Aquel que nació para piedra / que calle, resbale / y se pierda / Pero, / aquel que nació para pájaro / que escoja su canto / y cante. / ¿Cuál otra es entonces / la tarea del pájaro libre?”

Con este poema empieza el libro “Nuestra es la Vida”, publicado en 1978 por Rafael Larrea. En la página anterior a este poema hay un epígrafe que, en letras mayúsculas, dice: “PAJARO AL FIN Y AL CABO”. Este epígrafe y los versos con que se inicia “Nuestra es la Vida”, además de las constantes alusiones a ruiseñores, colibríes y gorriones, pájaros trinadores a los que cantó con su guitarra, me hacen suponer que le gustaba su apodo de “Pájaro”, el primero que tuvo en su barrio de San Blas: el “Pájaro Larrea”, le decían; después, el pueblo, su pueblo, le quitó su nombre y apellido y solamente le decíamos “El Poeta”. Bello sobrenombre, porque para entonces, Rafael ya era el pájaro barbudo que, poema en mano, nos decía: “Cantemos a boquejarro / las canciones del futuro, compañeros. / Cantemos la libertad, / ya no en bandera, / sino en nutridos puños y ovaciones”…”Cantemos pelando el grito, las canciones del futuro, compañeros. / La canción del pan y el panadero, / la del poder y el obrero”.

Este poeta hermano, que conmigo soñó y realizó las cosas que solamente los poetas sueñan, porque no tienen dinero y poco les importa no tenerlo, pero que saben que, con imaginación y tenacidad, se pueden realizar las utopías, supo liderar empresas que parecían imposibles. Juntos creamos el Centro de Arte Nacional, que agrupó a más de doscientos artistas, entre pintores, músicos, poetas, teatreros, todos decididos a cumplir lo que él propuso: “Defender y desarrollar nuestra cultura, tarea de generaciones, tarea nuestra, de los mestizos, negros, cholos, montuvios, indios, zambos de hoy, tarea permanente de los pueblos que buscan crecer y volar”. Con él editamos “Diablohuma”, la revista del Centro de Arte Nacional, en donde el Poeta publicó una parte de ese hermoso poema “Campanas de Bronce”, que es una síntesis histórica de lo que es esta Patria que nos duele tanto y a la que el Poeta le dice susurrando: “…Me quedo en ti / tierra, pájara, mujer, y / para decir te quiero me subo al cerro, / a la luna me empino para amarte. / Para besar tus pies soy lengua de vaca, / para matar tus penas soy cuchillo…”

Este Poeta, que caminó por el mundo y que lloró viendo Machu Picchu a su pies, que se integró a la lucha popular y que llegó a ser dirigente y portavoz de un partido revolucionario, estaba convencido de que: “Estar vivo es regarse, / inaugurar, / sembrar, poner la primera piedra, / la propia vida en juego / cada instante”. Y por eso nos aconsejaba: “Si quieres que te sigan, / no seas como el agua, / sé el agua misma”.

Guitarrero y cantor, amante del buen vino y la bohemia, cuantas noches, en su casa o en la mía, al borde la madrugada, abrazado a su guitarra, repetía las canciones, más de treinta, que él mismo compuso y, con una voz armoniosa pero sin mucho alarde, cantaba los saltashpas y los pasillos. En uno de los poemas de su último libro “La casa de los siete patios” nos dice: “el vino huye del frío, de la ventana rota y el viento / busca amor en el ojo encendido / deja su viejo sabor de uva en un llavero / y se entrega, se ofrece, se riega, / hasta que llegue el sol / a ponerle la resaca en la boca, // en el canto, / en el lecho, / hay una mujer de uva / detrás de cada noche”. Y con serena lucidez, presintiendo ya el prematuro final de su vida, como en un susurro afirma: “Cuando la muerte viene / con su pelo cansado, / todo lo que toca, calla; / lo que no toca, se hiere. // Para matar a la muerte / hace falta vino vivo, / uno de pura sangre, / que sepa cantar”.

Éste es el “Pájaro Larrea”, ese pájaro cantor que se quedó entre nosotros, cantando y peleando para acabar con la explotación y la miseria.