya. Eso explica por qué ‎el presidente Putin reafirmó, justo antes de su encuentro con Biden que Rusia no ve a China ‎como una amenaza. ‎

Desde el punto de vista ruso, el desarrollo económico de China es perfectamente normal –si bien ‎viola ciertas reglas de la globalización al estilo occidental, el desarrollo económico de China ‎se basa en una doctrina nacionalista enteramente legítima. El comunicado final del G7, que ‎condena a China y pretende imponer su propia concepción del comercio mundial, no pasa de ‎ser un simple delirio de actores que aún pretenden vivir de glorias pasadas. ‎

De todas formas, Pekín optó por garantizar su desarrollo económico absteniéndose de implicarse ‎en el conflicto, así que ahora no puede exigir privilegios. Moscú es favorable a una “retrocesión” ‎de Taiwán a la República Popular China pero sin enfrentamiento militar. ‎

La intención de Moscú es reunir los esfuerzos políticos de Rusia y los esfuerzos económicos ‎de China a través de la Gran Asociación Euroasiática, especialmente para desarrollar ‎conjuntamente la Siberia rusa oriental. Por eso Rusia ha emprendido la construcción de la vía ‎férrea transiberiana y de la vía llamada Magistral entre el lago Baikal y el río Amur, los corredores ‎de transporte Primorye-1 y Primorye-2, la Ruta de la Seda del Norte, la vía exprés Europa-China ‎Oriental, la ruta Norte-Sur y el corredor económico Rusia-Mongolia. A esa conexión del espacio ‎ruso con las rutas chinas de la seda hay que agregar toda una serie de proyectos comunes en ambos ‎países, por un monto total que sobrepasa los 700 000 millones de dólares. ‎

Las expectativas de Estados Unidos

Las proposiciones de Estados Unidos sobre la ciberseguridad no son un tema que pueda tratarse ‎de forma bilateral. El gobierno ruso sabe mejor que nadie que no ordenó ataques informáticos ‎contra las elecciones presidenciales estadounidenses ni contra los sistemas informáticos de ‎agencias públicas de Estados Unidos. ‎

Los ataques informáticos provienen de hackers privados, que a veces actúan –como los antiguos ‎corsarios– por cuenta de algun Estado. El Centro Nacional Ruso sobre los Incidentes ‎Informáticos (NKTsKI), un departamento del FSB creado hace 3 años, estima que, a pesar de las ‎alegaciones de los medios occidentales de difusión, al menos un 25% de los ataques informáticos ‎se originan en… Estados Unidos. ‎

Rusia logró, el 31 de diciembre de 2020, que la Asamblea General de la ONU creara ‎‎(A/RES/75/240) un «grupo de trabajo de composición no limitada (OWEG) sobre la seguridad de la ‎actividad numérica y su utilización (2021-2015)», que será la única estructura con competencia en ‎materia de ciberseguridad. Moscú apunta así a devolver a las Naciones Unidas el papel de foro ‎mundial democrático que le fue arrebatado durante la agresión extranjera contra Siria, conflicto ‎que convirtió la ONU en simple correa de transmisión de los halcones de Washington. ‎

(Continuará)

[1‎«El proyecto militar de ‎Estados Unidos para el ‎mundo» y «La doctrina ‎Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 ‎de ‎agosto ‎de 2017 y 25 de mayo de 2021.‎

[2Sobre el papel del alemán Volker ‎Perthes en la agresión extranjera contra Siria, ver «Alemania y Siria» y «Alemania y la ONU contra Siria», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 20 de junio de 2018 y 28 de enero de 2016.